Las emisoras especializadas en programas de farándula están llenas de animadores que basan su sintonía en expresiones grotescas y vulgares, las cuales comparten con el público oyente.
José Alejandro Vanegas Mejía
Especial
Corregir o insinuar mejores formas de expresión escrita, a compañeros del mismo oficio, significa, ni más ni menos, aplicar la autocorrección. Y eso es, exactamente, lo que debemos hacer al dar por terminado un artículo para periódicos, revistas o cualquier otro medio de difusión impresa. Hay que leer lo propio antes de que se consolide en las páginas, que, con más o menos interés, pasarán bajo la vista de los lectores. Y más cuidado debemos tener si pensamos que muchos de esos lectores se acostumbraron a nuestras columnas periodísticas, y nos regalan parte de su tiempo al buscarlas y leerlas. Algunos, además, se toman el cuidado de criticarlas. Menos mal que los periódicos de la ciudad agradecen las correcciones que se les formulan, aunque muy pocas veces las toman en cuenta. Ellos saben que se trata de un intento desinteresado por prestarles ayuda.
Volviendo al tema, en una nota reciente encontramos una referencia a la pequeña obra escrita por el licenciado Rafael F. Guerra titulada La tercera embestida del búfalo. El periodista escribió: «La tercera envestida del toro». Dos errores en tan pocas palabras. Además, cambió el nombre al fallecido profesor Guerra, a quien llamó Luis.
Casos frecuentes de incorrección literaria ─principalmente, errores ortográficos─ tienen su origen en la vinculación de jóvenes sin preparación académica a los medios de comunicación. Las emisoras especializadas en programas de farándula están llenas de animadores que basan su sintonía en expresiones grotescas y vulgares, las cuales comparten con el público oyente. Por lo general, se trata de diálogos telefónicos.
Pero esa impreparación no es exclusiva de quienes trabajan en los medios de comunicación de nuestra ciudad. Un periodista de El Tiempo, Andrés Hurtado García, hace el siguiente comentario sobre un programa radial que él escucha: «El noticiero es delicioso. Casi todos los días dicen barbaridades con un aplomo que aterra. Los oyentes suelen ser universitarios. Hablando de los esposos Curie los llamaron Curry (sic). Está bien que no sepan francés, pero de allí a confundir a los descubridores del radio con una conocida salsa hay una distancia infinita». Por otra parte, el periodista Antonio Caballero manda a casi todos los periodistas a estudiar Historia, y critica a las Facultades de Periodismo y Comunicación por su falta de rigor.
Para no ir tan lejos, hace unos meses escuchamos una confesión, tan sincera como ingenua, de un periodista local. Esta vez el caso nos dejó perplejos, porque estamos seguros de que el locutor no se ruborizó ni antes ni después de pronunciar bien la palabra ‘probabilidad’. Tranquilamente, dijo que había consultado con una profesora de idiomas, licenciada en su campo, y que ella le aseguró que la palabra se escribía y se pronunciaba así: «probablidad». En seguida afirmó que él siempre había dicho «probablidad», pues creía que era lo correcto. Agregó unas palabras de agradecimiento a su maestra tardía y cerró así la explicación que nadie le había solicitado y que, tal vez, habría pasado desapercibida. En todo caso, más o menos 15 años de estudios estériles.
Por otra parte, los «conductores» de ciertos programas radiales se sienten tan confiados en el dominio de los temas que ni siquiera se dan a la tarea de preparar un plan para la actividad que van a desarrollar. Por eso, muchas veces se quedan en silencio mientras tratan de recordar el nombre de una persona de la cual ya han comenzado a hablar: «Porque el señor… ¿cómo es que se llama?», dicen, en medio de la exposición, tratando de que alguien los saque de ese atolladero.
Conclusión: se practica el periodismo sin el rigor necesario.