Perdimos la credibilidad
Triste es reconocer que el país perdió en todo, y en todos, la credibilidad como consecuencia de los múltiples engaños por parte de la dirigencia en todos los sectores: político, económico, gubernamental, judicial y social.
El propio Estado se ha encargado de incrementar la desconfianza a través de sus actuaciones. No se cumple con las leyes y normas, pero sí exige que los gobernados cumplan estrictamente con ellas.
El Gobierno ha realizado compromisos con diversos sectores que se han visto en la obligación de llamar la atención mediante la realización de protestas. Estos compromisos son incumplidos y violados, como es costumbre, por el Gobierno de turno, lo cual ha generado incredulidad y desconfianza.
El poder económico, basado en el sistema financiero a través del engaño, ha logrado enriquecerse con la miseria de la gente humilde de Colombia. Los engaños y las estafas que ha logrado realizar, para obtener billonarias ganancias, son respaldados por la Administración gubernamental de turno, que se ha beneficiado con los aportes económicos para hacer elegir a sus escogidos.
Los «políticos», o, mejor, los negociantes de la política, que en cada elección buscan el repertorio necesario para engañar al elector o simplemente exigir a través de la extorsión o de la entrega de dádivas, para que depositen el voto que les permita perpetrarse para apoderarse de los recursos públicos, como lo han hecho durante muchos años, son los principales causantes de la hecatombe social.
La mayoría de estos señores, cuya «profesión» es una combinación entre la delincuencia, la mentira, el chantaje y la extorsión, han llegado a los extremos de «vender su alma» al diablo, según se desprende de la actividad judicial, que ha logrado llevar a la cárcel a una mínima parte de esa detestable especie.
Grave es que la propia justicia, una de las últimas esperanzas de las gentes de bien, también se haya puesto al servicio de los poderosos y en contra de las personas trabajadoras y humildes de Colombia.
Las cárceles, en su mayoría, albergan a gente inocente cuyo único pecado puede haber sido no tener vínculos con algunos despachos, mientras que la delincuencia de cuello blanco mantiene estrechos vínculos con algunos despachos corruptos del poder judicial.
Así podríamos quedarnos enumerando los múltiples casos de injusticia, pero desafortunadamente el país fue llevado a vivir una cultura mafiosa que impera en todos los sectores de la sociedad, con excepción de una mínima parte que todavía es correcta y honesta.
Colombia ha perdido la credibilidad en todo y en todos. Hay que buscar entre todos abolir la costumbre mafiosa, para buscar que el país transite por los caminos de paz, progreso y desarrollo.