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Memoria:«GRANDES DESASTRES SON DE MANEJO DE LA UNIVERSIDAD»

ARMERITOVoluntarios de la Cruz Rojas tratando de sacar del lodo a centenares de víctimas.

 

 

 

EL GENERAL RAFAEL HORACIO RUIZ NAVARRO ALCALDE MILITAR DE ARMERO, RECUERDA QUE PASÓ DESPUÉS DE LA CATÁSTROFE. RELATA COMO ESTA CLASE DE TRAGEDIAS DEBEN SER ATENDIDAS POR EXPERTOS QUE ESTÁN EN LAS UNIVERSIDADES COLOMBIANAS.

Antonio Valencia Salazar

Bogotá

Primicia Diario

La memoria del general Rafael Horacio Ruiz Navarro activa la película de su desempeño en la devastada zona de lo que fue Armero hasta la fatídica noche del 13 de noviembre de 1985. Rememora la organización de asentamientos provisionales en los lugares que escaparon al desastre causado por la avalancha monstruosa del río Lagunilla. Se levantaron 200 carpas en el estadio Panamericano; Save the children facilitó 150; en la hacienda Brujas fueron 80; Ejército 100 más y suministró equipos para la perforación de pozos en busca de agua potable para la población sobreviviente.

Se construyeron baños, duchas, letrinas sobre el gran camposanto. La Cruz Roja instaló cocinas gigantes en cada uno de esos núcleos humanos. La comida y las atenciones domésticas fueron constantes en la emergencia. Ingenieros militares y civiles de la Universidad Javeriana unieron esfuerzos para poner a funcionar el municipio, juzgados, alcaldía, escuelas, asilo de ancianos. Todo había desaparecido en el torrente de muerte; humanos, animales, puestos de salud, escuelas, puentes, carreteras, cosechas, toda la estructura municipal había colapsado.

La sismisidad fue en esos días y noches de espanto la constante. La actividad de colmena de rescatistas y autoridades completó el paisaje en la gran planicie. Los hospitales de campaña hervían de enfermeros, médicos, heridos y voluntarios, controlados por la Universidad Nacional. En Guayabal fue acondicionado un puesto con el control de la Secretaría de Salud del Tolima y donaciones de la Cruz Roja.

En esta fase-, dice Ruiz Navarro-, el Sena desempeñó una meritoria labor. Al comienzo, centenares de sobrevivientes deambulaban, perdida la razón y la esperanza por todos lados. Eran autómatas sin rumbo y norte, desesperados. El personal médico, técnico, psicológico del Sena comenzó su gran tarea: mantuvo ocupados por días, semanas y meses a quienes apenas si les habían quedado los brazos como toda fortuna.

Se iniciaron cursos de aprendizaje de panadería, confecciones, muñequería, cocina, carpintería, soldadura, electricidad, mecánica, pintura y otros oficios menores que mantuvo a esa población ocupada, alejada de las preocupaciones y el dolor por la muerte de sus familiares. «Fue la salvación”-, explicó el general, a la sazón mayor con el encargo de Alcalde militar en la tragedia.

«Además, colaboró el Sena en las áreas de evacuación, abrió escuelas y colegios a niños y jóvenes que escaparon a la «guadaña de la muerte»; la labor del personal técnico, sociológico y científico fue importante en esos días de espanto»-, confirma el militar. A seis lustros del desastre que sepultó más de 26 mil habitantes de Armero y desplazó a siete mil a ciudades de Colombia en busca de mejores días, el general Rafael Horacio Ruíz Navarro hace conciencia de su responsabilidad. Reconoce que las primeras seis horas son críticas en cualquier tragedia de magnitud. «pudo salvarse mucha gente pero el Estado solo entró a actuar al día siguiente con sus equipos y sus hombres».

FALLAS Y ADVERTENCIAS 

«Colombia no puede olvidar el análisis acertado sobre la psicología de las gentes, en asuntos de vivienda en zonas afectadas por desastres»-, dice el experimentado soldado. «Resurgir» propuso la construcción de casas para los armeritas sobrevivientes, de 6 x 8 metros. El tolimense de esta zona reclama viviendas cómoda, de techos altos por el bravo clima, patios y solares amplios, alberca, baños, cuartos. Nada se tuvo en cuenta cuando en 1985 el valor de la tierra no era significativo.

La infraestructura vial del área de Armero no se realizó. Se prometió la construcción de la carretera Cambao-Honda, ampliación y pavimentación de la vía Armero-Méndez, mejoras en la carretera San Pedro – San Felipe y nada de esto se hizo con el inmenso y millonario presupuesto que manejó «Resurgir». Otro aspecto negativo en la reconstrucción del entorno armerita y que afectó el asentamiento humano Armero – Guayabal fue la renuencia de la banca de ubicar agencias allí. Solo la presión presidencial hizo posible esta gestión»-, afirma Ruiz Navarro.

De su experiencia en la zona, el ingeniero militar recoge una serie de iniciativas valederas para enfrentar emergencias nacionales de tamaña magnitud. Y sus recomendaciones son en realidad valiosas. Le correspondió vivir codo a codo con el desastre que se le ofreció a su llegada a lo que fue un prospero municipio del Tolima.

«Las tragedias en Colombia – dice-, tienen que ser manejadas por las Universidades. Deben visitar zonas pobladas de alto riesgo; pueden elaborar proyectos de grado para universitarios y tener con antelación al evento catastrófico una planeación técnica bien diseñada; disponer de presupuestos,  planos, estudios sobre las más aconsejables áreas para ubicación de hospitales de campaña, puestos de salud, puntos de primeros auxilios a heridos, diseños rápidos para plazas de mercado, escuelas, colegios, institutos técnicos, infraestructura urbana cuando ésta desaparezca por la furia de los elementos naturales; construcción rápida de vivienda para sobrevivientes, creación de empresas, productivas y procesadoras de alimentos, cursos rápidos de oficios y labores manuales, en fin, trabajo».

El general Rafael Horacio Ruiz Navarro, tiene en su cerebro esta lista de posibles realizaciones sociales en cualquier emergencia nacional. No en vano su trabajo de Alcalde militar de un hipotético municipio, Armero sepultado, lo mantuvo alerta, en servicio activo, durante 18 meses, en ese lamentable lapso de la historia de las tragedias en Colombia.

Corridos treinta años desde la azaroza «noche final» del 13 de noviembre 1985, «la ciudad blanca» del Tolima no se olvida. Fue el emporio del cultivo algodonero, epicentro de una creciente actividad económica, zona vital de la agroindustria que surtía los mercados interiores. Hoy la planicie es camposanto, parque declarado, recordatorio de 26 mil muertos, escenario visitado por familiares sobrevivientes y turistas avisados de lo que allí sucedió.

La gigantesca cruz que preside el desolado panorama sirvió de reclinatorio al papa Juan Pablo II para su plegaria universal a las víctimas. La devoción popular ha levantado un altar a Omayra Sánchez en el sitio en el cual sufrió su indecible martirio. Se le reconocen milagros. Desperdigadas en el terreno formado por lava y cenizas volcánicas, los brazos de decenas de cruces dan testimonio. Los armeritas no son olvidados.

La vida en Armero – Guayabal discurre sacerdotal y campesina. Poco de la gran tragedia se ha esfumado. Comienza a renacer si la esperanza de mejores días. Y los cultivos alzan sus espigas al cielo de la tarde. La imaginería del pueblo no se quedó atrás para evocar a sus seres. Postales, fotografías, canciones, poesías, vídeos, libros, revistas, periódicos; el drama fue llevado a la pantalla y a las tablas del teatro. Algunas leyes han paliado la tragedia de los pocos sobrevivientes que decidieron quedarse en su tierra tolimense. Son estos los acumulados en la memoria, que nos transmite el ayer mayor, alcalde militar en Armero, general Rafael Horacio Ruiz Navarro.