Sus clientes en su condición de indefensos, ya que no podían emitir opinión contraria ante la amenaza de la peligrosa arma cortante que él tenía en su mano, era el peluquero del pasado.
Reinel Gutiérrez
Especial para Primicia
Ese hombre serio, de bigote, con tijeras y barbera en mano llamado peluquero, ya casi no se ve. Era un «sabelotodo», con él se podía hablar del Gobierno, de los liberales, de los conservadores, de fútbol, hípica, boxeo, además de los chismes de parroquia. Usaba una bata blanca, tipo médico, una silla alta frente a un espejo y de la cual pendía una franja de cuero para afilar la barbera, que, como era inacabable, usaba durante muchos años.
A medida que accionaba un tijerazo «rajaba» de Carlos Lleras Restrepo, Alfonso López, Misael Pastrana, Julio César Turbay, Belisario Betancourt y tantos otros, que, según él, «no sirvieron para nada». En su agenda diaria siempre tenía el tema de los equipos de fútbol, para molestar a sus clientes en su condición de indefensos, ya que no podían emitir opinión contraria ante la amenaza de la peligrosa arma cortante que él tenía en su mano.
Este personaje fue remplazado en la era moderna por el estilista, que es más delicado; cuenta con instrumental desechable, y con quien se habla solo de perfumes, tintes para el cabello, crema de manos y cara, y de modelaje. El peluquero de antes identificaba su negocio pintando a lado y lado de la puerta unas líneas rojas y blancas. El de hoy pone a una flor o un caprichoso símbolo. El barbero motilaba solo a caballeros, y el moderno tiene servicio unisex.
«Quieto, porque le bajo una oreja», sentenciaba el peluquero al hacer el acabado al cliente, quien tenía que quedarse quietecito, como una imagen Santa, durante varios minutos. A la peluquería iban los amigos a beber y hablar de los demás. Ahora estos establecimientos tienen espejos por todos lados, adornados con afiches de artistas, no con el cuadro del Sagrado Corazón, o la foto del equipo Millonarios, como se acostumbraba.
A los peluqueros o barberos se les podía reconocer hasta con curiosos apodos como «Avispa», o «Sancocho», mientras que hoy son «Juanchos», «Pepe», Johnny»,entre otros.
«A ver, ¿cómo quiere el corte, joven?», decía, con voz fuerte y regañona, el rasurador, en tanto que hoy en día dicen: «Mi amor, ¿cómo usa el corte?». Muchos estarán recordando a su peluquero favorito, que durante muchos años derribó selvas de cabello, y como el torero «cortó oreja», pero fue muy afamado.
El de ahora, en lo posible no lesiona y habla distinto. Lo que toca decir es que tanto el uno como el otro «trasquilan» bien, y que su profesión es muy respetable, y en lo infinito del tiempo siempre tendrán clientes.
El peluquero de hoy pone a una flor o un caprichoso símbolo, tiene servicio unisex y a los clientes les dice: «Mi amor, ¿cómo usa el corte?».