Cuando compré en el Círculo de Lectores el Diccionario de la Historia Colombiana de Horacio Gómez Aristizábal llegué como pavo real a las discusiones porque cada vez que nombraban a un prócer que en ese momento no hubiera logrado grabármelo en el disco duro del cerebro.
Pablo Parra S.
Especial
Primicia Diario
Qué emoción la que sentí cuando mi amigo, qué amigo, hermano, Gerney Ríos González – el educador más importante que ha parido Colombia con cientos de miles de hombres y mujeres que se graduaron gracias a él y, como dice la canción “y nadie más que tú” en estudios intermedios y superiores sin un peso en el bolsillo y que hoy gozan de hogares sólidos y empleos estables con funciones especializadas aprendidas a la docena de academias sin ánimo de lucro (no como las universidades que son sinónimo de lucro) – me presentó a Horacio Gómez Aristizábal, quien, sin querer queriendo, me había salvado la vida intelectual porque cuando llegué a Colombia proveniente de Chile, quedaba fuera de foco en los momentos mismos en que nuestras confrontaciones políticas sobre América Latina comenzaban a nombrar a sus héroes y/o personajes nacionales.
La razón era muy sencilla. En todos los países en que he dictado conferencias y he convivido con sus intelectualidades nacionales (que a esta altura de la vida son bastante porque fui representante personal de Salvador Allende desde el 63 al 73 en misiones confidenciales hasta cuando la canalla fascista lo arrasara físicamente) no había visto y sigo sin ver a país alguno que le continúe rindiendo un tributo tan profundo a sus antepasados que forjaron la Nación para bien y para mal; y, de acuerdo a las interpretaciones heurísticas de cada uno.
Cuando compré en el Círculo de Lectores el Diccionario de la Historia Colombiana de Horacio Gómez Aristizábal llegué como pavo real a las discusiones porque cada vez que nombraban a un prócer que en ese momento no hubiera logrado grabármelo en el disco duro del cerebro, me iba al baño donde había escondido en bolsa de plástico detrás del retrete el libro del historiador Gómez Aristizábal para emergencias no gastroenterológicas como las que ofrece un buen W.C. sino para una eventualidad aún más grave que es la ignorancia supina.
Bendito Círculo de Lectores que me permitió salvarme y avanzar en la cultura, el arte, la política y hasta en la criminalidad implícita de un país demasiado violento pero, en fin, no nos pongamos tristes porque el momento es de alegría plena cuando me anuncian que se hará un acto especial de los 30 años de aparecida la magna obra histórica, sencilla, fácil de leer y llena de datos absolutamente auténticos y ciertos, contados por una persona que uno adivina, sabe y aprende, que está más allá del bien y del mal.
No sólo conocí al jurista Horacio Gómez Aristizábal sino que terminamos participando juntos en programas de televisión: yo sentado a la extrema izquierda de la mesa y él a la extrema derecha de la misma y ¡oh grata segunda sorpresa agradable!, descubrí que Gómez Aristizábal es mitad de extrema derecha y mitad de extrema izquierda porque simplemente llama a las cosas por su nombre, y, que gracias a su trabajo tesonero, a su posición cimera ganada centímetro a centímetro sin trucos baratos, ni repartida de botines caros, le permite – hoy por hoy – cuando las papas queman, decir verdades del porte de una catedral, contra los gobiernos de turno, la justicia de turno, las clases expoliadoras de turno que transformaron a este paraíso de la naturaleza en un infierno de muerte y desapariciones de todas las formas con 50 mil víctimas de las cuales se perdió todo rastro y más de dos millones de asesinados de mil maneras alevosas llevadas a cabo por repugnantes victimarios, sin que la justicia haya logrado dilucidar menos del 1% de los casos y castigar en serio siquiera a uno, porque 20 mil asesinatos fueron negociados por ocho años de cárcel de cinco estrellas con sauna y acompañados.
Dice el académico Horacio (al igual que Horacio Quinto Flaco Horacio, el primer poeta satírico de la lengua latina, que se expresaba de una manera clara, graciosa y contundente como su sucesor y representante en Colombia) Gómez Aristizábal: “La historia está presente y nos rodea en todas las horas, porque no es otra cosa que la vida. El presente diccionario es una condensación del pasado; cuando se le preguntaba a Ciriaco de Anacona por qué y para qué había reunido tantas inscripciones del pasado, respondió con modestia: para despertar a los muertos”.
Una sola cosa más: señores de la editorial mencionada, la que le haya sucedido o la que siga vigente, convenzan al escritor Horacio Gómez Aristizábal que agregue los personajes que vienen funcionando desde 1984 (fecha de la cuarta edición del libro) porque ahí sí sería válida la frase famosa “…¡tranquilos que como compensación a tantos, mares, ríos, comidas y selvas, les voy a mandar a una gentecita que bueno, ya verán.
Por eso hoy invoco otro de los tantos milagros que me han sucedido en la vida cuando convivo a plenitud con la mitad de Horacio Gómez Aristizábal que me está acompañando a este lado de la mesa y me divierto con las historias de su otra mitad – por primera y única vez en mi existencia – creo que podemos hacer maravillas con sus renovadas interpretaciones sobre los tres últimas décadas que han sido de miedo… y a ver quién se le atraviesa; ahí sí ardería Pompeya con toda su corte porque nadie le puede sacar a relucir una caída moral y ética ni así de chiquitica a este señor, gran señor y rajadiablos, que es el hoy querido amigo y hermano, Horacio Gómez Aristizábal, y él sí las puede contar todas porque estuvo siempre en el centro mismo de las academias y salones de alta alcurnia donde se produjo y se sigue produciendo la noticia para conocer la versión verdadera y no las mentiras maquilladas elaboradas por escribanos y escribanas (…a ésta hora… ¿que estará pensando…) a sueldo.Dice el académico Horacio (al igual que Horacio Quinto Flaco Horacio, el primer poeta satírico de la lengua latina, que se expresaba de una manera clara, graciosa y contundente como su sucesor y representante en Colombia.