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Aborígenes: PENSAMIENTO INDIO

Indígena norteamericano 

 

 

 

 

 Gerney Ríos González

Los indígenas americanos, igualmente llamados indios, aborígenes americanos, nativos americanos y amerindios, tuvieron en los apaches, aztecas, cheroquis, nahuas, mayas, caribes, yanomamis, mayorunas, incas, guaraníes, quechuas, aymaras, chibchas y mapuches, sus referentes.

Entre los más destacados guerreros y pensadores indios sobresalen Tasunka –Witko (Caballo Loco), sioux oglala; Tatanka Yotanka (Toro Sentado), jefe de la tribu sioux Hunkpapa; Goyathlay (Gerónimo), apache chiricahua, engañado y traicionado por intereses de quienes ostentaban el poder económico-militar en Estados Unidos;

Shikhashe (Cochise), ilustre jefe de los apaches chiricahua, quien proclamó «…Los blancos son muchos y los indios pocos… yo quiero vivir en estas montañas… firmaremos La paz y la guardaremos fielmente… pero nos dejarán libres, ir a donde queramos».

Mahpiua-Luta (Nube Roja), Dakota sioux; don-ha (Mangas Coloradas), apache mimbreño; Satanta (Oso Blanco), conductor kiowa; Tecumseh (Estrella Fugaz); guía shawne, conocido por su frase: «Ninguna tribu puede vender la tierra. La única salida es que los Pieles Rojas se unan para tener derecho común e igual en la tierra, como siempre ha sido, porque no se dividió nunca».

Famoso el mensaje de Hinmahtoo – Yahlahket (Joseph) de la tribu nez perce: «el hombre blanco no tiene ningún derecho de venir sencillamente aquí y quitarnos nuestras tierras. Este territorio ha pertenecido siempre a nuestra tribu… Nosotros estamos contentos y felices con que se nos deje en paz».

Nombres de aborígenes que dejaron profunda huella en suelo americano en los siglos XVIII, XIX, y XX fueron: Seattle (Suquamish), Obwendiyac (Pontiac), MakataeMishkiakiak (Halcón Negro) y el nativo Navajo Askkii Dighin (Manuelito), pensador silvestre, célebre por afirmar: «Queremos la paz y los blancos hablan de guerra… en tiempo de nuestros padres se oyó decir que llegaban los hombres blancos por el oeste, a través de un gran río… Oímos hablar de pistolas, pólvora y plomo: armas de yesca y pedernal primero, de fulminantes después. Ahora de rifles de repetición». La historia se duplica una y otra vez en esta Indoamérica en ebullición. Los actores son los mismos. Los tambores se cambiaron por celulares.

El exterminio masivo de la población americana, primigenia se calcula en 40 millones de seres. El hombre blanco implantó su dominio con la sangre derramada de esos hermanos de la raza. La «hazaña» de Mason al quemar vivos a 500 indígenas parece ser el inicio de las matanzas. Los aborígenes sostuvieron por lo menos 111 guerras contra los blancos «carapálidas» y sobrevivieron hasta 1898, pero las perdieron casi todas frente a la ferocidad y armas de los contrarios; se proponían los invasores renovar y reorganizar el Nuevo Mundo, para lo cual se creían «privilegiados» de la Providencia.

Sangre y Fuego

Los anglosajones en Norteamérica difundieron la ideología según la cual, lo mítico de sus ancestros descendía de la raza germana, cuyas raíces se hundían en la India. En consecuencia, provenían de la «cuna de la humanidad» y eran superiores conservándose «pura» la raigambre; con el itinerario del sol en el espacio, descendió el poder a las montañas para sojuzgar al imperio romano y luego al resto del mundo.

Con tales consignas los invasores de América acrecentaron la violencia y el exterminio de las tribus dueñas de la tierra en un intento bárbaro de civilización. Los extranjeros solo vieron en los indígenas, tribus cuya degeneración debían erradicar a sangre y fuego.

Un informe de míster Bell al comité de asuntos indios del Congreso de EE.UU. en 1830 determinaba
«el derecho de las naciones civilizadas a establecerse en las tierras conquistadas exterminando a las tribus salvajes». El negro desea confundirse con el europeo y no puede. El indio podría conseguirlo hasta cierto punto, pero desdeña intentarlo. El servilismo de unos le entrega la esclavitud y el orgullo del aborigen, también la muerte.

Aquí intervino la Corona Española para proteger a los indios en su derecho de posesión inalienable. Se les dio condición de nación y fueron proscritos los embargos de la tierra y los bienes o venta a los colonos y se frenó en parte la codicia de los invasores. Tratando de no parecerse a los españoles, los ingleses «repartieron» parcelas a los indígenas para que las cultivaran y convirtieran en granjas y las dejaran a la descendencia. De esta forma, tribus de mohicanos, seminolas, creeks, choctaws, chikasaws, cheroquis, fueron «alineados» en la nueva cultura y resolvieron aceptar la nueva vida, no así otras tribus que con su autonomía eran un estorbo a la colonización del Oeste; asediados, hostigados,
combatidos, los originarios que no quisieron granjas, fueron forzados a retirarse hacia el Misisipi con suprema violencia, entre 1815 y 1830.

Fueron los padres de la Constitución de Estados Unidos los que orientaron la entrega de tierras y granjas a los indios, destacándose los presidentes, Thomas Jefferson (marzo 1801 – marzo 1809), Andrew Jackson (marzo 1829 – marzo 1837) y Franklin Pierce (marzo 1853 – marzo 1857), este último quien con la aceptación de los colonos de Tennesse, Georgia, Alabama y Misisipi, aprobó la masiva deportación de los indios hacia el río, a las reservaciones acordadas. Seminolas y cheroquis que se habían plegado a las pretensiones de los «carapálidas», de vivir como lo ordenaban, fueron también
desalojados de sus propiedades.

En este éxodo forzado hacia el Misisipi, en el llamado «camino de las lágrimas» murieron cuatro mil indios. Según dijo Andrew Jackson «se levantaron granjas y ciudades llenas de todas las bendiciones, la libertad, la religión y la civilización». No paró allí el acoso a los legítimos dueños de la tierra: el Congreso de Estados Unidos prohibió en 1871 celebrar contratos entre los gobiernos de los Estados y los indígenas; era tanto como aceptar una nación dentro de otra, desconociendo la legitimidad de la heredad.

Así, se promulgó el Acta de Henry Dawes de 1867, cuya finalidad, «ayudar» a los indígenas americanos a ser dueños de su propio rancho y obligados a pagar impuestos al Estado. Sin embargo, los colonos blancos «compraron» la mayor parte de las tierras aborígenes. Un lustro atrás, los cazadores e invasores estadounidenses mataron millones de bisontes con el fin de que los amerindios murieran de hambre y desespero.

Lo precedente aconteció en Cunday, suroriente del Tolima, con motivo de la reforma agraria de Carlos Lleras Restrepo (1966 – 1970), cuando a los campesinos de origen indígena se les entregó parcelas. Los nuevos propietarios al no tener conocimiento para poner a producir estas granjas agrícolas y presionados por la violencia, decidieron canjearlas por cerveza y bebidas embriagantes.

 

«Caballo loco» uno de los mejores guerreros de los indígenas norteamericanos