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UN MONSTRUO DIMINUTO

El celular se ha convertido en un aparato indispensable.

Está lleno de mentiras y verdades, de vídeos de gatos, conversaciones amorosas y alguna que otra crisis mundial.

 

 

Anahí Gonzales Chambi

Está ahí, sentada en la banca de una plaza, con el temor de ser víctima de una paloma con buena puntería. A veces se la ve en un café, de esos bohemios que le gustan, empapada de humo e iluminada por la luz de una vela. Hasta ahí todo bien. Pero ella tiene consigo un monstruo diminuto, y no lo sabe. Claro, todo es subjetivo.

Está cerca de una de sus nalgas, atorado en el bolsillo de sus pantalones. Quiere ser notado, entonces algo vibra, como diciendo «¡Sácame! ¡Quiero hipnotizarte, quiero que me sostengas!» Casi parece un bebé que quiere lactar. ¿Un monstruo diminuto puede ser un portal al mundo entero?

En el siglo XXI, sí. Pero es peligroso, el monstruo diminuto es un ser capaz de hacer feliz con la misma intensidad de hacerte infeliz, de destrozarte por verdades que no querrías saber, de llenarte la cabeza de superficialidades y falsas verdades.

Él te roba algo que no volverá, pero no puedes evitar desearlo. A cambio de todo lo que ella quiera saber, él sólo le robará su tiempo, valioso e irrecuperable.

El monstruo diminuto tiene la llave de su vida, tiene sus fotos, mensajes, búsquedas. pero hay algo que teme: siempre puede ser reemplazado.

Está lleno de mentiras y verdades, de vídeos de gatos, conversaciones amorosas y alguna que otra crisis mundial. Para ella es poder. Si no lo trajo con ella, siente que olvidó sus ojos o su boca.

Es casi su esclava, aunque ella no lo sepa, o tal vez es que no quiere saberlo. Ella se conforma con no sentir de verdad, rechazar las miradas al hablar, la sensación de la piel, el contacto físico, el ardor de ojos al llorar.

Ese ardor de ojos lo siente únicamente cuando ya es tarde y está en su cama con el monstruito iluminándola, hasta que se queda dormida o hasta que el monstruo muere, aunque solo por un instante.

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