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En los Canarreos: PECES CIEGOS

Ballenato

 

 

Lázaro David Najarro Pujol

Ilustraciones René de la Torre

 

En Punta del Este nos sorprende el amanecer con uno de los paisajes naturales y arrecifes coralinos más hermosos e impresionantes que hasta ahora he visto.

–Dele para aquella Playita, Fausto –ordena el patrón.

Las cayerías se observan hermosas iluminadas por el sol de la alborada.

«–¡Qué encantos nos presenta la naturaleza en estos remotos paisajes, en donde la presencia del hombre no altera su fisonomía con el carácter de su genio variable y destructor!» –digo para mí.

–Lancen los chalanes al mar. Vamos a en busca de la manjúa –ordena el patrón.

–Oye, Benito, me parece que en esta zona no abunda la manjúa.

–Es verdad, Fausto. ¡Estamos dando palos de ciego!

Decidimos cambiar el rumbo. El tiempo se presenta con olas grandes y vientos fuertes. Mientras Fausto prepara un plato con bonito para el almuerzo, me explica que esa especie pertenece a la familia de los Escómbridos y que es uno de los pescados más exquisitos del Caribe.

–Cuando se consume estamos tomando un alimento saludable y sano, rico en proteínas. Aporta minerales como el calcio y el yodo, esenciales para el metabolismo.

–¿Y la manjúa?

–La pesca de la manjúa es lo fundamental para la captura del bonito. Si no coges manjúa no agarras bonito. Además, los bonitos se desplazan en grandes manchas y necesitan nadar continuamente porque carecen de vejiga natatoria.

–En mi poblado, allá en Santa Cruz, no existe flota bonitera.

–En Santa Cruz pueden encontrarse manchas de bonito, pero es en Isla de Pinos, La Coloma, y Nuevitas, donde mayor se captura esta especie.

El bonito es un pez de aguas templadas y tropicales. También se captura en la costa este del Pacífico, en la zona tropical del Atlántico, en la región del Mediterráneo y en torno a Australia.

–Y para que no se quejen, hoy les voy a preparar un exquisito plato con bonitos. ¡Para chuparse los dedos!

–Me encantaría, Fausto. Me encantaría.

Sobre la mesa, Fausto tiene varios filetes de bonitos para el almuerzo. Es un pez de color azul plateado con diminutas escamas y dos aletas dorsales. La aleta dorsal trasera y la aleta anal van seguidas de varias aletas pequeñas. Puede pesar hasta diez kilogramos y alcanzar una longitud de más de un metro.

En la cocina dominaba el olor a pescado frito.

–Durante los meses de verano, junio-septiembre, se originan las mayores capturas del bonito. Esta faena requiere de mucha dedicación, conocimientos y habilidades.

Salimos del mar abierto y nos pegamos a un cayuelo. La tripulación aborda varios botes de remos en busca de la manjúa. Una hora más tarde regresa el patrón en uno de los chalanes para recoger la jaula y el chapingorro.

–Ahora si, Fausto, ahora si encontramos manjúa. Vamos, David. ¡Ustedes también, Orlando y Álvarez! ¡Los invito a la pesquería!

Pegados a la cayerías calamos el chinchorro y acoplamos la jaula. Comenzamos a acopiar. Pronto toda la especie está en la jaula y a una señal del patrón el barco se aproxima. Terminamos antes del mediodía de depositar la manjúa en los viveros.

 –¿Tú crees que habrá mal tiempo? –pregunto al Galleguito.

–No lo puedo saber, pero siempre en el golfo hay olas que estremecen el barco. ¿Por qué?

–No estoy acostumbrado a navegar con grandes olas. Tengo miedo de marearme.

–Marearse es normal. ¿Piensas que yo al principio no me mareaba?

En lo que el Galleguito me responde, una brisa fuerte sopla del sudeste.

–Es casi mediodía. Ya estamos saliendo de La Pasa del Vapor. Vamos rumbo al Golfo.

–Ahora viene lo «bueno», ¿verdad? ¿El barco va a crujir con las grandes olas?

–Me temo que sí. No mires hacia abajo.  Si miras hacia abajo te mareas con mayor facilidad. Mira hacia el horizonte.

–Es que nada más de pensarlo, me siento mareado.

–¿Ya éstas mareados?

–El desayuno lo tengo atorado aquí en la garganta.

Las aguas enfurecidas se precipitan sobre la cubierta. El patrón se dirige a mí.

–Oye, David, córrete hacia el caramanchel. Puedes caer al agua.

–Pierda cuidado, Benito. Tomo precauciones.

Navegamos con marejadas fuertes en proa. Benito prepara la vara de pescar. Utiliza el típico anzuelo, pero con algunos añadidos que hacen la función de cebo.

«Estoy completamente mareado». Camino tambaleándome con los pies descalzos sobre la cubierta. Encuentro un vacío en mis pies. Ni el mayor esfuerzo físico puede compararse con los efectos de nauseas en alta mar. Logro llegar a mi camarote, vomito todo el desayuno. Pierdo el conocimiento o quedo profundamente dormido. En realidad no lo sé bien. Unas horas después me despierta la voz del patrón:

–Los felicito a todos: La captura de hoy ha sido muy buena.

En espera de la comida, la tripulación, con ropas secas, aprovecha el tiempo libre con un buen partido de dominó. Los jugadores hablan a la misma vez. Golpean con las fichas la mesa. Me invita el Galleguito.

–Venga, David, únase a nosotros.

–No, que va. No que va. Todavía no me siento bien.

–La felicitación también es para ti. Aguantaste hasta que pudiste. Olvídate del mareo. Ven a jugar.

–No, que va, Benito. La cabeza me da vueltas. Es mejor descansar. Hoy no voy a comer nada. ¿Para qué, si voy a vomitar la comida?

Me siento como si estuviera entre la vida y la muerte. Benito, el patrón, trata de darme ánimo.

–No te preocupes, muchacho, en una o dos semanas ya te adaptarás. Tendrás que alimentarte aunque eches las tripas después. Parece mentira que te vuelvas atrás. Tú mismo lo has dicho: Anímate, que no hay infierno.

–No te inquietes, Benito, hasta que no cumpla el período de práctica no regreso a Cayo Largo. Además, es mejor ahora que después de graduado. ¡No!

–Claro muchacho. Yo confío en ti.

Transcurren tres semanas; tres semanas que me parecen una eternidad, pero ya estaba algo recuperado de los mareos. Los vómitos disminuyeron. La cabeza dejó de dolerme. Vamos una vez más hacia el golfo. Entramos al veril y las aguas toman un color azul fuerte. El veril está muy próximo a los islotes y cayos, precedido de una explanada de escaso relieve. Contemplo un gran pez:

–¡Miren hacia el horizonte! Allá se divisa un cachalote.

–Muchacho, no veo nada –reclama el patrón.

–¿Ustedes no ven aquel chorro grande de agua que parece una manguera cuando resopla para arriba?

–¿Dónde? –pregunta el patrón.

–¡Al suroeste!

Observo con los prismáticos el agua expulsada por el cachalote. Benito me explica que en ocasiones esos cetáceos se ven en lugares tropicales.

–La primera vez que vi un cachalote recuerdo que comenzaba en estas faenas y no conocía nada de eso y me preguntaba qué cosa era debido a lo grande de su tamaño y por tanto humo que expulsaba. Claro que después me explicaron mis compañeros que no era humo, sino agua que lanzaba a la superficie al respirar.

–Oiga, David, los cachalotes recalan por estos mares de Isla de Pinos porque son ciegos –afirma el Galleguito.

–No digas disparate. ¿Qué es eso de que los cachalotes sean ciegos?

–¡Óigame, yo no digo mentiras. Yo leí en un libro que esos cachalotes recalan en el trópico porque son ciegos!

–¿Qué libro, ni que libro?, eso es un disparate.

El patrón mira al este y pregunta al Galleguito:

–Oye, Galleguito, ¿ves algún ave, pero que no sea ciega?

Todos ríen y se tapan los ojos, menos el Galleguito que no celebra el chiste. Apenas se ve una gaviota. Sólo aparece algún rabihorcado de cuando en cuando y a gran altura.

–No diviso nada, Benito.

–¿Tú crees que encontremos el cardume?  –pregunto al Galleguito.

–¿El qué?

–La mancha de bonito, tío.

–¡Ah! ¡Ojalá!.

–¿Y esas corúas nos indican la proximidad de la mancha del bonito?

–No, qué va. Cuando penetremos en el golfo no las verás más corúas.Pegado a las cayerías calamos los chinchorros

Percibimos el efluvio de los barcos.