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Armero: CRÓNICA DE UNA CATÁSTROFE ANUNCIADA  

Armero después de la tragedia. 

 

 

 

Gerney Ríos González 

Articulo publicado  por la revista Magazín Al Día, en el mes de septiembre de 1984

«Existen antecedentes recogidos por diferentes cronistas sobre la actividad volcánica del Nevado del Ruiz, que cual, «león semidormido» mira de vez en cuando hacia Manizales la capital de Caldas y las poblaciones que sestean al pie de sus laderas.

Los últimos pronósticos científicos señalan que el cráter Arenas se mantiene activo y que lanza de vez en cuando piroclastos, columnas de humo azufradas y en algunas poblaciones, se ha detectado la ceniza volcánica que igualmente afecta los cultivos y los pastos, alimento del ganado de leche y ceba de la vasta región de su influencia.

Si mal no estamos de memoria, el miércoles 19 de febrero de 1845, el Volcán Nevado del Ruiz explotó y los expertos en labores de salvamento calculan que mil personas, labriegos que se negaban a creer en la inminencia de una erupción y habitantes de los contornos de los Ríos Lagunilla y Azufrado y parte del Guali, perecieron en la avalancha, generada en el deshielo de millones de toneladas métricas, agua que se mezcló con desechos y productos del volcán para causar la hecatombe. Este acontecimiento, pese a lo lejano en el tiempo, puede repetirse para dolor de Colombia. Ojalá no suceda.

Este Nevado – Volcán, ofrece graves riesgos para la vida de la comarca. Son por lo menos siete o nueve poblaciones todas dedicadas a la agricultura y la ganadería asentadas en su entorno, por la fecundidad de sus tierras y los altos rendimientos económicos. Dios quiera que lo peor no ocurra. Poca importancia se le da al Nevado del Ruiz, que parece un gran copo de nieve visto desde la ruta Ambalema – Armero y que alegra el gran paisaje caldense. El turismo al pie de sus estribaciones podría perjudicarse seriamente si se produjera la explosión del gigante en reposo.

En fin, todo sería ruinas en varios kilómetros a la redonda si tenemos en cuenta la experiencia de las ciudades Pompeya y Herculano en el año 72 de nuestra era, sepultadas por el Volcán Vesubio, en su más catastrófica erupción con 30 mil muertos, cuyas momias han sido encontradas en las excavaciones emprendidas en 1845, tétricos retratos de piedra con el horror marcado en sus rostros de espanto, calcinados por torrentes de lava hirviente que los convirtieron en recuerdos de ese pasado, cuando muchos nobles de la realeza romana que allí tenían sus fincas de veraneo, perecieron sepultados por los ríos calcinantes del líquido de la tierra, el magma derretido por las infernales temperaturas de su interior.

Y hay algo muy importante. Cieza de León, cronista que acompañó a los conquistadores de nuestro territorio colombiano, dominadores del orgullo de nuestros antepasados los indígenas, auténticos americanos del Continente de Colón, fue testigo de excepción de una explosión del Volcán Nevado del Ruiz, en una época en la cual no se conocía la verdadera naturaleza de esta belleza del paisaje. Tal hecho se produjo en 1595 y en sus crónicas este periodista nacido en Sevilla España, narró lo que vio, humaredas y un volcán en plena actividad al cual, con el transcurso de los años, no se le puso la debida atención para evitar desgracias en los moradores circunvecinos, como lo sucedido en 1845 con el crecido saldo de muertos ya descrito, animales y casas destruidas al paso de la gigantesca avalancha de los ríos crecidos por el fenómeno del deshielo. Dos advertencias históricas del peligro que ofrece el Volcán Nevado: lo visto por Cieza de León y la tragedia del año referido. ¿No tomará el gobierno medidas especiales para evitar una desgracia de incalculables proporciones? ¿No son suficientes los pronósticos científicos sobre una presunta erupción del Volcán Nevado del Ruiz y lo registrado en 1595 y 1845, y otras importantes premoniciones y advertencias de lo que pueda acontecer?

Mi madre, Elida González, quien reside en Armero, nacida allí, me ha contado compungida lo que sucede a diario con las noticias y las murmuraciones de las gentes acerca de una inminente erupción del Volcán Nevado. Me ha relatado, cómo la ceniza cae cual ligera bruma sobre la población, el aire es enrarecido por el azufre vomitado por el monstruo en kilométricas columnas de humo al infinito. Ella, ciertamente, teme que se produzca una explosión de imprevisibles consecuencias, y al conocer bien el Río Lagunilla me ha explicado que una avalancha podría sepultar a Armero y sus gentes. Teme por su vida, por la de 30 mil habitantes de la zona urbana y rural, aledaña a los ríos que circundan el municipio, y sabe que se han tomado algunas medidas de prevención, pero considera que no son suficientes.

Los habitantes se niegan a evacuar por miedo a perder sus heredades, sus pertenencias, que los vándalos lleguen y arrasen con todo, antes que lo haga la avalancha del Volcán, que irremisiblemente, se precipitará por el enorme cañón del Río Lagunilla, justo sobre Armero y sus habitantes. Mi madre, abriga fundados temores y no es para menos. Los pronósticos de los vulcanólogos apuntan a una explosión, no se sabe cuándo, pero ocurrirá; el Volcán Nevado del Ruiz no ha cesado en su actividad ígnea nunca.

Todas las medidas precautelativas que se tomen para evitar una desgracia, habidos los antecedentes históricos, no sobran. El gobierno está en la obligación perentoria de alertar a los pobladores de Armero sobre la inminencia de un desastre de vastas consecuencias. Como periodistas, estamos atentos a los comunicados de los vulcanólogos y a las recomendaciones que emitan para transmitirlas a los armeritas y poblaciones circundantes, con el fin de poner a salvo sus vidas y bienes cuando, no lo quiera la desidia gubernamental, el volcán estalle con truenos de muerte por su gran cráter Arenas y quien sabe cuántos otros cráteres más.

El presidente Belisario Betancur, su ministro de minas Iván Duque y el gobernador del Departamento del Tolima, experto en reuniones sociales, están anunciados de lo que pueda ocurrir. No hay que olvidar que gobierno avisado, no soporta catástrofe y ¡cuidado con aquellos expertos en explotar el dolor humano, para llenar sus alforjas!».