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En el lenguaje: «METIDAS DE PATA»

NATA«Asegúrese de que su cerebro esté conectado antes de poner a funcionar la lengua». Dicho de otro modo: Piense antes de hablar.

 

 

Jairo Cala Otero

Especial 

La lengua y las palabras que con ella se usan hacen pasar vergüenzas, algunas veces. Las dos, como en una conjura preterintencional, nos empujan hacia lo que desde tiempos inmemoriales se ha llamado imprudencia. La consecuencia es siempre un abochorna miento indescifrable del que, la mayoría de las veces, no halla cómo salir quien a él ha llegado.

No son pocas las veces en que, por no tener control absoluto sobre la lengua, se dice lo que no se atrevería alguien a decir de nadie, aun a sabiendas de que lo pensado es asunto sabido o verdad conocida. Ocurre en cualquier momento, en circunstancias nunca esperadas. ¡Pero que hay embarrada, hay embarrada!

Para ejemplarizar el asunto tomo tres situaciones, a cual más simpática, sobre episodios vergonzantes ocurridos por culpa de la lengua, o mejor, de la imprudencia; o de ambas, confabuladas en un mal momento.

La lista de situaciones embarazosas, como las que he señalado

Dos amigos conversaban animadamente. Hacía muchos años que no se veían, desde que abandonaron las aulas de la universidad. Uno de ellos, preguntó a su interlocutor:

─ ¿Te acuerdas de fulana, la monita aquella a la que acosábamos tanto?

─ Sí, la recuerdo perfectamente ─ respondió el segundo hombre ─. ¡Cómo no me voy a acordar, si a esa vieja yo me la acosté más de una vez; ah, qué delicia era tirar con ella! ─ respondió el otro, acostumbrado a hablar con desparpajo.

─ ¡Ella es mi esposa! ─ replicó el segundo contertulio.

Una muchacha llega al colegio de bachillerato. Es su primer día de clases, no conoce a nadie, no tiene confianza con nadie. Pero a los pocos minutos de haber ingresado al aula asignada, parece simpatizar con otra chica, de aparente edad similar a la suya. Ella la invita a que se siente a su lado, y así lo hace la primípara.

Enseguida, el profesor a cargo pasa revisión a la lista de sus alumnos. Los llama uno a uno, y todos van respondiendo presente. Cuando faltan pocos nombres por mencionar, el docente dice: «Primitiva». Y de inmediato, la recién conocida de la novel estudiante abre la boca para comentar:

─«¡Huy, qué desgracia tener semejante nombre!».

Con un inocultable aire de enojo, la muchacha se pone de pie y responde:

─ «¡Presente, profesor!»─ y volviéndose hacia su nueva «amiga», dice ─: ¡Y yo no me siento desgraciada con mi nombre, desgraciada será usted!

En cierta ocasión, una mujer le muestra a un amigo suyo unas fotografías que tenía guardadas en su computadora de escritorio. De pronto, llega a una en particular. Es de una señora, que luce un poco avejentada.

─ ¿La reconoce?─ le pregunta a su amigo.

Él mira detenidamente la fotografía por varios segundos.

─ No, no sé quién es ─ responde.

─ Sí, sí sabe. Puede ser que no la recuerde. Usted trabajó hace varios años con ella en una institución de beneficencia ─ aclara la muchacha.

Él vuelve a mirar la fotografía agudizando su vista, pero insiste en que esa cara no le es familiar.

─ Es fulana de tal ─ revela al fin, para no prolongar aquel momento.

─ ¡No puede ser! ¡Qué vieja y fea está! ─ añade él.

─ ¡Ella es mi hermana mayor! ─ agrega la mujer, disimulando su molestia por el comentario de su compañero.3

Una muchacha llega al colegio de bachillerato. Es su primer día de clases, no conoce a nadie, no tiene confianza con nadie. Pero a los pocos minutos de haber ingresado al aula asignada, parece simpatizar con otra chica, de aparente edad similar a la suya. Ella la invita a que se siente a su lado, y así lo hace la primípara.

Enseguida, el profesor a cargo pasa revisión a la lista de sus alumnos. Los llama uno a uno, y todos van respondiendo presente. Cuando faltan pocos nombres por mencionar, el docente dice: «Primitiva». Y de inmediato, la recién conocida de la novel estudiante abre la boca para comentar:

─«¡Huy, qué desgracia tener semejante nombre!».

Con un inocultable aire de enojo, la muchacha se pone de pie y responde:

─ «¡Presente, profesor!»─ y volviéndose hacia su nueva «amiga», dice ─: ¡Y yo no me siento desgraciada con mi nombre, desgraciada será usted!

La lista de situaciones embarazosas, como las que he señalado, podría ser interminable. Lo reseñable es que por culpa de la precipitación al hablar, por no medir las consecuencias de lo que decimos y por no sospechar que algo nos podría hacer quedar como un zapato untado de estiércol podemos pecar de imprudentes; y ofender en materia grave a nuestros circunstantes.

Hay una calcomanía ─ a mí me encanta por el sabio consejo que entraña ─ que nos enseña: «Asegúrese de que su cerebro esté conectado antes de poner a funcionar la lengua». Dicho de otro modo: Piense antes de hablar.

La lengua y las palabras que con ella se usan hacen pasar vergüenzas, algunas veces. Las dos, como en una conjura preterintencional, nos empujan hacia lo que desde tiempos inmemoriales se ha llamado imprudencia.