Bogotá, según indican las estadísticas, es la ciudad con mayor consumo de estupefacientes en América Latina, mientras que las autoridades prefieren ignorar la problemática.
El consumo no respeta límites. El consumo de droga se realiza en los parques, centros comerciales, templos, en los vehículos particulares y de servicio público; así como en la propia vía pública, donde se ha vuelto una costumbre para los consumidores y para los transeúntes, que tienen que observar el lamentable espectáculo y ser víctimas de los olores que tiene, obligadamente, que aspirar.
Los hechos se volvieron tan repetitivos que hacen parte de la «normalidad» que registra la ciudad, especialmente, en los informes maquillados y manipulados que prefieren dirigir su mirada a otros problemas sociales.
La tragedia es grande para la mayoría de familias bogotanas afectadas, que buscan, desesperadamente, una solución, sin poder encontrarla; y deben cargar con ese flagelo del cual se han desentendido totalmente los Gobiernos nacionales, seccionales y hasta locales.
Los niños y los jóvenes son las principales víctimas de los criminales del narcotráfico, a quienes no les importa la vida de esas personas con tal de obtener suculentas ganancias con el impulso del consumo en los diversos sectores de la sociedad bogotana.
Se ha establecido, por ejemplo, que en los alrededores de los colegios se encuentran alrededor de 131 puntos fijos, tipo «ollas» (lugares de expendio de drogas alucinógenas) y 471 puntos móviles para la venta, tránsito y consumo de sustancias psicoactivas; alrededor de 632 corredores de hurto; 495 actores de riesgo delincuencial como parches, pandillas y bandas; 191 zonas de alto impacto, 144 lugares relacionados con la ocurrencia de riñas y 349 puntos de riesgo de accidentalidad vial.
Los hospitales a diario reportan atención de centenares de jóvenes y niños que llegan intoxicados, y en ciertos casos algunos han perdido la vida como consecuencia de drogadas realizadas y combinadas con venenos por los criminales del microtráfico, que se han tomado todos los sectores bogotanos.
Es hora de que las autoridades asuman un papel definitivo para evitar que se pierdan las nuevas generaciones en manos de las bandas criminales, que acabaron con los campesinos al desplazarlos de sus tierras y ahora han atacado los centros urbanos con el consumo de drogas para esclavizar a las futuras generaciones.
La educación también es fundamental a través de la prevención para que todos asumamos la responsabilidad que nos corresponde, en una tarea para quitar a los jóvenes y niños de las manos de unos criminales de lesa humanidad.