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NOTA EDITORIAL: EL PODER DE LA RUANA

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El poder de la ruana

Colombia vive un movimiento social de protesta sin precedentes en su historia, ante el levantamiento de los campesinos como consecuencia del abandono y persecución del Estado contra ellos.

La lección que nos dejó el Paro Nacional Agrario es un llamado a la dirigencia de los tres poderes: cuando la injusticia y el mal trato reinan, el poder de la ruana se puede imponer frente al poder de la corbata, que siempre ha hecho lo que le viene en gana, con la exclusiva tarea de servir los intereses capitalistas por encima de los intereses de la ciudadanía.

Los campesinos colombianos, que  son los encargados de cultivar los alimentos, que varias veces al día y todos los días consumimos, han estado relegados; y, aparte  de eso, perseguidos por agentes armados que lograron despojarlos de sus tierras para entregárselas a empresas multinacionales que se están apoderando de los campos colombianos.

Ojala el Gobierno asuma un papel serio en el cumplimiento de los compromisos históricamente violados al creer que se trata de colombianos de segundo nivel  que nunca iban a reclamar nada. Tremenda equivocación, porque cuando se enfurece la clase maltratada, pone a temblar al poder basado en corrupción y al servicio de los intereses extranjeros.

Es hora de atender al campo, que puede ser nuestra salvación en el futuro inmediato. Ahora estamos en manos de las multinacionales, que nos indican con qué debemos alimentarnos; y en poco tiempo al paso que avanza el poder del capital nos vamos a quedar sin el campo y allí la dependencia será absoluta.

Colombia es un país con todos los beneficios que la naturaleza le puede dar. La riqueza es inmensa, pero como todo no puede ser una maravilla, nuestro castigo fue la torpe clase dirigente que no ve más allá de sus intereses personales y de servicio al gran capital.

Colombia demostró que las mayorías apoyan al débil y ponen a temblar al «fuerte». Es hora de rectificar el camino y de trabajar unidos por la grandeza de la patria, sin menospreciar a nadie, porque los hechos fueron contundentes.