Opinión

Circasia Quindío: Del Cementerio Libre desapareció La libertad de elegir sepultura digna

Antonio Valencia Salazar

 

 

 

 

 

Reductos armados liberales de la Guerra de los Mil Días en 1903, se refugiaron en “la Plancha” hoy Municipio de Circasia a 10 minutos de Armenia Quindío. Ganó así el título de “tierra de Hombres libres” que hasta hoy ostenta, aun cuando los años la cambiaron y la población es heterogénea, de pronto con mayorías rojas, según las últimas elecciones. Su libertad de pueblo pensante está bien simbolizada en un cementerio, construído en una época de negaciones a la vida y a la muerte. Ocurrió así: entre los años 1928 y 35 un oscuro cura en Circasia prohibió que en el cementerio católico se sepultaran liberales, ateos y suicidas.

Se separó una franca de terreno para esos “malditos”, un muladar, zona olvidada para los creyentes. Fue entonces cuando los “libre-pensadores” y masones con Braulio Botero Londoño a la cabeza quien llegó a ser grado 33 en la logia, dijeron para sus adentros: “nos merecemos un cementerio libre”. El patriarca donó una pequeña colina que lindaba con la zona urbana del poblado y que hacía parte de la hacienda “Versalles”, una extensa ruralía que iba a los límites con Montenegro y Quimbaya. Dos arquitectos alemanes se encargaron de levantar la obra para enterrar a quienes en vida fueron rebeldes con su destino. Y de pies, el ataúd descendía al sepulcro, vertical.

Fue ese cementerio una joya, orgullo de América del Sur y su fama creció por sus principios de libertad religiosa e ideología masónica. A los deudos de los primeros muertos, huéspedes de este campo laico, no se les cobró su reposo eterno. Fueron los principios que guiaron a Braulio Botero…hasta su muerte. Pero llegaron los herederos del patricio y el Cementerio Libre se convirtió en un negocio. Quien quiera reposar allí deberá cumplir cláusulas de contrato. Y el precio es altísimo. Muchos hijos de Circasia jamás pudieron dormir eternamente allí; y lo merecían.

El comercio con la muerte fue superior a los designios de su fundador. Viene a colación esta reseña ahora que el escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal solicitó a los “gerentes” del campo laico que le vendieran una tumba. La respuesta fue un retundo nó, pues se alegó que el intelectual no cree en nada. Es ateo puro. “Cóndores no entierran todos los días”, menos allí, según se desprende de la impiadosa negativa.

El Cementerio Libre pierde- ha perdido en el inmediato pasado-muchos votos. Se convirtió en el negocio redondo de la partida final. Se necesitan millones de pesos para llegar allí, inerte el cuerpo o las cenizas y el lleno de exigencias varias de los herederos de Braulio Botero Londoño. La libertad representada en un águila caudal que rompe con sus garras las cadenas de la opresiva ignorancia, apenas si es una simple alegoría, allí, en ese lugar respetable y de silencioso paisaje de reposo eternal. Grazna el ave carroñera su impotencia sin saber alzar el vuelo de la libertad, los eslabones de la coyunda metálica ya oxidados en el tiempo….y la negativa de los actuales “dueños “que imponen sus intereses económicos, antes que el devoto deber de enterrar a los muertos.

La indolencia en asuntos tan delicados como añorar unas “noble huesa” como en el caso del reconocido escritor Álvarez Gardeazábal, desdice de algunos humanos titulares de tan hermosa heredad, allí en Circasia, “territorio de hombres libres”.