René Pérez
En 266 páginas de texto corrido, la piel, el alma, la conciencia, en fin, el cuerpo entero del lector se va corrugando como un pedazo de papel al que se le arroja el más agresivo de los ácidos porque Mi Pequeña Eulalia es retrato de nuestra trágica historia.
Aida Yepes logra en Mi Pequeña Eulalia una comunión tan sutil, tan imperceptible entre la realidad y la ficción que en definitiva su obra termina siendo un solo bloque que encaja en lo histórico sin perder su condición de novela. «Mataron a Gaitán», el grito que sacudió a toda la Colombia de esos años luctuosos, lo convierte en la espina dorsal en la que va encajando, con rigurosidad en tiempo y espacio, uno a uno los tremendos episodios de lo que se conoce como «la violencia» en el país de mediados del siglo pasado cuando un «nuevo día es peor que el anterior», como Aida Yepes lo manifiesta.
Como si estuviera tejiendo un tapiz con hilos de muchos colores, va enlazando una palabra con la otra de tal manera que no quedan vacíos, interrupciones y entonces la lectura se desliza con una suavidad torrencial que solo para hasta el punto final. Tal como es nuestra historia.
Minuciosa en los detalles, lleva al lector casi que en vivo y directo al mismo centro del poder donde la trampa, la mentira, la deslealtad, la traición es el lenguaje que domina, y al campo, que en palabras suyas «está en su hora de muerte».
Igualmente, a cada uno de sus personajes, a todos, les pone carne para que dejen de ser eso, personajes, y se conviertan en lo que fueron y son, protagonistas, porque -y acá es donde radica la enormidad de Mi Pequeña Eulalia- la autora logra de manera magistral que su escrito no sea algo del ayer sino también del hoy: Basta con remplazar sus nombres por los protagonistas del ahora. Y con la valentía de una escritora que no vacila, al referirse a los que manejan el poder, en hundir las teclas de sus propios nombres.
Con sus protagonistas, Aida Yepes tuerce al más tieso de los nervios del lector: unos, haciendo vida en el despojo de tierras, en la complicidad con la soldadesca para la tortura, para el exterminio de comunidades, en el incendio de hogares, en las violaciones. Otros, paliando sus desventuras en el amor, en la ternura, en las risas, en los arrumacos y en la lucha; y mientras buscan refugios «recorren la riqueza de Colombia entre muertos». Porque Mi pequeña Eulalia también es poesía.