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«Laura»: CONFESIONES DE UNA COCAINÓMANA

Millones de jóvenes en el mundo, han caído en las garras de la drogadicción

 

 

 


«Laura» es una joven adicta a la cocaína que ha decidido contar su descenso a los infiernos. Comenzó a esnifar siendo casi una niña y ahora lucha por dejarlo en una clínica especializada. Su confesión derriba los mitos de una droga «bien vista» que arrasa. El consumo se ha duplicado en 10 años y los escolares son los que más la consumen.

El primer «pase»

«La probé con 13 años»

«No comencé en esto como cualquier otro joven, pillando un gramito entre varios. La primera vez la probé con una pareja de amigos mayores que ya eran cocainómanos, y consumíamos directamente al menos cinco gramos, una cantidad muy elevada. Hay personas que son adictas durante años y no toman más de un gramo diario.

Yo tenía 13 años, debía estar a las 9 de la noche en casa.  Aparentemente hacía la vida normal para una chica de esa edad, pero la nieve ya me había atrapado.

Hay dos maneras de estar enganchado a la cocaína. La puedes tomar con alcohol, bebes mucho y te pones rulos para contrarrestar la borrachera. Pero a mí me gustaba justo lo contrario, yo bebía para bajar el subidón de la cocaína. Bebía porque consumía cocaína, no consumía por beber.

Como también por esa época empecé a trabajar por la noche en discotecas, en cuestión de tres horas me podía acabar una botella de whisky, de ron o lo que fuera. Luego otra, y otra… En realidad, me convertí en lo que los médicos llaman una politoxicómana: porros, pastillas, mucho alcohol… Pero tan sólo he desarrollado dependencia a la cocaína.

«Probé la cocaína llevada por la curiosidad. Y luego vino lo demás»

Era todavía una adolescente, había dejado la casa de mis padres y llevaba una vida de locos. Inmersa por completo en el mundo de la cocaína, apagaba el teléfono de la casa que compartía con mi pareja de entonces y desaparecía todo el día. Nunca decía a nadie dónde estaba. Mi madre me llamaba continuamente para saber cómo me encontraba. Siempre me decía lo mismo: «Vente a casa. Me da igual que estés pedo. Sé que lo estás ahora, pero por lo menos no apagues el teléfono…» Pero a mí no me preocupaba nada la familia. Tengo hermanos, y en esa época también perdí el contacto con ellos.

«Creía que controlaba mi adicción. Pero no era así»

Cuando reflexiono sobre lo que viví esos días, meses y años, llego a la conclusión de que estaba anulada de sentimientos. Me di cuenta de la gravedad de mi situación cuando me quedé embarazada.

Creía que controlaba mi adicción, pero no era así. Me seguía poniendo, en contra de mi voluntad. No era capaz de parar, ni tan siquiera por mi hijo. Y eso que mis padres nunca me han regañado, siempre han querido razonar conmigo, explicarme en qué infierno me estaba metiendo. A ellos les ha costado muchísimo entender que tienen una hija cocainómana. Que lo que padezco es una enfermedad, una dependencia.

En el laberinto blanco

«El polvo se aloja en el departamento del placer»

Empiezas jugando con las drogas, por curiosidad o por hacer algo los fines de semana. Yo pensaba en todo momento que lo controlaba, pero te vas metiendo y metiendo… La cocaína crea muchísima dependencia, cuando te quieres dar cuenta ya no lo puedes dejar. Me he tirado ocho largos años consumiendo, creyendo que podría parar cuando quisiera. Pero no pude hacerlo.

La verdad es que te lo pasas bien y te encanta. Si quiero dejarlo ahora es porque pongo mi vida en una balanza y veo que pierdo muchas más cosas de las que gano.

Recuerdo una de las «encerronas», como llamamos a desconectar por completo del mundo exterior y centrarnos sólo en consumir.

Te puedes encerrar dos días enteros en tu casa, o en un hotel.

Lo decides después de haber tomado un par de copas y deseas ponerte sólo de perico. Las primeras veces lo haces en compañía, pero luego te empieza a dar vergüenza y te vuelves muy egoísta. Te vas aislando de todo. Al final eres tú y la coca. Ya no quieres amigos, y ya no tienes familia.

«Era consciente de todo lo que estaba perdiendo»

Allí, en el aislamiento absoluto de la habitación de un hotel, sin que nadie que me conociera supiera dónde me encontraba, cada vez que me metía una raya era consciente de todo lo que estaba perdiendo, pero he de reconocer que me sentía súper bien. Pero eso era sólo al principio, cuando la droga te hace creer que te relacionas mejor con la gente, por eso muchos consumen. El sexo te empieza a gustar si estás enganchado, aunque luego a la larga no funcionas. Es una cuestión que afecta más a la cabeza, pero luego físicamente no puedes responder en la cama.

Sola, perdida en la habitación del hotel, sentía que la droga me hacía feliz, ¿sabes? Por eso cuesta tanto dejarla. El polvo blanco se estaba metiendo poco a poco en una parte del cerebro que yo llamo departamento del placer, que es donde tú metes el comer, tener sexo cuando te apetece, todos los placeres…

«Es agotador luchar contra ella, es una guerra continua»

Es muy difícil olvidarte de la coca, porque cuando tienes hambre comes, cuando quieres sexo lo buscas con tu pareja. Es agotador luchar contra ella, es una guerra continua. Aunque dejes de consumir, la droga va a estar siempre en ese departamento, durante toda tu vida…

Tras dos días de encerrona, estaba agotada y quería dejarlo, pero a la tercera jornada me iba de nuevo a pillar. Uno de los grandes mitos que se han creado en torno a esta sustancia es que muchos creen que está rodeada de glamour.

En los últimos tiempos, yo acudía a comprarla a las «ollas» donde  se ha convertido en el mayor supermercado de droga.

Allí puedes conseguir una micra, la décima parte de un gramo. La cocaína ha bajado de precio, mientras que la heroína ha subido.

«Se consume muchísimo»

Comparado con las fiestas donde la gente cree que la coca corre a raudales, es un submundo indescriptible. Por supuesto que de atractivo no tiene nada… Las ratas se cruzan en tu camino cuando te diriges donde está el traficante. Allí te espera rodeado de matones y viciosos  que a un gesto de sus jefes pueden darte una paliza o un tiro… Allí he visto a un  muerto de sobredosis, entre un miserable cambuche y un lujoso BMW. Yo, esquelética y demacrada, era uno más de los muchos zombis que nos reuníamos.

Los jovencitos van  preparados, mirando a la gente por encima del hombro. Y unas semanas después ya no tienen ni coche, se han empeñado tanto que van a pillar la droga andando, pidiendo dinero a los conductores, vendiendo hasta el DVD de su casa.

Trabajando en discotecas llegue a conocer a muchísima gente. En ese mundillo, sobre todo al principio, te llevas con todos muy bien y luego, a la hora de la verdad, no te quiere nadie. Bueno, sí, te quieren para drogarte, para estar con ellos, pero si tienes un problema no puedes contar con esa gente.

«Era capaz de gastarme 40 millones al mes»

Es un mundo falso porque te lo hacen ver así, no porque las personas sean malas. Igual que me hacen alguna jugada a mí, yo se la hago al otro. Si alguna persona de la noche me confesaba que tenía un problema, decidía no ayudarla porque no le tenía aprecio, aunque estuviera con ella todos los fines de semana.

En las peores rachas, era capaz de gastarme sumas grandes de dinero.  Esto es habitual entre los que se enganchan. Hay ejecutivos que se endeudan y terminan arruinándose. Aunque como siempre he estado rodeada de gente que vendía, no necesitaba ese dinero. Solía consumir un par de gramos al día, y los fines de semana el enganche era compulsivo, 10 gramos en tres días. A veces sí que necesitaba el dinero, y entonces robas a tus padres, robas a quien puedas, mientes. Los cocainómanos somos unos grandes manipuladores, porque como no tenemos sentimientos… El dinero se va muy fácil.

«La droga te mantiene despierta, pero no sientes nada más que desesperación»

El peor momento llega cuando ya no te hace efecto. El subidón es muy fuerte, pero también fugaz. Puedes pasarte tres días consumiendo sin comer ni dormir. La droga te mantiene despierto, pero no sientes nada más que desesperación. Y no tardan en llegar las alucinaciones. Últimamente ya no obtenía placer, no te lo pasas bien. Te empiezas a volver loca. Ves sombras, oyes voces, estás llena de calambres. Experimentas manías persecutorias, piensas que tus amigos están hablando de ti a tus espaldas, que tu propia familia va en contra de ti. Vives en tu mundo, encerrado en él… Uno de mis conocidos llegó a ver a grupos de policías, con el uniforme  haciendo rápel por su edificio para sorprenderle… Algo absurdo, pero que nosotros en ese momento creemos que es completamente real.

¿El fin del túnel?

«Me encantará toda la vida… Tengo miedo»

Llevo ya tres meses en esta clínica y mañana es mi último día. Necesitaba estar un tiempo encerrada en un sitio así, sin poder salir a la calle, y pasar el mono. El periodo de deshabituación de la cocaína se sufre a nivel psicológico, más que físico. Nadie puede imaginarse con qué fuerza te apetece probarla de nuevo.

Una vez pasados los primeros días, que son durísimos, empiezas a salir los fines de semana. Vas feliz a reencontrarte con tu familia, en mi caso también con mi hijo. Y te das cuenta de lo mal que lo han pasado, del tremendo daño que he ocasionado a mis padres y que antes era absolutamente incapaz de percibir y comprender. No veía nada más que a mí misma.

«Soy una dependiente y enseguida puedo volver a caer»

Pensaba que la gente anormal era la de fuera, que todos eran unos aburridos. ¡Nos pintamos tan bonito ese mundo cuando estamos dentro de él, atrapados! Ahora que soy neutral, quiero tirar para otro lado. El mundo real y la vida es otra, y aunque sea jodida, te tienes que acostumbrar a enfrentarte a los problemas y no irte y desinhibirte con las drogas. Eso es la vida. A lo mejor, al final me gusta más la otra, sin preocupaciones y, aunque sin tener amigos, relacionándote con todo el mundo. Por eso me da pánico no encajar con otra gente, aburrirme.

Pero lo peor que puedes hacer es pensar que estás curado y, cuando vuelvas a la calle, pegarte un homenaje, como llamamos a los grandes consumos de perico. Soy una dependiente, y enseguida puedo volver a caer. Así que cero homenajes, cero pensar que estoy curada. Debo aprender a estar en la vida sabiendo que soy una toxicómana. La gente que nos ayuda aquí, en la clínica, nos aconseja que tengamos proyectos a corto plazo, que no hagamos grandes planes porque si no la frustración puede ser mayor. Yo creo que me diré a mí misma: «Esta semana no voy a consumir».

«Ya no toco la cocaína porque sé que se me va de las manos, pero también sé que me encantará toda la vida»

Lo que haga a la semana siguiente ya se verá. Como comenta uno de mis compañeros de terapia, nuestro carácter no nos permite estar sentados en una terracita tomando una Coca-Cola. Somos demasiado impulsivos, tenemos que volver a nacer. ¿Sabré aburrirme, sabré estar sola, y encima con dinero en el bolsillo…? Y siempre con esos miedos en la cabeza, torturándote, sobre todo el de volver a defraudar a la gente que ha apostado por ti. ¿Y qué puedo pensar cuando oigo a algún paciente confesándome que aquí dentro sigue fantaseando con que se droga? En ese consumo imaginario, se ve a sí mismo echándose la coca en la pipa, fumándola (yo siempre la he esnifado), sintiendo su sabor…

«Toda mi adolescencia y primeros años de juventud los he enfocado exclusivamente a la vida de la noche y las drogas».

Relacionándome sólo con un determinado tipo de gente. Y ahora tengo que cambiar mi existencia entera. Ya no toco la cocaína porque sé que se me va de las manos, pero también sé que me encantará toda la vida. Va a estar siempre en ese departamento del placer. Cuando cualquier cosa de la vida cotidiana te la recuerde, como una segunda copa, o hasta un folio blanco un poco doblado que veas al abrir un cajón, algo en ese departamento se va a encender y tu cabeza te la va a pedir inmediatamente. La verdad es que tengo mucho miedo a salir de aquí».

Plan Nacional sobre drogas

«Líneas» de cocaína que consume la juventud.

Ejércitos de jóvenes  («zombis») que han caído en la drogadicción y  son quienes mantienen los lujos de los narcotraficantes.

Llegan a los cordones de miseria los drogadictos que son censados por las autoridades.