Columnistas

Opiniones cargadas de metralla y dinamita

Por: Jairo Cala Otero.

Muy de mañana leo las noticias de los periódicos, y las escucho en los noticiarios radiales. En los primeros, exploro, además, el pensamiento de mis compatriotas a instancias de los foros virtuales. Allí encuentro que la agresividad es el común denominador. Mucha gente escribe presa de furia: insulta, agrede, ofende, discrepa con improperios, pero no aporta un ápice de análisis sobre los temas; hay renuncia al uso de la inteligencia, que es consustancial a todo ser humano. (Distinto es que muchos no la despierten).

Por esas ventanas de opinión libre -tan excesivamente libre que se vuelve libertinaje- se «asoman» los gamberros, los rufianes, los díscolos de la palabra. Sus apuntes, amén de ser pésimamente escritos pues acusan desorden, faltas de ortografía y mala construcción gramatical, los retratan de cuerpo entero como agresivos y patanes. Esa patente indica que son personas resentidas, que llevan un fardo muy pesado sobre su mente; quizás frustraciones que nunca han tenido un bálsamo de consuelo, quizás sueños embolatados, o envidias acumuladas sobre los triunfos de otros congéneres. Y, en general, un vacío abismal de educación.

Es inaudito que para opinar distinto a los demás se acuda a las palabras lacerantes y ofensivas, inclusive a los vocablos soeces; nada justifica, de modo alguno, su cabida en esos escritos emborronados. Pero está pasando todos los días. Lo más grave: ese «bombardeo» de desmesura, rustiquez y patanería cuenta con la venia de los editores de las páginas virtuales de los periódicos de circulación nacional, y de los canales de televisión. No filtran los comentarios, que sería un modo de supeditar a quienes quieran intervenir a usar un lenguaje moderado, sereno, respetuoso y civilizado.

Habrá quienes aleguen que eso sería coartar el derecho ciudadano a expresarse. No del todo, porque libre expresión no significa libre agresión contra los otros. Si así fuera ¿dónde quedan los derechos de estos últimos, y el respeto que merecen los demás lectores?

Ese cuadro desalentador refleja, sin duda alguna, lo que nos está pasando a los colombianos: sufrimos de pésima salud mental. Nos sobrecoge un ánimo pendenciero por doquier, por cualquier razón, aún la más baladí. Desde que el Sol despunta para calentar nuestro cuerpo (parece que también la mente, pero no es su culpa) hasta que la Luna nos irradia su inspiradora luz blanquecina, nos atropellamos unos contra otros.

Nos trabamos en discusiones bizantinas, nos mofamos del otro por la misma razón que también nosotros hacemos el ridículo; criticamos sin compasión alguna al prójimo, sin detenernos unos segundos a recapacitar en los mismos errores -o peores- que llevamos arrastrando por el planeta desde temprana edad; calumniamos como si se tratara de un deporte nacional en busca de reconocimiento mundial; descalificamos en forma arbitraria, pero seguramente en el subconsciente padecemos el mismo mal que aquellos a quienes descalificamos; gritamos sin cesar, como si todos los demás seres que nos rodean fuesen sordos. (Hasta escribiendo se grita, al usar textos enteros con mayúsculas sostenidas).

¡Esta sociedad está enferma! Más enferma -y creo no exagerar- que quienes portan fusiles en sus manos y los usan contra la sociedad. Al fin de cuentas ese uso es eventual. En cambio, en las ciudades, donde dizque vivimos los «civilizados», a diario disparamos los «fusiles verbales», que hieren, y, a veces, matan las ilusiones y los sentimientos de otros; esos otros, en muchos casos son aquellos a quienes eufemísticamente llamamos «seres queridos». ¡Qué manera de querer, por Dios!  

En contraste, buscando otros perfiles de ese tipo de publicaciones virtuales, encontré una página de un periódico de Filadelfia, Estados Unidos, que advierte sobre las condiciones que deben tenerse antes de publicar una opinión. Veamos:

«Decálogo del comentarista responsable de pontealdia.com:

«El derecho Constitucional nuestro y de nuestros lectores a la libre expresión es irrenunciable. No obstante, son inadmisibles los comentarios que contengan:

1. Lenguaje vulgar, obsceno u ofensivo.

2. Ataques personales.

3. Mensajes que inciten a la violencia.

4. Textos amenazantes.

5. Acusaciones sin fundamento (calumnias).

6. Retórica de odio.          

7. Comentarios racistas, sexistas o contra las minorías.

8. Publicidad.

9. Basura.

10. Gritos (SOLO MAYÚSCULAS)».

 

Pero, además, encontré otra página de Venezuela, que tuvo que cerrar esa ventana por donde los lectores «vomitaban» porquerías. Se trata de Talcual.com

Dice:

«Estimado lector: La restricción de los comentarios en el portal se debió a la presencia constante de mensajes anónimos que ofendían y degradaban a ciudadanos y determinadas organizaciones políticas del país. Lamentamos esta situación que sólo afecta la libre discusión de las ideas, y resulta contraria al espíritu que anima a TalCual como medio de información y de opinión. Esperamos sea de su comprensión».

¿Qué tal? Muy distinto a lo que nos toca leer en Colombia, ¿no? Y ocurre porque, como dije antes, los editores de esas publicaciones nacionales en el ciberespacio no han regulado las opiniones de los lectores. Libertad es un asunto y es derecho inquebrantable; pero lo otro es libertinaje, es ruin y, por ende, censurable.

Mientras a las opiniones se les meta metralla y dinamita seguiremos siendo un país de agresivos y violentos, sin causa distinta que la de no comulgar con el pensamiento de los demás. Eso nos pone muy mal en términos de civilización.

Solamente con educación, una sociedad podrá transformar sus pilares fundamentales, y encaminarse hacia su integral desarrollo.