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En la crisis de Venezuela: LA PROSTITUCIÓN COMO VÁLVULA DE ESCAPE

En Venezuela, la prostitución es ilegal en todas sus posibles formas. Sin embargo, está amparada por un velo de tolerancia y secreto a voces. Todo el mundo lo sabe, pero nada se hace al respecto.

Mariana Yánez

seisgrados.com.ve

En Venezuela, la prostitución es ilegal en todas sus posibles formas. Sin embargo, está amparada por un velo de tolerancia y secreto a voces. Todo el mundo lo sabe, pero nada se hace al respecto.

La crisis actual ha llevado a un incremento significativo de esta vieja profesión, no obstante, la inseguridad ha logrado que quienes se dedican a la prostitución le teman a noche y a las esquinas, en un contexto donde la inflación ha hecho de la comida un pago tan o más valioso que el dinero.

La desesperación es el primer detonante en la gran mayoría de los casos. El hambre y la incertidumbre económica rompen los pilares del miedo y la moralidad. Lo escabroso de la situación encuentra su válvula de escape en una peligrosa avenida, un prostíbulo o incluso en las redes sociales, que sorprendentemente pueden ser utilizadas como plataformas de promoción.

La profesión discrimina poco, hombres o mujeres, del origen social que sea, se ven profundamente tentados por una ganancia asegurada al vender sus cuerpos. En este país las tarifas ya se cobran en dólares o euros, incluso con cajas CLAP o maquillaje barato.

En Caracas, los establecimientos «de lujo» se encuentran en la zona este de la ciudad, donde la mayoría de las trabajadoras sexuales son calificadas como VIP. Por otro lado, están los burdeles de «mala muerte», ubicados a lo largo y ancho del valle capitalino. También se hallan las famosas avenidas y esquinas, donde cada quien está por su cuenta y es responsable de su propio pellejo.

Las trabajadoras sexuales se han hecho un producto de exportación, proliferan en ciudades fronterizas de Colombia, de la misma manera que lo hacen en las de Brasil. Desde Aruba, Curazao, Panamá, pasando por Surinam, y hasta España, el acento de las prostitutas venezolanas puede ser escuchado en los burdeles y esquinas del mundo.

Quienes ejercen el oficio usualmente se someten a un profundo estrés emocional y físico, a menudo sufren de depresión, al igual que un intenso sentimiento de soledad. Como es de esperar, están siempre en riesgo de contraer alguna enfermedad de transmisión sexual, situación agravada por la falta de medicamentos en el país.

De igual manera, se encuentra latente la posibilidad de un embarazo no deseado, la violencia que podría ejercer su proxeneta sobre ellas, o la «agencia» a la cual deben pagar sus «tributos». Se estima que, de todo el dinero que puede obtener una prostituta por sus servicios, esta solo puede quedarse con el 20% del mismo, mientras que el resto pasa a manos de su «protector».

Más allá de su denominación o categoría, ya sean acompañantes de lujo, prepago o prostitutas de callejón, negar su existencia luce como un sinsentido. Desde jóvenes provenientes del interior del país, pasando por estudiantes de las más costosas universidades, la prostitución es una parte invisible, quizás ignorada adrede, de la vida diaria del venezolano, donde la indiferencia se hace peligrosamente fácil ante una cuestión cotidiana.

Las trabajadoras sexuales se han hecho un producto de exportación, proliferan en ciudades fronterizas de Colombia, de la misma manera que lo hacen en las de Brasil. Desde Aruba, Curazao, Panamá, pasando por Surinam, y hasta España, el acento de las prostitutas venezolanas puede ser escuchado en los burdeles y esquinas del mundo.