PIlar Bernal Y.
Bajo el manto de los cerros orientales y la aparente tranquilidad de los barrios del norte, un mercado subterráneo florece, alimentado por la necesidad, la desesperación y la codicia. El microtráfico, esa metástasis silenciosa, se ha incrustado en el tejido social de localidades como Usaquén, Suba, Chapinero y Barrios Unidos, tejiendo una red invisible pero palpable que impulsa otros delitos y consume vidas.
Aunque las cifras oficiales y los informes policiales ofrecen una visión fragmentada, la realidad en las calles del norte es un mosaico de «ollas» escondidas en callejones, entregas discretas a domicilio y una adaptación constante de las bandas para burlar la ley. La diversidad de sustancias que circulan es un reflejo de una demanda variada y creciente: desde la marihuana que se consume con relativa normalidad en parques y entornos universitarios, hasta la cocaína que alimenta un circuito más exclusivo, y el bazuco, el fantasma químico que carcome los estratos más vulnerables.
Usaquén: En esta localidad, la sombra del microtráfico se ha extendido como una mancha oscura. Ya en 2019, los murmullos de residentes hablaban de bandas que se habían adueñado de ciertos sectores, marcando un punto de inflexión en la seguridad de la zona. Hoy, aunque las autoridades realizan operativos, la sensación de un control territorial por parte de estas organizaciones persiste en algunos rincones.
Suba: Conocida, según fuentes no oficiales, como una de las localidades con mayor concentración de «ollas» en la capital, Suba se erige como un epicentro del microtráfico en el norte. La dispersión geográfica y la densidad poblacional ofrecen un caldo de cultivo ideal para la proliferación de estos puntos de venta, que mutan y se esconden ante la presión policial.
Chapinero: La vibrante vida nocturna y la alta concentración de jóvenes convierten a Chapinero en un mercado atractivo para el microtráfico de marihuana. Las estadísticas de consumo sitúan a esta localidad por encima del promedio de la ciudad, lo que ha encendido las alarmas de las autoridades y la ha convertido en un foco prioritario de intervención.
Barrios Unidos: Aunque la información es menos específica sobre el tipo de droga que se expende, la mención de esta localidad en relación con el microtráfico subraya la extensión del problema a lo largo del norte de la ciudad.
Los Entornos Educativos: Un Semillero de Adicción: La preocupación se agudiza al constatar cómo las redes de microtráfico han tejido sus hilos alrededor de las instituciones educativas. Los operativos en barrios como Contador y Toberín revelaron una escalofriante realidad: jóvenes capturados vendiendo marihuana y cocaína, incluso implementando un servicio de «entrega a domicilio» para sus compañeros y otros consumidores de la zona. Este fenómeno expone la vulnerabilidad de los menores y la audacia de las bandas para expandir su mercado.
Revelaciones Ocultas
Aunque el miedo y la desconfianza dificultan obtener testimonios directos y verificables, algunos murmullos recogidos en las periferias de los operativos y en conversaciones informales pintan un panorama desolador:
«El Mono» (Consumidor, Suba): «Aquí uno sabe dónde buscar. Siempre hay alguien que vende, en la esquina, en el parque a veces hasta por redes se contacta uno. La necesidad es dura, y esto. Esto la calma por un rato».
«La Flaca» (Vendedora, Usaquén- Santa Bárbara) – Testimonio anónimo recogido en un operativo: «¿Qué más va a hacer uno? No hay trabajo, la vida es cara. Esto es un riesgo, sí, pero da para comer. A veces da miedo la policía, otras veces da más miedo el hambre». Sus ojos reflejan una mezcla de temor y desafío.
«Un Padre Preocupado» (Residente de Chapinero): «Uno ve a los muchachos reunidos en los parques, la mirada perdida.Se siente la tensión, el ambiente pesado. Da miedo por los hijos, uno no sabe qué hacer para protegerlos de esto».Su voz denota angustia e impotencia.
Laberinto
El entramado de la venta de drogas en el norte de Bogotá es complejo y multifacético. No se trata solo de «ollas» y vendedores callejeros, sino de redes con capacidad de adaptación, que explotan la vulnerabilidad social y penetran incluso en los entornos educativos. La falta de un mapa exhaustivo y la naturaleza dinámica de este fenómeno dificultan una solución definitiva.
Mientras las autoridades continúan sus esfuerzos, la realidad en las calles del norte sigue marcada por el humo denso de la ilegalidad y las sombras de un negocio que destruye vidas y corroe el tejido social, recordándonos que la aparente calma de los barrios residenciales puede esconder un laberinto oscuro y peligroso.
Mientras las autoridades continúan sus esfuerzos, la realidad en las calles del norte sigue marcada por el humo denso de la ilegalidad y las sombras de un negocio que destruye vidas y corroe el tejido social.
