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LA INFIDELIDAD ES CULPA DE UN GEN

El gen alelo 334, que se encontró en el 40% de los hombres, puede afectar la forma como el cerebro utiliza la vasopresina y la manera como se combina con la oxitocina (la denominada hormona del amor).

 

 

 

Manuel Tiberio Bermúdez

Yo lo había presentido, yo lo intuía; casi que lo adivinaba: la infidelidad no es culpa de nosotros los hombres.

Yo podría jurar, con la mano en el corazón, en actitud solemnemente uribista, que el único hombre fiel sobre la faz del planeta fue nuestro desdichado padre Adán, pero no por falta de iniciativa, sino, porque según nos narra la Biblia, el pobre estaba fatalmente solo: la culebra y Eva…y ni modo de caerle a la culebra…es decir, nuestro padre Adán no pudo ser infiel por lo que se llama «sustracción de materia».

Y para salir en mi ayuda a confirmar esta aseveración sobre la no culpabilidad por nuestra infidelidad, los científicos han dicho que la infidelidad se debe a un gen.

Según los informes, científicos suecos del Instituto de Investigación Karonlinska, en Estocolmo, descubrieron que un gen llamado, alelo 334, es el culpable de la infidelidad masculina ya que produce una cosa llamada «vasopresina» que es la que nos obliga a saltar de catre en catre sin ningún remordimiento, y lo que es peor, sin nosotros quererlo. ¡Si señor!, ¡lo dicen los científicos!

Ese maldito gen, estimadas señoras, señoritas, viudas, chicas en estado de merecer, y demás féminas, es el que nos obliga a asumir esa actitud que ustedes, con razón tanto critican, detestan, y casi nunca perdonan, pero que ya ven, no es que uno lo desee, es el maligno «alelo 334».

Porque la verdad es que los científicos aseguran que ese inmundo bicho, que navega agazapado en nuestro cuerpo, hace que quienes lo posean sean más propensos a la «inestabilidad afectiva», como se le debe llamar a la «infidelidad», apreciadas damas.

Mi abuelita que lee todo lo que escribo, poniendo sus manos en la cintura y moviéndose de un lado a otro en pose de sobradora, me preguntó en tono socarrón:

Está bien que haya algunos que como usted dice, ahí en ese papel, tengan ese bicho en la sangre…pero por qué todos los hombres son infieles… ¿a ver, por qué?, responda usted que sabe tanto….

—Abuelita, —le dije —poniendo mi actitud más seria y colocando rostro de dignidad.

—Lo hacemos por solidaridad con los enfermos de ese terrible mal…para que no se sientan solos, para que vean que estamos con ellos en las duras y en las maduras…

—Mejor dicho abuelita; ¡más bien sírvame el almuerzo!