El más tristemente célebre símbolo de la traición, fue el estampado por Judas Iscariote, tan amado como Juan y que recibió el Maestro en su barbada mejilla. Jesús le espetó: «¿con un beso entregas al hijo del hombre?». De inmediato el taumaturgo, el mesiánico evangelista, fue apresado por la turba judía, su propio pueblo y la soldadesca romana; fue llevado a la cruz, madero de torturas que terminó siendo el ícono del cristianismo; allí murió flagelado.
Antonio Valencia Salazar
Auguste Rodín lo inmortalizó en el mármol. Juan Legido cantó que las españolas pueden darlo de hermanos; «pero un beso de amor no se lo dan a cualquiera»
El más tristemente célebre símbolo de la traición, fue el estampado por Judas Iscariote, tan amado como Juan y que recibió el Maestro en su barbada mejilla. Jesús le espetó: «¿con un beso entregas al hijo del hombre?». De inmediato el taumaturgo, el mesiánico evangelista, fue apresado por la turba judía, su propio pueblo y la soldadesca romana; fue llevado a la cruz, madero de torturas que terminó siendo el ícono del cristianismo; allí murió flagelado en medio de terribles dolores; Judas lanzó arrepentido al viento las treinta monedas de la infamia y colgó su cuerpo del árbol, para arrojar su alma al vacío de La Nada.
Hay besos de besos. El que se da en el carrillo en señal de saludo afectuoso, producto de nuestra cultura occidental. En países europeos y orientales, el ósculo se estampa en los dos mofletes. Es tradición en diplomáticos que reciben a homólogos visitantes. Los rusos se besan en señal amistosa boca a boca, claro, sin la intervención de la lengua, tan cercana a los labios, incentivo erótico del acto sexual, sin lugar a dudas. El besuqueo continuo despierta los sentidos, las manos son aliadas imprescindibles en la preparación del acto final, o «batalla de los sexos».
Besos hay de ternura, de amor espiritual y filial lejos de los deseos de la carne. El arrumaco de la madre, el roce del padre en la frente del hijo que abandona por siempre el hogar; la terneza con los seres amados que dejan el mundo; la caricia a quien regresó de largos viajes, el mimo, la carantoña a nuestros cercanos familiares, la manifestación interna de nuestros afectos a parientes y conocidos, actitud humana en todas las latitudes del planeta. Y «hay besos que matan» al decir de William Shakespeare.
En nuestro medio tropical, el beso boca a boca en sujetos del mismo sexo es «normal» actualmente; lo fue en secreto en los años de oscurantismo, motivo de escándalo, comidilla siniestra de beatas, piedra de maledicencias y censuras, pecado que arrojaba a las llamas del infierno a sus protagonistas.
El beso público de Claudia y Angélica que se hizo noticia en las redes sociales en la tarde del 27 de octubre 2019, fue tan natural, tan romántico y espontáneo, producto de haber alcanzado la primera la Alcaldía Mayor de Bogotá, tanto que no causó sorpresa. «Ellas salieron del clóset» hace ya largo rato, no ocultaron sus apetencias sexuales y la «sociedad» las aceptó. La H. Corte Constitucional avaló el matrimonio en parejas del sexo igual y López y Lozano cumplieron con su promesa por el resto de sus vidas.
La mojigatería nacional sigue latente. Santurrones, hipócritas, melindrosos, ñoños, siguen poniendo el grito en el cielo, ignorando que el acto sexual en personas del mismo género, es inherente a la Humanidad desde la aparición del hombre en la Tierra. Los hechos en tal materia son incontrovertibles. Volvamos a Grecia y Roma y sus pasados de placer o ludibrio y escándalos para corroborar lo dicho. Césares, conquistadores, generales, genios del arte, fueron homosexuales. La historia los ha consagrado en sus páginas de siglos y esplendor. El talento y la inteligencia humana parecen gozar de este privilegio.
Lesbio o lesbia es el gentilicio de los nacidos en Lesbos, Isla del Mediterráneo. En conclusión, debemos desterrar falsos puritanismos y moral sospechosa. En materia de gustos sexuales cada cual puede hacer «de su capa un sayo». El Hombre tiene «libre albedrío», leemos en La Biblia católica.
