*Saulo Arboleda Gómez
Columnista Primicia
Bill Clinton en su campaña electoral de 1.992 que derrotó la aspiración a la reelección de George Busch padre y lo llevó a la presidencia de Estados Unidos recurrió a la frase “Es la economía, estúpido” como eslogan para que el ciudadano entendiera la situación que estaba viviendo.
Desde entonces y con igual intensión, esta frase se utiliza para la explicación de temas específicos y esenciales, que afecten el estado colectivo de una sociedad, como es a propósito, el interesante debate sobre las causas de la brusca caída de la participación de la industria dentro de nuestro producto interno bruto. Se dice que se debe a la revaluación de nuestra moneda, que estimula la importación de bienes terminados; o a que las altas tasas de interés han deprimido la demanda de bienes industriales; o a una infraestructura vial ineficiente; o a falta de competitividad de la producción doméstica; o a altos costos laborales, que llevó a eliminarle al empresario cargas parafiscales en la reciente reforma tributaria; o a competencia desleal por precios “dumping” de productos importados.
No creo que estas sean razones esenciales de la caída industrial. La explicación central está en una política de Estado: la apertura comercial, que no depende de un capricho particular y que obedece al mundo globalizado de hoy, en el que Colombia incursionó a tiempo desde gobiernos anteriores, con la ALALC, la CAN y MERCOSUR. Política que el Presidente Santos ha fortalecido, pues firmó como Ministro de Comercio exterior del Presidente Gaviria el G-3, integrado por México, Venezuela y Colombia, más tarde convertido en G-2 por el retiro de Venezuela. Por este tratado hoy entran al país sin restricción alguna y cero aranceles, numerosos productos que compiten con nuestra fabricación doméstica.
Ya como Presidente, el Dr. Santos ha firmado TLCs claves, entre ellos con Estados Unidos, nuestro principal socio comercial, y con el segundo, la Unión Europea, que desplazó a Venezuela con quien descendimos de una cifra anual de intercambio de US $ 6 mil millones, a escasos US $ 2 mil millones. Así mismo, inició conversaciones con Japón y en su reciente viaje a la China anunció un TLC con este Gigante Asiático cuya competitividad ha puesto contra las cuerdas a los comercios más competitivos del mundo. También puso el acelerador al TLC con Corea del Sur que se firmará en Seúl, el 21 del mes en curso.
Lo que importa de una decisión de política estatal es que, ante el imposible de favorecer al 100% de la población, se beneficie la mayoría. En el caso de los TLC, es indudable que el favorecido es el consumidor y el perjudicado, el sector industrial, sobre todo el que genera manufacturas con alto valor agregado y empleo calificado. Por ello hacen bien los TLCs ya suscritos y los que se aproximan, en incorporar un plazo razonable a sectores industriales domésticos incapaces de competir con economías más fuertes y más competitivas, para que se adapten al nuevo escenario, mejoren su competitividad o viren en lo posible, al sector comercial o de servicios, como ya lo están haciendo las ensambladoras automotrices, pues dentro de sus ventas al mercado total, los vehículos importados, ganan participación frente a los ensamblados localmente.
*Exministro de Estado.
Buen análisis económico. La apertura no es como la pintan, tiene razón