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El Sabor Ancestral como Vía de Reconciliación en Colombia: DEL FOGÓN A LA PAZ

Mamá Luz y su equipo de cocineros, Big Mama y Águeda Rodríguez

 

 

Ana Carolina Zapata

Bogotá, Colombia

En un país donde el conflicto ha dejado cicatrices profundas, un aroma de esperanza se eleva desde los fogones más recónditos. El Ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes, en una poderosa alianza con la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), ha encendido la llama del programa Cocinas para la Paz. Esta iniciativa, que trasciende la simple gastronomía, se ha convertido en una apuesta por la reconciliación, la soberanía alimentaria y la salvaguardia de un patrimonio culinario que es, en esencia, la memoria viva de una nación.

Desde su concepción en 2022, el programa ha entendido que alimentarse es un acto que va mucho más allá de lo biológico: es una expresión de identidad, un ejercicio de memoria y un derecho cultural. En los territorios más afectados por la violencia y la desigualdad, esta iniciativa ha demostrado con resultados tangibles que la paz también se cocina a fuego lento.

Un mapa de sabores y resiliencia

En 2024, el Pacífico colombiano fue el epicentro de esta transformación. 765 personas en Cauca, Chocó y Nariño se sumergieron en talleres que recuperaron recetas, técnicas de cultivo y saberes ancestrales. Fue una reflexión colectiva sobre el poder de la comida como un factor de resistencia y pertenencia.

El 2025 marcó una expansión sin precedentes, llegando a 10 departamentos y 24 territorios, con 1,570 participantes. El rostro de este cambio es mayoritariamente femenino: 1,132 mujeres lideran este proceso, junto a 117 niños, niñas y adolescentes, quienes aseguran la transmisión intergeneracional de la cultura culinaria.

Saia Vergara Jaime, Viceministra de los Patrimonios, las Memorias y la Gobernanza Cultural, destacó que «Cocinas para la Paz ha logrado un empoderamiento, sobre todo en mujeres de municipios afectados por el conflicto». El programa también ha impulsado rutas de turismo cultural y ha influido en programas de alimentación escolar, tejiendo una red de saberes que se fortalece con cada plato.

Voces que cocinan historia y esperanza

Las verdaderas protagonistas son las cocineras tradicionales, guardianas de un legado que se resiste a desaparecer. Su historia es la de Colombia, un relato de lucha, amor y resiliencia.

Luz Dary Cogollo, conocida como ‘Mamá Luz’, es el alma de la Plaza de la Perseverancia en Bogotá. Su sazón, heredada de sus ancestros en Córdoba, la llevó a ganar el concurso al mejor ajiaco y a ser reconocida por Netflix. Su cocina es un acto de amor y memoria.

Águeda Rodríguez, de Tuta, Boyacá, representa el arraigo al hogar. Para ella, cada receta es un tesoro heredado que debe ser preservado. Su compromiso es asegurar que los sabores del campo no se pierdan, manteniéndolos vivos en la memoria colectiva.

Elvina Webster, la ‘Big Mama’ de Providencia, ha dedicado más de 30 años a preservar la cultura raizal. Desde su restaurante, mantiene vivos los sabores del Caribe insular, complementando su labor con la pesca y la agricultura, lo que demuestra un compromiso total con la tradición y la autosostenibilidad.

Como bien lo expresó una de ellas, «donde hay cocina ancestral al calor del hogar y la familia, hay paz y tranquilidad».

Mirando hacia el futuro: la agenda que viene

La segunda fase de Cocinas para la Paz, que inicia en julio de 2025, promete consolidar estos avances con una visión estratégica:

Escuelas comunitarias para fortalecer el derecho a la alimentación.

Modernización de plazas de mercado como las de Lorica y Girardot, reconociendo su papel como centros de soberanía alimentaria.

Luz Dary Cogollo, Mamá Luz

Águeda Rodríguez, Tuta, Boyacá

Elvina Webster, Big Mama