Tuluá Valle del Cauca. Foto: Primicia Diario
Pedro J. Retamal
Tuluá es el espacio novelístico del escritor colombiano Gustavo Álvarez Gardeazábal. Nada en Tuluá es ficción, aunque sorpresas y exageraciones inundan su prosa escueta pero atrapante.
Para corroborar tal afirmación, basta recordar que Gardeazábal fue alcalde elegido dos veces de Tuluá. En diciembre descubrieron un monumento cervantino en su honor en la Avenida Principal a la que ya sus gentes llaman «La Transversal Gardeazábal».
Su libro, «Las guerras de Tuluá», que se vende en la cadena de supermercados Éxito, la más importante y popular de Colombia, eleva a la categoría de mito a esa ciudad del fértil Valle del Cauca.
En sus páginas está contenida una escanografía ágil, fantasiosa, aunque totalmente real.
No estamos en presencia del realismo mágico de García Márquez porque Tuluá no es Macondo.
El libro es latinoamericano hasta los tuétanos porque conmueve en La Patagonia o en Ciudad Juárez.
Son las historias, increíbles pero ciertas, de un poblado que heredó desde sus antepasados indígenas, de sus pringues hispanos y del narcotráfico arrasador una manera de ser, de actuar, de aceptar la muerte y de enfrentar la vida.
En el fondo, su lectura termina siendo igual a como la siente un lector de Rulfo o de Donoso, dos escritores que deben haber influenciado la prosa de este narrador excepcional.
Lo curioso, empero, es que Gardeazábal, pese a haber escrito la novela clásica colombiana «Cóndores no entierran todos los días», adoptada como texto obligatorio en todos los colegios de ese país, ha permanecido siempre en la provincia, alejado del mundillo marxista que consagra en París o aún más, del envidioso intelectualismo bogotano que desdeña todo lo que produce la provincia.
«Las guerras de Tuluá» son fundamentales para entender el carácter duofisita de los colombianos, tan alegres, pero tan violentos.