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LA MAFIA DE LA RELIGIÓN

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El ser humano, tanto pobre como rico, necesita creer; necesita compartir algo trascendental, no solamente los creyentes en Dios, también aquellos que lo niegan.

Definitivamente, parece increíble que en pleno siglo XXI la ingenuidad y la ignorancia sean la materia prima de una serie de avivatos que, a través de la religión, logran conseguir el poder económico, social y político para luego conformar una especie de «mafias».

Esta situación no solamente se está dando en Colombia, sino en muchos países, donde «el vivo vive del bobo y el bobo del papá y la mamá».

Sin embargo, es más censurable que los Estados o Gobiernos, además de los políticos, no muevan un solo dedo para controlar estas «pirámides», por cuanto las utilizan para manipular los votos que generan. Los militantes o fieles son amenazados con un castigo divino si no cumplen al pie de la letra las exigencias de los llamados: «apóstoles», «pastores», «redentores», «padre», «madre», «gurú», «maestro», «reverendo», «profeta», entre otros apelativos para tener mando y poder dirigir a los «borregos descarriados».

La codicia y la avaricia de estos timadores ha llevado a las «Iglesias», por cierto, hay más de 30 000  en Colombia,  a buscar mayores riquezas para sus bolsillos a través del lavado de activos y el narcotráfico, entre otros delitos.

Los lujos y las riquezas acumuladas por estos avivatos son conocidos  por los propios seguidores o fieles, quienes justifican sus andanzas señalando que son los «escogidos» del Señor.

En Colombia, los «pastores» han llegado al Congreso, a los Concejos, a las Asambleas; han sido embajadores y han sido consentidos por los jefes de Estado, que acuden a ellos para lograr el apoyo «divino», para lograr la elección o reelección, como lo observamos en el Gobierno pasado.

Definitivamente, el país se llenó de sectas religiosas y políticas, que, según la Real Academia Española ─RAE─ significa: ‘Conjunto de seguidores de una parcialidad religiosa e ideológica’, para que no reclamen airadamente algunos de estos vivarachos, cuando mencionamos como sectas a sus organizaciones, que, a la larga, son unas organizaciones para delinquir y aprovecharse del prójimo.

Es hora de tomar cartas en el asunto y reglamentar estas «pirámides» que únicamente dan utilidades para quienes las crean o las manejan, pero nunca para quienes aportan trabajo, dinero y, sobre todo, ponen al servicio su voluntad.

Todo esto se ve en la «viña del Señor», incluyendo la religión católica, donde los escándalos por abuso de menores y apropiación de recursos económicos son frecuentes. Allí ya están poniendo orden: van más de 400 curas destituidos por pederastia.