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El Guáimaro de José Martí: PUEBLO SEÑORIAL HERMOSO DONDE ARDIÓ EL FUEGO GRANDE

Parque de la Constitución

 

Texto y fotos

Lázaro David Najarro Pujol

 

Como no conociera la Villa de Santa María del Puerto del Príncipe, hoy Camagüey, el Apóstol de la Independencia de Cuba, José Martí Pérez, tampoco visitó a Guáimaro, ciudad hermosa que entró a la gloria y el sacrificio de la Patria, cuna de la Primera Constitución en Armas, pero si escribió profundas y sentidas prosas poéticas sobre el más oriental de los municipios agramontinos.

El 10 de abril de 1969, en el Guáimaro de los vencedores, los patriotas organizaron la República en Armas bajo la Constitución aprobada para erigir, además una nación (Se estableció la división en los poderes ejecutivo, legislativo y judicial, el funcionamiento de una Cámara de Representantes para la dirección de las acciones, se reconoció a Carlos Manuel de Céspedes presidente de la República y se adoptó la actual bandera nacional como enseña).

«Guáimaro libre nunca estuvo más hermosa que en los días en que iba a entrar en la gloria y en el sacrificio», afirmó el Héroe Nacional de Cuba, quien puntualizó con prosas poéticas: «Más bella es la naturaleza cuando la luz del mundo crece con la de la libertad […]»

Los habitantes de esa ciudad camagüeyana se enorgullecen con las palabras de Martí aquel día de gloria para la Patria: «[…] Estaba Guáimaro más que nunca hermosa. Era el pueblo señorial como familia en fiesta. Venían el Oriente, y el Centro, y las Villas al abrazo de los fundadores».

Aunque todos estaban de fiesta para presenciar con alegría la entrada de los patriotas, no llegó a oídos españoles lo que transcurriría en el poblado. Era una gran conmoción narró José Martí, quien parecía que había sido protagonista al describir la apoteósica acogida a las tropas mambisas y en especial a Carlos Manuel: «[…] ojos, claros y firmes […]».

«Martí sigue su relato publicado en Patria, 10 de abril de 1892: ¡Y qué cortejo el que viene con Carlos Manuel de Céspedes! Francisco Vicente Aguilera, alto y tostado, y con la barba por el pecho, viene hablando, a paso de hacienda, con un anciano florido, muy blanco y canoso, con el abogado Ramón Céspedes. Van callados, del mucho amor el uno, y el otro de su seriedad natural, José María Izaguirre, que en los de Céspedes tiene sus ojos, y Eligio, el otro Izaguirre, rubio y barbado. Corte a caballo parece Francisco del Castillo, que trae a la guerra su fama y su fortuna, y en La Habana, cuando se enseñó, ganó silla de prohombre: y le conversa, con su habla de seda, José Joaquín Palma, muy mirado y celebrado, y muy arrogante en su retinto. El otro es Manuel Peña, todo brío y libertad, hecho al sol y al combate, brava alma en cuerpo nimio. Jesús Rodríguez es el otro, de más hechos que palabras, y hombre que se da, o se quita. Van y vienen, caracoleando, el ayudante Jorge Milanés, muy urbano y patricio; el gobernador Miguel Luis Aguilera, criado al campo leal, y prendado del jefe, y un mozo de ancha espalda, y mirada a la vez fogosa y tierna, que monta como quien nació para mandar, y es Fernando Figueredo. –En silencio pasan unas veces; y otras veces se oye un viva».

Y repicaron las campanas de la iglesia a la orden de Padre de la Patria (Carlos Manuel de Céspedes), con la llegada de Ignacio Agramonte, Antonio Zambrana, Salvador Cisneros, Francisco Sánchez Betancourt y Eduardo Agramonte.  Y de Las Villas no faltaron: el polaco Carlos Roloff, Miguel Jerónimo Gutiérrez y su hijo, Honorato Castillo; Eduardo Machado, Antonio Lorda, Arcadio García, Antonio Alcalá y Tranquilino Valdés.

Fueron tres días que la luz de la libertad irradió Guáimaro. Con una precisión inaudita José Martí detalla los acontecimientos: «El once, a la misma mesa, se sentaban, ya en Cámara, los diputados, y por la autoridad del artículo séptimo de la Constitución eligieron presidente del poder ejecutivo a quien fue el primero en ejecutar, a Carlos Manuel de Céspedes; presidente de la Cámara, al que presidía la Asamblea de Representantes del Centro, de que la Cámara era ensanche y hechura, a Salvador Cisneros Betancourt; y general en jefe de las fuerzas de la república al general de las del Centro, a Manuel Quesada».

El día 12, reseñó el Apóstol: «[…] De pie juró la ley de la República el presidente Carlos Manuel de Céspedes, con acentos de entrañable resignación, y el dejo sublime de quien ama a la patria de manera que ante ella depone los que estimó decretos del destino […]».

«[…] Guáimaro vivió así, de casa en casa, de junta en junta, de banquete en banquete. Hoy Céspedes convidó a su mesa larga, y entre rústica y rica, con ochenta cubiertos, y manteles y vinos: y en la mirada ceremoniosa, y siempre suya, se le veía la felicidad: ¡qué arranques conmovedores, de jóvenes y de viejos, y qué mezcla de pompa aprendida y de grandeza natural en los discursos! […]».

Un mes después, el 10 de mayo, las tropas mambisas y los guaimareños, ante la aproximación de las tropas españolas, decidieron continuar el ejemplo de los bayameses de quemar el pueblo entero antes de entregar a las tropas enemigas.

José Martí lo refleja aquella epopeya: «Ni las madres lloraron, ni los hombres vacilaron, ni el flojo corazón se puso a ver cómo caían aquellos cedros y caobas. Con sus manos prendieron la corona de hogueras a la santa ciudad, y cuando cerró la noche, se reflejaba en el cielo el sacrificio. Ardía, rugía, silbaba el fuego grande y puro; en la casa de la Constitución ardía más alto y bello. Sobre la ola de las llamas, en la torre de la iglesia, colgaba la campana encendida. Al bosque se fue el pueblo, al Derrocal. Y en la tierra escondió una mano buena el acta de la Constitución ¡Es necesario ir a buscarla!».

El líder histórico de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz expresó el 10 de octubre de 1968 en La Demajagua: «En Camagüey los revolucionarios desde el primer momento proclamaron la abolición de la esclavitud, y ya la Constitución de Guáimaro, el 10 de abril de 1869, consagró definitivamente el derecho a la libertad de todos los cubanos, aboliendo definitivamente la odiosa y secular institución de la esclavitud».Parque de GuáimaroObelisco en el Parque de la Constitución