Esteban Jaramillo Osorio
Nacional sacó fuerzas de flaquezas, con el impulso anímico de su portero Mier, rechazado en el pasado, en camino de la experiencia y la consolidación, tan influyente con sus atajadas como lo fue Armani, para ganar sin discusión.
Supo caminar sobre la cuerda floja, activó su fútbol en el cierre cuando el resultado era incierto, capitalizar los errores del rival y, con goles nacidos del talento individual, o de antiguos libretos, como el del viejo zorro Zubeldia, otrora técnico ganador, consiguió su nueva estrella, en dos partidos. «Doble cabezazo en el área, es gol».
Lo hizo sin trampas, sin quebrantar el reglamento, sin lujos, pero con altos topes de emoción.
El mejor equipo de la historia, en Colombia, por sus títulos, las figuras, los entrenadores que pasaron por sus filas, su juego, su hinchada, su músculo financiero, su eterno protagonismo y su pasión al competir.
Tolima mató al tigre y se asustó con la piel. Con el título en sus manos, saboreando momentos significativos que lo sacaron del atasco, empeñado con argumentos sólidos en «la misión imposible de la remontada», vivió el sueño del triunfo, al borde de la realidad, pero momentos traumáticos por el penalti errado y la expulsión de Cataño, le enredaron el camino.
Desde el minuto 52 jugó en inferioridad, luchando por no perder, dominado por los miedos. Confundió su libreto, de proponer con decisión, avanzando líneas, pasó a prevenir con repliegues arriesgados, regresaron las equivocaciones y se «le robaron la cartera”.
Cedió pelota, espacio, iniciativa y protagonismo de ataque, el mismo error que lo condenó en el juego anterior. De dominador paso a dominado.
El cansancio jugó en su contra, aunque aguantó un partido que, como péndulo en su resultado, oscilaba de un lado a otro, hasta el toque final.
Al Tolima no solo lo venció Nacional. Perdió por el denso y anti técnico calendario, con simultaneidad de tres torneos, por las lesiones, por la rotación sin criterio, por sus errores puntuales de concentración en los marcajes, por las inoportunas equivocaciones de su portero y por la confusión de sus ideas, en pasajes clave de los partidos.
Nacional llegó a la gloria por la influencia de su oficio, la jerarquía de sus jugadores, por el efecto camándulas y rosarios de sus hinchas cuando las cosas no andaban bien, porque no se impacientó, por los retoques de su entrenador y porque sacó provecho de los fallos del Tolima, que definieron la serie.
En la final emocionante hubo fútbol y no guerra. Con juego se aplacaron el triunfalismo y las provocaciones. Fueron estremecedores los goles por su factura, con desbordes de emoción. Fue tensa la combinación de juego, goles y temores, e influyente fue el reloj.
Los goles en los últimos minutos en Medellín a Ibagué, marcaron la rotunda sentencia para el título.
Final de lujo para un justo campeón. Qué bello es el fútbol sin trampas.
Nacional sacó fuerzas de flaquezas, con el impulso anímico de su portero Mier,