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Clamor: «¡A NOSOTROS NOS ESTÁ MATANDO TODO EL MUNDO!»

Indígenas de los pueblos Kogui, Wiwa, Arhuaco y Kankuamo, son víctimas de la violencia.

 

 

«El único llamado que hacemos al país, al Estado y al mundo es que no nos sigan matando. Queremos morir de viejos allá en la selva, en la montaña, en la Sierra… al lado de nuestra gente», Óscar Montero, líder indígena.

En la espesura de la Sierra Nevada de Santa Marta cohabitan varios mundos, que son salvaguardados por los indígenas wiwas, arhuacos, koguis y kankuamos, quienes suman alrededor de 30.000 personas.

Como el resto de colombianos, estos pueblos también han sufrido los rigores del conflicto armado. Sus mamos (guías espirituales) y dirigentes consideran que todos los actores armados legales e ilegales han desarmonizado el territorio mediante reclutamiento forzado, asesinatos, desplazamientos, amenazas y quema y violación a los sitios sagrados.

De los pueblos indígenas de la Sierra Nevada, los kankuamos han sido los más afectados. Más de 400 kankuamos fueron asesinados en el conflicto armado, más del 40 % de su población fue desplazada, principalmente a Valledupar y Bogotá. El pueblo wiwa también ha sufrido asesinatos y quema de sus casas ceremoniales. A los arhuacos les asesinaron a tres de sus más grandes líderes en los años 90 y les restringieron el uso de su territorio y, finalmente, los koguis han sido víctimas de estigmatización.

Los indígenas de este territorio, delimitado por lo que ellos denominan la ‘línea negra’, han tratado de contrarrestar esa ‘desarmonización’ con rituales masivos que realizan en los ríos y en los demás sitios sagrados que forman parte de una compleja manera de interpretar el mundo.

En esa cosmogonía del pueblo kankuamo existen nueve mundos: la Sierra Nevada se dirige hacia arriba y se extiende hacia abajo, por lo tanto, hay cuatro mundos hacia arriba, cuatro hacia abajo y el quinto mundo lo habita el pueblo Kankuamo, quienes son los guardianes del equilibrio y la armonía de todo este universo, de lo negativo y lo positivo.

Según la cosmovisión indígena, la imponente Sierra Nevada de Santa Marta es una gran mesa y cada pueblo que la habita es una pata de la mesa. Es decir, de estos cuatro pueblos depende el equilibrio de la Sierra. Por tal razón, el territorio es su propia vida y su lucha como pueblo está arraigada a la madre tierra.

Entonces, la tierra trasciende de ser el terreno de siembra de los alimentos, también es el lugar donde a los kankuamos se les siembra como semilla al enterrarse la sangre de su madre y su placenta. Desde el vientre materno y desde el primer día de su nacimiento, se gesta un vínculo con la tierra y cada uno de los kankuamos es líder con la misión de defenderla.

Tal como lo relata Óscar David Montero de la Rosa, líder indígena y defensor de derechos humanos, cada persona nace con una misión pactada en la Ley de Origen.  Así que cuando silencian la vida de una persona, también callan la voz de todo un pueblo y se acaba ese conocimiento que le fue heredado por sus ancestros. Óscar vivió la interrupción del ciclo vital y su origen, de manera forzosa en el 2004, cuando los paramilitares asesinaron a su padre, Óscar Enrique Montero Arias. Desde ese momento, Óscar asumió el legado como defensor de los derechos humanos del pueblo indígena kankuamo.

En Colombia, los liderazgos en los Pueblos Indígenas se heredan de generación en generación. En la cosmogonía del pueblo kankuamo, en su Ley de Origen y en sus principios como pueblo, no existe la concepción de adolescente ni de juventud; una vez transitan por la niñez hasta los 14 años, se convierten en adultos. Es el caso de Óscar, quien se convirtió en líder cuando tenía apenas quince años.

Cuando callaron la voz de su padre, la familia y las autoridades del pueblo kankuamo, al cual pertenece, le entregaron a Óscar David Montero de la Rosa, a través de un ritual por ser el hijo mayor, el mando de continuidad del legado de su padre.

El legado de los ancestros

Han pasado 15 años desde que Óscar lleva ese liderazgo y aún continúa defendiendo su territorio y los derechos humanos con sus mochilas al hombro y plasmando su historia en su poporo. Ahora, como politólogo y asesor de la Consejería de Derechos Humanos y Paz de la Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC).

Para Óscar, la conexión con la madre es tierra es vital para los pueblos indígenas, debido a que es el lugar que alberga el conocimiento. En contraste, vivir en territorios inundados de recursos naturales se ha convertido en un dolor de cabeza para los pueblos indígenas como los que habitan la Sierra. Sus territorios son vistos como lugares de gran importancia para el desarrollo económico del país. Pero a los pueblos indígenas la Ley de Origen les enseña que el desarrollo es la protección y conservación de los recursos naturales. Por ejemplo, para algunos pueblos indígenas de Putumayo, el petróleo es la sangre de la tierra. Ellos defienden lo que está debajo y sobre la tierra.

«Hoy él está más vivo que nunca en nuestro recuerdo, en nuestros sitios sagrados, en nuestra memoria, en nuestra lucha y resistencia», con un tono pausado Óscar recuerda a su papá y a todos los indígenas asesinados. Cuando Óscar habla no es sólo él quien emite las palabras, es también su familia, su pueblo y la organización.

¿Es el daño irreparable? Sí, totalmente. Los líderes y autoridades indígenas son portadores de saberes ancestrales milenarios y cada vez que una bala les quita la vida, se ponen en riesgo la continuidad del legado ancestral custodiado y transmitido de abuelos a nietos y de padres a hijos, y la pervivencia física y cultural como pueblos antiguos.

«Es necesario comprender que los Pueblos Indígenas en Colombia no son un individuo, son un colectivo», afirma Óscar. La tradición se va ejerciendo y heredando para que se mantenga en el tiempo y el espacio. En los entramados culturales de los pueblos indígenas, el líder es formado por tres autoridades indisolubles: padres, familia y comunidad. Este proceso se entrelaza con la palabra, por eso existe una comunicación permanente de los líderes y autoridades indígenas con el territorio, la tierra y la madre.

Por consiguiente, ser líder y autoridad indígena es caminar como pueblo y de esta manera, los liderazgos se construyen y se fortalecen en el caminar de los procesos organizativos de los pueblos. El aprendizaje es constante y la guía espiritual de los mayores vislumbra los caminos y armoniza el desequilibro, orienta los caminos, las voces y los pasos de líderes y autoridades indígenas.

De ahí que los liderazgos se rigen por el principio de la memoria, así lo expresa Óscar: «Lo que sé y lo que soy es gracias a esas enseñanzas y formación de todos los que me han antecedido en mi familia, mi comunidad y mi pueblo. A ellos les debo todo y tengo el compromiso y el deber de trasmitir ese conocimiento a mis generaciones. Hoy, mi hija está en esa formación día a día desde que se concibió y nació”.

En el 2005, 12.714 personas se reconocieron como kankuamos, según el censo del DANE (aún no se conocen los datos de pueblos indígenas del censo del 2018). Los kankuamos, que hicieron su propio censo en el 2018, afirman que son 24.552.

Nos están matando

La mayor parte de los pueblos indígenas de Colombia habitan en territorios recónditos, donde la única cara del Estado es la fuerza pública. Allí, el paisaje se convierte en disputa militar y si hay guerra, los pueblos indígenas quedan atrapados en medio de las balas, las minas antipersona y los bombardeos.

A pesar de estar en «tiempos de paz» a los líderes y autoridades indígenas los está matando todo el mundo, dice el líder kankuamo. Y agrega que han sido asesinados por el ELN, las Bandas Criminales, las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC), los paramilitares, las disidencias de las FARC y la fuerza pública. No se puede precisar la cifra de indígenas asesinados. Todas las entidades tienen números distintos. La Defensoría del Pueblo habla de 21 líderes y la ONIC menciona 115.

Esas son formas directas de asesinato por medio de balas, dice Óscar David Montero de la Rosa, pero también hay asesinatos ocultos debido a la ausencia del Estado. Denuncia el líder kankuamo–, unos 5.000 niños del pueblo wayúu han muerto por desnutrición (el Estado afirma que son cerca de 300).

El joven dirigente indígena señala que la Constitución de 1991 reconoció a los pueblos étnicos como sujetos políticos de derechos colectivos constitucionales y estableció el diseño y la implementación de políticas públicas, adecuadas interculturalmente, pero estas políticas quedaron en el papel.

Esto contrasta con los más de 1.300 acuerdos firmados por el Estado colombiano desde 1996 hasta la fecha, que –según los indígenas– no superan ni el 6 % de cumplimiento. La implementación no ha sido real, se queda en palabras, en letras impresas, en conversaciones fugaces.

Para los kankuamos, la ley de Origen determina que se debe morir de viejo, después de cumplir la misión que les fue encomendada y haber transitado por el camino que les fue destinado. Pero en el poporo que Óscar recibió en señal de madurez y en el que los kankuamos representan su historia, sus memorias y sus vivencias, quedará escrito cómo el país está asesinando al pueblo indígena, su memoria y su voz.

Los líderes espirituales se denominan mamos. Un mamo tiene la responsabilidad de mantener el orden natural del mundo por medio de canciones, meditación y ofrendas rituales.

Manteniendo distintas formas de convivir con su entorno,estos grupos se encuentran ubicados en sitios considerados estratégicos, según las necesidades de cada uno.Tres de las tribus que habitan el macizo montañoso, los Koguis, los Wiwa y finalmente, Arhuaco.