Muchos reporteros al iniciar su actividad periodista son «masacrados» por jefes de redacción y directores de medios, sin conocer que todos los humanos necesitamos de un proceso de aprendizaje en todos los temas.
Jairo Cala Otero
Editor ─ Conferenciante
Su tono sarcástico reflejaba un resentimiento que, sin embargo, disimulaba fuera del micrófono y las cámaras. Padecía frustraciones económicas y las descargaba a través de sus «misiles verbales», los cuales lanzaba intencionadamente contra quienes él sabía que se hallaban en etapa de aprender su mismo oficio: perseguir y transmitir noticias en un canal citadino de televisión.
Uno de aquellos días en que su falso cristianismo salpicaba de injuria a sus prójimos, «Tifón» ─como le decían sus colegas─ trabó querella con una jovencita que, sin experiencia profesional, se había atrevido a aceptar el desafío de aprender periodismo en el terreno de los hechos.
─ ¡Usted no sabe nada de esto! Ese es el problema con los que no han ido a una universidad ─ gritó «Tifón» en la cara de Zulay.
La chica guardó silencio. Pero por dentro se derrumbaba; sintió ganas de igualarse con ese hombrecito, de poca estatura física y espiritual, y abofetearle el rostro, que dibujaba una risa burlona.
─ ¡No sé cómo llegan a las salas de redacción de un medio periodístico estas comadrejas! ─ volvió a cargar «Tifón», como quien se empeña en escupir sobre un mismo punto.
La muchacha salió presurosa de allí. Esa era la cuarta vez que aquel tipejo arrogante la agredía. Pero al salir a la calle tuvo la fortuna de toparse con otro periodista. Un hombre autodidacta, conspicuo y adelantado en sus propósitos de crecimiento académico. Le contó que su amor propio acababa de ser lastimado, y se desahogó con él por la ofensa recibida. Entonces, aquel experimentado periodista, ya retirado por su propia voluntad del ajetreo noticioso, le aconsejó algo que Zulay no había considerado, y le reveló un dato que no sabía:
─ No des importancia a esas palabras necias. La próxima vez que «Tifón» te ofenda dile dos asuntos: uno, nadie viene a este planeta con conocimientos revelados en nada. Luego todos tenemos que pasar por un proceso de aprendizaje, como tú lo haces ahora. Él también lo hizo, lo que ocurre es que su prepotencia le ha hecho olvidarse de eso. Dos, pregúntale si acaso no fue por su mediocridad, precisamente, que se vio impelido a conducir un taxi por las calles de su ciudad por algún tiempo. ¿De qué le valió, entonces, el cartón universitario del que tanto se ufana, y que, a la postre, no lo ha salvado de la miseria monetaria?
Aquel comunicador hablaba con seriedad y firmeza. Conocía de cerca al taxista-periodista que solía agredir a sus semejantes que se formaban en la «universidad de la vida». Sus palabras fueron reforzadas por Zulay al revelarle que aquel «encumbrado» ganaba un misérrimo salario. Le pagaban una ínfima cantidad cada vez que una noticia suya «salía al aire» en el canal televisivo para el que trabajaba. Y como había limitación para el número de notas a fin de que el comunicador ufanado no rebasara el mediocre presupuesto que la empresa tenía para pagarle a los periodistas, lo que él percibía era muy poco.
Hablaron otros minutos más sobre otros temas. Y antes de despedirse, ella, que ya se sentía más serena, dijo:
─ Gracias por haberme escuchado. Me siento más sosegada ahora. Me marcho, pero llevaré en mi corazón su voz de aliento. Adiós ─ dijo la novel periodista al hombre de la experiencia labrada a punta de empeño, dedicación y estudio.
MORALEJA: Nadie es dueño absoluto del conocimiento. Por tanto, no tenemos derecho a despreciar ni a subestimar a los demás solamente porque aún no han adquirido destrezas en lo que están aprendiendo. Asumir posturas arrogantes confirma la mediocridad aposentada en el alma.
(Si algún caso se viese reflejado en este pasaje no es una coincidencia, es una triste y lamentable realidad).
«Tifón» le decía a un nueva reportera: ¡Usted no sabe nada de esto! Ese es el problema con los que no han ido a una universidad