El presidente Gustavo Petro acusó a su ministro de Defensa, Pedro Sánchez, de traición por permitir la entrada de armamento israelí a Colombia, contradiciendo la postura oficial del país. La acción se da tras la ruptura de relaciones con Israel y acusaciones de genocidio.
Rafael Camargo Vásquez
Bogotá.
Un quiebre de confianza sin precedentes sacude al Gobierno colombiano. Durante la clausura de la Conferencia Ministerial de Emergencia sobre Palestina, el presidente Gustavo Petro lanzó una dura acusación contra su propio ministro de Defensa, Pedro Sánchez, señalándolo de traición por la entrada de armamento israelí al país, contraviniendo la postura oficial de Colombia.
En un discurso cargado de vehemencia desde la sede de la Cancillería, el mandatario fue categórico: «No pueden llegar armas y están llegando. El ministro debe responder por eso». La declaración presidencial no solo apuntó directamente a Sánchez, sino que también insinuó una deslealtad dentro de su círculo más cercano, al afirmar que lo habían «traicionado en este Palacio».
La indignación del presidente se fundamenta en la ruptura de relaciones diplomáticas de Colombia con Israel, país al que Petro ha calificado de «genocida» por sus acciones en Gaza. Recordó que había impartido una orden explícita de no exportar «ni una sola tonelada de carbón para matar bebés palestinos», una directriz que, según sus palabras, fue ignorada dentro de su propio gobierno.
En un llamado más amplio, el presidente Petro instó a la comunidad internacional a conformar un «Ejército de la luz» contra la guerra, trazando un paralelo con la lucha contra el nazismo en la Segunda Guerra Mundial. «Hitler murió, pero sus ideas siguen vivas en los ejércitos de la oscuridad. ¿Por qué no estamos construyendo hoy ese nuevo Ejército de la luz?», cuestionó, buscando movilizar una conciencia global contra lo que considera la persistencia de ideologías belicistas.
La acusación pública contra el ministro de Defensa por la adquisición de armamento de un país con el que Colombia ha cortado lazos diplomáticos y al que el propio Presidente ha acusado de genocidio, abre una profunda crisis en el seno del gabinete y plantea serios interrogantes sobre la coherencia y la cadena de mando en la política exterior y de defensa del país.