Esteban Jaramillo Osorio
El fútbol, ese fenómeno social con nacionalismo y regionalismo desenfrenado cuando juegan los clubes o la selección, por el fanatismo desbordado o el periodismo vociferante calentando el ambiente.
Con altisonancia en las celebraciones, las justificaciones, en las opiniones rotundas, en los favoritismos o en las críticas.
Mundo de fabulaciones, de elogios injustificados, con discursos rebuscados, en el que las caricias al balón pasan a segundo plano, por los escándalos fuera de las canchas. En la final de la copa el presidente fue el protagonista.
De malos perdedores.
Acostumbrado a las broncas tras la derrota, o a exagerar en los adornos, las fragancias y las exaltaciones en las victorias.
Fabulan los hinchas con los títulos, mientras los directivos decapitan a los entrenadores.
La irregularidad al comando, porque no hay argumentos para hacer el juego atractivo y sostenido.
Hay show, sí, pero luego es desplazado por la displicencia. Los futbolistas energúmenos se quieren tragar a los árbitros con desbordes e irrespetos.
¡Déjenlos pitar!
Gambetas no hay, hay tatuajes, por eso algunos jugadores han optado por recoger sus pantalonetas de manera grotesca, como un pañal de bebé o un mameluco, para mostrarlos o para exhibir sus músculos, porque fútbol no tienen.
Cuando un club chico llama la atención con otro fútbol, le tumban la cabeza desde el VAR, por inocultables preferencias hacia los poderosos.
El daño que hace la prensa sin rigor profesional.
Habla de escándalos y licenciamientos, en tarea especulativa, para presionar a los directivos y caldear el ambiente. De la salida de los entrenadores, como pasa en Millonarios, Nacional, Junior y América, con ultimátum de dos o tres partidos, si no hay rendimiento.
De la salida de Lorenzo en un grotesco show para elevar la sintonía sin que él se lo haya planteado ni la federación lo sepa.
Desvía la atención frente a los escándalos cuando los involucrados son sus amigos, sin seguirle la pista a las manipuladas «investigaciones exhaustivas» que anuncian las autoridades.
Eleva artificialmente el rendimiento de futbolistas elegidos, cuando trabaja con los empresarios.
Es nuestro fútbol, en el que la pelota hace más ruido fuera de las canchas. El doméstico, tan diferente al que despliega la selección para la alegría del pueblo.