La orden es jugar, sin importar como, lo que nos lleva a concebir un campeonato en el que gana el menos afectado por la pandemia.
Esteban Jaramillo Osorio
La indiferencia de la Dimayor ante la violación de los protocolos por parte de clubes y futbolistas, pone a las autoridades con los pelos de punta. Notorios son los vacíos en la vigilancia, por carencia de rigor. Fue lo previsto cuando la pelota, después de larga ausencia, rodó en nuestras las canchas.
Conocidos son los casos de clubes que, con futbolistas enfermos, jugaron sus partidos sin importar los riesgos, con la tendencia a ocultar los nombres de los contagiados. Transparentes son en otras partes.
De manera paralela, airean los trapos sucios de los periodistas, justificando o crucificando a los dirigentes y clubes comprometidos, en concordancia con sus afectos desenfrenados. Desmesura irracional con agresiones verbales de perifoneadores que pierden la cordura para ganar simpatías en corrientes pendencieras, incendiando el ambiente.
La orden es jugar, sin importar como, lo que nos lleva a concebir un campeonato en el que gana el menos afectado por la pandemia y no el de mayor calidad en el juego.
Mientras tanto y con las puertas de los escenarios deportivos cerradas, los aficionados pierden importancia en el espectáculo, relevados sus gritos pasionales en las tribunas por recuadros en las transmisiones, con celebraciones forzadas poco auténticas. Por ellos, los hinchas, la dirigencia nada ha gestionado.
Las multitudes en los transportes públicos, centros comerciales y calles populares, no tienen coherencia con la negativa a la presencia del público en los estadios. En Europa, el regreso es gradual, con número limitado y especiales medidas, lo que los futbolistas han resaltado por lo que el público para ellos representa.
En tiempos con depresión, con incertidumbre creciente, la pelota, traviesa o no, es un remedio.