El aislamiento hacía sentirse un personaje de ficción encerrado en una solitaria distancia consigo mismo. El confinamiento del cuerpo compaginaba con la lucubración incesante.
Micro-relato finalista en el concurso Poética del Aislamiento, convocado por la Gobernación del Quindío, la UFM de la Universidad del Quindío y la editorial Cuadernos Negros. 2020.
José Yesid Sabogal V.
No tenía tos, ni fiebre y ninguna dificultad para respirar pero no había dormido bien y se levantó más temprano de lo habitual.
Era el trigésimo quinto día del aislamiento y el décimo de un intenso insomnio. Haber visto la plaza central desierta a las cinco de la tarde lo estremeció, le resultó semejante a toda una montaña recién talada.
El impacto le permitiría comprender poco después el desvanecimiento de su beata vecina cuando presintió la furia del Todo Poderoso –«precisamente en plena pandemia»- al saber que su hijo sería sacrificado por primera vez en solitario.
El aislamiento lo hacía sentirse un personaje de ficción encerrado en una solitaria distancia consigo mismo. El confinamiento del cuerpo compaginaba con la lucubración incesante.
La pandemia de mensajes que se desato en las redes sociales muy pronto alteró su percepción generalmente mesurada de los acontecimientos. Reenviaba de manera compulsiva cuanta recomendación recibía sobre cómo evitar el contagio y los llamados ecuménicos al estricto respeto de la cuarentena; restableció el contacto con familiares y amigos de los que estaba distanciado previamente; aceptó sin remilgos todas las solicitudes de amistad.
El resplandor repentino del paisaje lo sobrecogió, al punto que creyó que se trataba del solemne adiós que el resto de la biodiversidad ofrecía, sin revancha, en el funeral de la humanidad; le pareció terriblemente justo y tuvo rabia, mucha rabia contra la especie; sintió pánico del contagio, lo asaltó brutalmente la perspectiva inminente de la muerte y corrió impulsivamente a lavarse las manos, una vez más.
Tuvo la sensación que, invertido, el Bolero de Ravel acompañaría perfectamente el desmoronamiento de la civilización; quiso escucharlo pero manipulado por la esperanza en que los chinos hubiesen encontrado la vacuna, prendió la radio. Contra toda recomendación, las noticias le suscitaron un innoble pero muy humano sosiego: si lo que estaba en vilo no era la vida individual sino la supervivencia humana no había lugar para la tragedia.
El aliento de este reflejo le indicó que el momento era propicio para la meditación: inhalar, exhalar, uno, dos… centrarse en la conciencia del aquí y el ahora… hasta conectar plenamente con el universo. No lo logró, el peso de la incertidumbre lo aniquiló, durmió, por fin, profunda, plácidamente. Soñó que todo era un simulacro global de Eco-n-finamiento como posible medida para frenar el recalentamiento global. Entonces volvió a susurrar al infinito La pollera Colorá.