La literatura infantil y juvenil se ha incrementado en los últimos tiempos.
Jorge Consuegra
Primicia
– ¿Que surgió primero el periodismo o la literatura?
– Estando en la escuela empecé a soñar con que algún día podía llegar ser escritor. Pero me parecía que era un proyecto tan disparatado como pretender convertirme en astronauta. Así que esa locura no se la confesé a nadie. Mientras más leía, más envidia me daba de esos autores que tenían la magia de la palabra. Una magia que tenía el poder de sustraerme de mi propia realidad. Mi familia quedó herida de muerte con la separación de mis padres. A los hermanos nos separaron y tuvimos que criarnos en hogares diferentes. Eso generó un vacío muy grande y una tristeza que se me notaba en los ojos. De haber seguido el curso natural de las cosas me habría convertido en carnicero como mi abuelo Luis. Pero cada libro que leía era como una señal luminosa en medio de un paraje incierto. Así aprendí que mi destino estaba en otro lado. Cuando terminé el bachillerato tenía claro que iba a estudiar periodismo porque era una profesión que podría conducirme a lo que tanto anhelaba que era dedicar mi vida a las letras. Salté de Yarumal a Bogotá y empecé a trabajar en un bar de la décima con once. Así ―atendiendo borrachos hasta las tres la mañana― pagué mi primer semestre de periodismo en Inpahu. Después sobreviví haciéndole mandados a periodistas como Juan Guillermo Ríos y Carlos Alberto Chica. Pero hubo momentos, ya en la universidad, que no tenía ni para el desayuno.
– ¿Cómo fueron sus años infantiles con los libros?
– No crecí en un ambiente amigable para los libros. Lo primordial era trabajar. Ayudar en la carnicería y en la casa. Yo leía a escondidas. Muchas veces la abuela me quitó los libros porque ella consideraba que debía estar haciendo otra cosa. De todas maneras ―aunque la lectura haya sido para mí una actividad clandestina― digo que tuve la suerte de crecer en la casa de mis abuelos maternos. A mis otros hermanos les fue peor. Lo cierto es que desde que cogí el primer libro no hubo manera de que los volviera a soltar. Me han acompañado en las buenas y en las malas. Yo diría que los libros fueron mi tabla de salvación. Fui un lector precoz. Leía cosas que ni siquiera entendía. No había como ahora un catálogo de literatura infantil y juvenil. En ese sentido era un lector libre. Y recuerdo, que en quinto de primaria la lectura de Crimen y Castigo me llenó de zozobra.
– ¿Cuáles fueron los primeros libros que tuvo en sus manos?
– Los libros de aventuras fueron mis favoritos. Recuerdo que era fanático de Sandokan, protagonista de los libros de Emilio Salgari. Y por esa misma línea, disfruté mucho El conde Montecristo de Alejandro Dumas e Ivanhoe de Walter Scott. De ésta última creo que surgió mi gusto por la novela histórica. Y mirando más atrás, cuando estaba aprendiendo a leer, recuerdo con especial cariño un libro titulado La astucia de gallinita. No sé cómo llegó a mis manos ni a dónde fue a parar.
– ¿Cuándo se graduó de lector-lector?
– Pues creo que uno nunca termina de graduarse de lector porque cada libro ―sí es un buen libro por supuesto― le entrega a uno nuevas sorpresas y le remueve sus fibras más desconocidas. Un encuentro con un buen libro es un renacer. Tengo mala memoria pero hay un libro que me estremeció de tal manera que siempre sale a flote cuando hablo de esto y ese fue La montaña mágica de Thomas Mann. Hubo algo en esa historia de Hans Castorp, en ese sanatorio de los Alpes Suizos, hubo algo ahí que terminó de modelar mi carácter. Son libros que tienen la capacidad de confrontarlo a uno con sus propias manías, temores e ilusiones. De hundirlo y de revivirlo. Algo parecido me ocurrió hace poco después de haber leído La carretera de Cormac McCarthy. Allí puede uno comprobar la enorme capacidad que puede tener un autor para crear una atmósfera y para tocar el alma del lector. Y lo otro es la belleza de la palabra. La metáfora sin estridencias. La descripción que ―como el vestido discreto de una hermosa muchacha― deja todo a la imaginación. Un buen ejemplo es El cuarteto de Alejandría de Laurence Durrell. Y en cuanto a caberle el mundo en la cabeza, o el universo si se quiere, no puedo dejar de mencionar a Jorge Luis Borges: él no es un libro; es toda una biblioteca de conocimiento y precisión.
– ¿Por qué resolvió estudiar periodismo?
– Porque quería contar historias. Y porque sabía que con el periodismo podía ganarme la vida sin alejarme de mi sueño que era ser escritor. Me gustaba el periodismo de prensa pero por cosas del destino terminé haciendo periodismo de televisión donde la palabra termina por someterse a la tiranía de la imagen. Tal vez no acuerde de mí, pero usted fue profesor mío en Taller de Prensa cuando estudié en Inpahu. Y le aseguro que fue usted, haciéndome madrugar a hacer crónicas a Corabastos, a la morgue o al Cementerio Central, el que avivó en mí la pasión por el periodismo, enseñándome lo importante que era ser un buen observador. Por supuesto que eso también me ha servido en mi carrera como escritor. Pero, Jorge, debo confesarle algo: me iba muy bien en sus clases pero sacaba mejores notas con Policarpo Varón, mi profesor de literatura. Con él nunca bajé de 10.
– ¿Cómo se llamó su primer libro y qué tema abordó?
– Mi primer libro fue Cristina Zanahoria ―Panamericana editorial―. Lo escribí cuando aún era director de Noti5 en el año 2006. Para mí fue un descubrimiento porque nunca llegué a imaginar que yo ―que tenía tanta fama de adusto y regañón― fuera a escribir un libro para niños. Cuando nació mi hija Juana le regalaron una muñeca a la que se le perdió la nariz. Como no pude encontrar esa nariz me inventé una historia. Una muñeca de trapo es abandonada en la casa de una pareja que no tiene hijos. Al poco tiempo tienen un niño y esa muñeca cobra vida en su presencia. La muñeca no tiene nariz pero tiene un poderoso sentido del olfato y le enseña al niño a conocer el mundo a través de los olores. La historia, que ha tenido varias reimpresiones, me abrió los ojos a lo que yo realmente quería escribir. Porque antes siempre había pensado en escribir para adultos. Creo que fue mi esposa Carolina ―una excelente lectora― la que descubrió ese otro lado mío. Ella me convenció.
– ¿Por qué su «especialidad» ha sido la literatura infantojuvenil?
– Porque como un niño ―al que le brinca el corazón antes de abrir un regalo― no he perdido la capacidad de asombrarme con cada hoja que se mueve, con cada gesto, con cada sonido, con cada olor. Porque creo que hacer literatura para niños es lo muy difícil. Y a mí siempre me han gustado los retos. Además, porque sospecho que tengo la facilidad para comunicarme con los niños y los jóvenes. No sólo tengo dos hijos ―Juana en la escuela y Jacobo en el jardín― de los que aprendo mucho, sino que investigo permanentemente y siempre estoy al tanto de los temas que preocupan o divierten a los niños. Soy un convencido de que las lecturas de la infancia se quedan para toda la vida. Hasta ahora he escrito unos quince libros, de los cuales nueve han sido publicados, y cada vez que escribo me convenzo más de que esto es lo que quiero seguir haciendo por el resto de mi vida.
– ¿Qué es lo más complicado al escribir para niños y adolescentes?
– El problema no son los niños en sí. Lo más difícil es vencer la resistencia a ciertos temas en sectores como el educativo. Hace poco dijo alguien por ahí que hoy sería muy difícil publicar un libro como Caperucita Roja. Por una razón muy sencilla: hoy en día los libros para niños se publican pensando en el mercado escolar. Esa es una limitante muy grande porque uno no llega directamente al lector ―como ocurre con la literatura para adultos― sino al promotor de lectura. Yo últimamente estoy escribiendo libros para niños y preadolescentes que tratan temas complejos como el abuso sexual, el matoneo o el secuestro. He tenido la fortuna de encontrarme con editores valientes que le apuestan a estos temas. Pero no siempre ocurre así.
– ¿Cuál fue el libro que lo catapultó a este espacio sideral del mundo de los libros?
– Sin lugar a dudas creo que fue mi segundo libro El clan de la calle Veracruz. Este libro, editado por Norma, es una novela que cuenta la historia de cinco gatos que se unen para liberar a un niño que ha sido secuestrado por un hombre que se dedica a talar los bosques del Amazonas. La novela fue seleccionada por la Secretaria de Educación Pública de México para ser distribuida en todos los colegios y bibliotecas públicas de ese país. Creo que eso, además de abrirme muchas puertas, me sirvió para ganar confianza en lo que estaba haciendo. Después publiqué Conspiración en Magasthur, Rosa la mula caprichosa, El cetro del niño rey, Las pantuflas del presidente, El muchacho de la boina blanca y Pegote. Está próximo a salir El día que las vacas desaparecieron de la faz de la tierra. Algunos de estos libros, como Rosa… y El cetro… fueron finalistas del Premio Barco de Vapor, al cual he sido nominado en cuatro oportunidades.
– ¿Cuál es el tema de su más reciente libro?
– El más reciente que publiqué fue Pegote ―editorial Norma―: la historia de un muchacho que es abusado sexualmente. Su papá le deja como herencia un hospital de muñecos. Y él lo que hace es contar su propia historia ―historia de abuso que nunca le contó a su papá― dándole vida a esos muñecos. Fíjese, Jorge, lo que puede hacer la literatura. Fui a un colegio de Bucaramanga y se me acercó un profesor a decirme que dos niños, después de haber leído el libro, se habían animado a denunciar que eran víctimas de abuso sexual en sus propias casas. Bueno, está próximo a salir El día que las vacas desaparecieron de la faz de la tierra ―Panamericana editorial― que es una historia futurista que tiene mucho que ver con la crisis que vive el planeta como consecuencia del calentamiento global. Y este año ―por casualidad ya que a veces los proyectos se acumulan; no es que escriba sin parar― salen otros dos libros: El fotógrafo de Cristales ―Alfaguara― que es la historia de un muchacho de un barrio rico de Cali al que le secuestran a su hermana y para encontrarla se hace amigo de unos pandilleros de Siloé, un barrio pobre de Cali. Este muchacho entra en contacto con la cultura Hip―Hop y con situaciones muy duras que lo llevan a replantearse la forma cómo ve la vida. Para este libro me tocó aprender a rapear. Fue algo maravilloso. Y por último, saldrá este año La casa de los espejos humeantes con editorial SM. Un libro donde hago una recreación de la leyenda de la Patasola. Es un libro que va a quedar muy hermoso.
– ¿Cuáles han sido sus autores preferidos en este tipo de literatura?
– Yo siempre he sido un lector de literatura adulta. Pero desde que empecé a escribir para niños empecé a interesarme por autores de este género. Y la verdad es que he encontrado autores maravillosos como Roald Dalh, Gianni Rodari y Lemony Snicket y Maurice Sendak. A nivel latinoamericano me gustan mucho los libros de Maria Fernanda Heredia. Y en cuanto a la literatura juvenil mi preferido es el autor inglés Kevin Brooks, autor de libros como Martin Pig y Lucas. Y no puede pasar por alto un libro que amo y que conservo en mi biblioteca desde la adolescencia: La colina de Watership de otro escritor inglés: Richard Adams.
– ¿Colombia está bien situada en la creación literaria para niños y jóvenes?
– Hasta hace unos años los autores de literatura infantil y juvenil no pasaban de unos cuantos. Yo los llamo la generación Enka, porque algunos de ellos se ganaron ese premio. Ellos han sido como el referente de este género en Colombia. Son los que invitan a dictar charlas en los congresos y todas esas cosas. Pero de un tiempo para acá, han surgido nuevos y excelentes autores. Un buen ejemplo es Jairo Buitrago con su libro Eloísa y los bichos o Gerardo Meneses con La luna en los almendros. Es bueno para la literatura infantil y juvenil que las editoriales se arriesguen a publicar otras temáticas y a presentar a nuevos autores. Pero ¿sabe una cosa, Jorge? Yo creo que el mejor libro de literatura juvenil que se ha escrito en Colombia es de Fernando Vallejo y se llama Los días azules. Por lo demás, creo que a nivel latinoamericano la delantera la llevan México y Argentina. Pero Colombia va por buen camino.
La literatura infantil y juvenil se ha incrementado en los últimos tiempos.