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DE MIS LIBROS Y MIS LECTORES…(II)

Portada del libro Érase una vez en Guatavita

 

 

 

René González-Medina 

Asociación Caucana de Escritores -ACE

Especial para Primicia Diario 

«El maestro» Jota Guillermo, ciudadano intachable que se constituye en válido motivo de orgullo para su ciudad, para Antioquia y para Colombia y, por supuesto: para las cuatro bellas hijas, los nueve nietos y una biznieta que son el grupo familiar producto de su unión con Luz Helena Uribe, su esposa fallecida hace ya algo más de año y medio, es el lector que ha henchido de felicidad mi corazón.  Y, ¿por qué no? también mi ego. 

        «Hace poco menos de 40 años, a principios de los 80” –escribiría Iván Velásquez Gómez, actual Ministro de Justicia del gobierno de Gustavo Petro– «tuve la fortuna de conocer a J. Guillermo Escobar Mejía de quien, por los comentarios emocionados que me hacía mi esposa cada semana después de asistir a la clase sabatina que él impartía en la Facultad de Derecho de la Universidad de Antioquia, tuve la convicción de que sería el único profesor de la facultad que podría dirigir mi tesis de grado». 

Lectura, su amiga fiel

         Su hija, quien le dio a conocer mi libro y quien tomó la instantánea que acompaña la nota, me comentó que su padre -una vez leyó el relato- le dijo que este le pareció «hermosamente escrito y maravillosamente ilustrado. Que era una hermosura de obra».  Estas apreciaciones del «maestro» Jota Guillermo, persona que valoro por la extraordinaria y nada común coherencia con la que ha manejado su vida en un país donde como en la canción mexicana «la vida no vale nada», concita todo mi respeto.

        «No me es difícil, doctor Jesús Guillermo, imaginármelo enfrentando con la razón de la jurisprudencia los abusos y atropellos que aquí, en el país que alguna vez se consagrara al Sagrado Corazón De Jesús, la mayoría de las veces son cometidos por agentes del Estado. Me parece verlo, a usted, a altas horas de la noche o en los fines de semana que se supone son para el descanso merecido, rodeado de libros, documentos foliados y sueltos, estudiando las complejidades no de los asuntos por resolver sino los de esa bendita adicción suya a lo legal, auténtica enfermedad.  A las peleas que ‘compraba’ cuando la ley, amparada en los dictados de los códigos y las normas y en el poder oculto de las ‘letras menudas’, marchaba en contravía de lo que para usted era justo.

        «Usted, que es parte viva de esa generación de colombianos que para avalar un compromiso jamás requirieron de firmar y notariar ‘papeles’ porque para usted el valor de la palabra empeñada era compromiso sacro.  Usted, ‘maestro’ Jota Guillermo, quien debió y debe sufrir como un condenado ante esta descomposición social que escapa de llevarse todo lo bueno y lo demás por delante, lo imagino recargando su angustia –para no desfallecer- con los hermosos recuerdos de los tiempos idos.  Con las costumbres y las modas ingenuas y decentes que por tradición iban de abuelos a hijos alegrando la existencia.  Escuchando bambucos y pasillos, boleros y tangos para -a punta de revivir nostalgias- alegrarse el alma.  A usted, padre amoroso y estricto; abuelo cómplice y dilecto, quien en más de una ocasión puso en riesgo la seguridad personal suya y de su familia por cumplir con lo que sabía era su deber ineludible.  Que al asumir los problemas de la gente socialmente más vulnerable se los metió, como un tinterazo de aguardiente, entre pecho y espalda.  Esos ‘pobres diablos’ que al no tener quien sacara la cara por ellos no encontraban alternativa distinta a la de buscarlo para confiarle los motivos de sus angustias, para poner en sus manos y en su compasión sin límites la poca fe de sus alicaídas esperanzas; le entregaban ellos, ‘los de abajo’ sus desventuras; las dificultades que hacían añicos su cotidianidad volviéndolos renegados.  Descreídos de la institucionalidad, de los gobiernos y de sus gobernantes.

        «Usted, mi querido ‘Don Jota Guillermo’; el hombre probo y correcto que jamás condescendió con las propuestas indecentes, al apersonarse de defender los violados derechos de todos aquellos que no contaban con un súper héroe que los defendiera, lo hizo.  Hizo suyas las desdichas de su prójimo.  Y al asumir las ‘causas perdidas’ echó, de modo consciente y sobre sus hombros, la pesada carga.  De paso se echaría encima –también- las amenazas de las iras ajenas». 

Lo grato de agradecer 

        La imagen tomada por Luz María a su progenitor, el infatigable defensor de Derechos Humanos, permite ver cómo del libro Érase una vez en Guatavita… lee -en ese momento- las páginas 86 y 87, que en español e inglés respectivamente dicen:

«El desinterés de Sua por ella, sumado a sus constantes y reiteradas muestras de desamor, consiguieron que el cariño honesto de la Güi Chyty por él, así como la profunda admiración que le inspiraba, se fueran consumiendo; que de forma lenta y como débil llama, sin caer ella en la cuenta de qué día ni a qué hora, se extinguieran». 

«The lack of interest of Sua for his wife, alongside his constant and repeatedly samples of indifference, only made that the honest love of Güi Chyty hand for him, likewise the profound admiration he used to inspire her, in a slow way it started being consumed, as a weak flame, without realizing when it would be completely extinguished». 

Por leerlo, por conceptuar de tan bonita forma mi oficio, por haber ejercido y enaltecido su profesión al trabajarla como el más auténtico de los apostolados, ¡gracias!¡Muchas gracias, Doctor Jesús Guillermo Escobar Mejía!

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