Bogotá, en la olla
Difícil es la situación que afronta Bogotá como consecuencia de la «batalla campal» que se registra entre las mayorías del Concejo y la Administración distrital, que orienta el alcalde, Gustavo Petro Urrego.
Mientras los políticos se enfrentan, todos los problemas y las consecuencias de ese enfrentamiento los sufren los ciudadanos del común, que ven un caos en todos los frentes.
La movilidad es terrible y tiene a los bogotanos con los nervios de punta, como consecuencia de los eternos trancones, que extienden durante todo el día en todos los sectores de la ciudad.
Las vías públicas se encuentran totalmente destruidas, lo que ocasiona accidentes y toda clase de inconvenientes en la movilidad. Mientras tanto, los concejales y los funcionarios del Distrito solamente se preocupan por la máquina tapahuecos. Unos defienden que sí sirve, y los otros, atacan con la afirmación de que no sirve.
Unos se acusan de corrupción, y otros, se acusan de solicitar «mermelada», pero nadie aporta las pruebas correspondientes para que la autoridad competente tome medidas de fondo. Lo único que se sabe, según la sabiduría popular, es que «Cuando el río suena, piedras lleva».
La actividad ejercida, tanto por concejales como por funcionarios, ha sido poco seria. Lo que se vive en el Distrito es una «pelea de compadres», en la que cada parte se ataca en forma agresiva, pero sin el elemento fundamental: la prueba.
Como consecuencia de la pésima movilidad y la corrupción se ha descuidado por completo la seguridad, porque los hechos delictivos se encuentran al orden del día; el ciudadano del común es el afectado directamente, mientras que los funcionarios tratan de justificar lo injustificable con cifras manipuladas.
El espacio público ha desaparecido en Bogotá a raíz del crecimiento desmedido de la informalidad, como consecuencia de los problemas que llevan a que los trabajadores no lleguen al sector formal, como todos los días anuncia el Gobierno nacional. Las ventas estacionarias han invadido por completo el espacio público, originaron inseguridad y, sobre todo, falta de movilidad para los propios peatones.
Como si fuera poco, el sector educativo y el de la salud también hacen mella entre los bogotanos por el déficit de atención de parte de las autoridades, y la falta de voluntad política de los concejales para trabajar por la realización de programas que permitan darle herramientas al Gobierno.
Tanto los concejales como los funcionarios del Ejecutivo distrital se han empeñado en llevar esa confrontación hasta las últimas consecuencias, sin importarles que el ciudadano de a pie sea el afectado. Para los enfrentados primero son los intereses políticos, o mejor politiqueros, que ellos representan.
Bogotá se encuentra sumida en un abismo, donde cada día el fondo es más profundo; y por ahora los ciudadanos estamos condenados a sufrir cada una de las funestas consecuencias que nos deja el enfrentamiento de intereses personales, que han descocido los intereses colectivos.
LA POLITIQUERÍA SE TOMÓ A BOGOTÁ