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PIENSO, LUEGO ESCRIBO

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Anteriormente había analfabetismo, terreno propicio para dominar. Hoy no, porque la gente sabe leer y escribir, pero está controlada y vigilada  en lo que lee y  escribe, para que no despierte conciencia y ponga en peligro los altos poderes.

 

Reinel Gutiérrez

Especial para Primicia

Tantas cosas pasan por la mente, como miles suceden en el mundo. Es injusto que unas reinas de belleza a nivel mundial, exhiban trajes de un millón de dólares, cuando hay en el planeta gente que muere de hambre, no tiene techo ni salud. Es humillante entonces esa ostentación.

De todas maneras vivimos en un medio de pobreza y riqueza, la primera para millones de seres humanos, y la segunda para pocos. Hay lujos, en palacios, edificios y mansiones, en los cuales se colocan avisos como «salida de emergencia».

Vale la pregunta,  ¿por qué  ninguno tiene entrada de emergencia? Los gobernantes se cuidan de sus súbditos, y para hablar con ellos es difícil, por lo tanto solo hay salida rápida.

Y precisamente ese abismo entre clases  sociales existe gracias a la ignorancia.

Anteriormente había analfabetismo, terreno propicio para dominar. Hoy no, porque la gente sabe leer y escribir, pero está controlada y vigilada  en lo que lee y  escribe, para que no despierte conciencia y ponga en peligro los altos poderes.

El estamento de gobierno dice que el pueblo está afectado por los grupos armados, pero no profundiza en decir que también es atropellado en sus derechos fundamentales que lo hagan digno. En Colombia es común ver la escena de militares entregando parte sobre enemigos eliminados y grandes decomisos de armas y drogas,  y entonces  surge la pregunta  ¿cuándo van a acabar?, porque ya es aburridor ver lo mismo en la prensa, la televisión y otros medios.

En este contexto de cosas ver a los niños jugando con una pelota, o tocando una flauta o una tambora, es mirar la inocencia y alegría de ellos, que no son conscientes de los peligros que le ofrece el medio, especialmente por parte de los adultos.

Ahora se habla de las fronteras invisibles que hay en los barrios populares, y que si son franqueadas se forma la pelea con resultados fatales. Lo cierto es que esas fronteras se han tenido en el campo racial por ejemplo, cuando los blancos rechazan a indígenas y negros. También hay muros que no se ven, pero que divide   en estratos. «Esa maldita pared», como dice la canción, que separa a la gente de las oportunidades de trabajo, vivienda, salud y capacitación. Indigna ver    ilusionistas de la política, que año tras año, le reverdecen la esperanza a los incautos, y muy cerca a éstos, el componente humano con choferes borrachos,  violadores, asaltantes, corruptos en todo lado,  y estafadores.

Inquieta ver el batallón de jovencitas engañadas por la publicidad pensando ser reinas de belleza y modelos, esclavizadas de las tinturas para el pelo, el maquillaje, el gimnasio, las dietas, la forma de caminar y hablar, totalmente distraídas de una verdadera formación para la vida. Sin embargo hay cosas rescatables como la de aquel buen hijo que ya con varios años encima, seguía dependiendo de sus  padres. Y esto le sirvió porque atendiéndoles consejos y ordenes, no vota por politiqueros, no es fanático religioso, tampoco hincha de algún equipo, no fuma ni consume licor.

Al existir clases sociales, uno se imagina que el hijo nacido en hogar de alto estrato le escribe una carta al niño Dios diciendo: «No deseo  otro carro como el del año pasado. Esta vez quiero un viaje por París, Nueva York, Alemania y el  polo norte». Entre tanto el niño pobre solo pide una pelota.

Pero para mantener ese estado de cosas, los regímenes tienen las fuerzas armadas para aplicar las normas sociales. Estas no solo disciplinadas y fieles incurren en abusos y llegan a la tortura, la desaparición y la muerte, sobretodo de aquellos que se indignan por las injusticias.