El Mar Muerto, también conocido como «Dead Sea», es un lago salado ubicado entre Jordania, Israel y Palestina, reconocido por ser el punto más bajo de la superficie terrestre. Su extrema salinidad impide que cualquier forma de vida marina prospere en sus aguas.
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Conocido por sus aguas hipersalinas y su inigualable capacidad de hacer flotar a quienes se sumergen en él, el Mar Muerto es uno de los fenómenos naturales más asombrosos del planeta. Ubicado a más de 400 metros por debajo del nivel del mar, entre Israel, Jordania y Palestina, ostenta el récord de ser el punto continental más bajo de la Tierra. Sin embargo, detrás de su fama turística y sus beneficios para la salud, se esconde una grave crisis ambiental.
Tesoro natural
La característica más notable del Mar Muerto es su salinidad extrema, casi nueve veces superior a la de los océanos. Esta concentración de sal, resultado de la intensa evaporación sin salida al mar, es lo que le da a sus aguas una densidad tal que permite a las personas flotar sin esfuerzo alguno. Aunque su nombre sugiere la ausencia total de vida, es hogar de microorganismos capaces de sobrevivir en este entorno extremo.
Además de su flotabilidad, el lago es famoso por el lodo negro de sus orillas, rico en minerales como magnesio, potasio y calcio. Estos componentes lo han convertido en un destino líder para el turismo de salud y bienestar, ya que se utilizan para tratar afecciones de la piel como la psoriasis y el acné, así como para aliviar dolores musculares y articulares.
La amenaza del descenso
A pesar de sus beneficios y su belleza, el Mar Muerto enfrenta un futuro incierto. Se está reduciendo a un ritmo alarmante debido, principalmente, a dos factores: la disminución del caudal de los ríos que lo alimentan y la constante extracción de sus minerales.
Este declive ecológico ha encendido las alarmas, generando un llamado urgente a la cooperación regional para buscar soluciones que permitan preservar este ecosistema único. Su desaparición no solo sería una pérdida ambiental, sino que también afectaría a la economía local y a las tradiciones de bienestar ligadas a sus aguas. El desafío ahora es encontrar un equilibrio entre el aprovechamiento de sus recursos y su conservación para las futuras generaciones.