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LOS HABITANTES DE LA CALLE: SU OSCURA E INDIFERENTE VIDA (En memoria de Calidoso)

calidoso2Es indígnante la cruel muerte de Marco Tulio Sevillano más conocido como Calidoso, un habitante de la calle que pasaba el día a los alrededores del túnel de la Universidad Javeriana.

 

 

 

Catherine Rodriguez

Coordinadora de Editores

Primicia

 

Es indígnante la cruel muerte de Marco Tulio Sevillano más conocido como Calidoso, un habitante de la calle que pasaba el día a los alrededores del túnel de la Universidad Javeriana, lugar donde poco a poco se hizo amigo de muchos estudiantes, directivas de la institución e inclusive de vecinos del sector y quien fue incinerado el pasado 2 de Mayo al parecer por un grupo neonazi.

Recuerdo haberlo visto acompañado de un perro y varios gatos. En su rostro se veía reflejado el peso de la vida, pero a pesar de todo siempre lograba contagiar de alegría con su radiante sonrisa, su sentido de protección y colaboración con los demás. Ahora las calles están de luto, por una persona que se convirtió en un triste ejemplo de lo que sucede a diario en algunos sectores de Bogotá. Por esta razón, quiero compartir con ustedes una crónica que tuve la oportunidad de hacer tiempo atrás para una clase en la Universidad Javeriana, a un amigo y compañero de infortunio de Calidoso también habitante de la calle. Este texto cobra vigencia ante el brutal crimen perpetrado contra el inolvidable Marco Tulio Sevillano, el cual no debe permanecer impune y pedimos a la justicia colombiana la pronta captura de los autores de este despiadado hecho.

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Lo que nace en la sombra muere en la sombra

Lo que nace en la sombra muere en la sombra, en la tierra de nadie pero a la vez de todos, una jungla de cemento y hierro llamada Bogotá. Las calles son adornadas por personajes insólitos, la intemperie es un espacio al que llaman hogar, cada noche los visita la muerte y cada mañana la indiferencia y el anonimato de la rutina de la ciudad los acompaña cada instante.

El asco, fastidio y miedo que despiertan en los transeúntes hacen que hasta su propia sombra escape de ellos. No es fácil ser concebido como un adorno callejero, lo más desagradable e inapropiado que puede cruzarse por el paso. Es así que la soledad se convierte en la mejor compañía de los incomprendidos, su familia los oscuros rincones de la ciudad llamada pobreza, miseria y rechazo, sus hermanos quienes en las mismas condiciones se levantan para sobrevivir y nosotros los depredadores, aquellos jueces sin entrañas.

Wilmer también conocido como `el mocho` pues en una riña callejera perdió su dedo índice, lleva viviendo en las calles de Bogotá más de 10 años. A simple vista aparenta una edad de 50 años cuando realmente tiene 36. Llegó a la vida oscura cuando su madre una vendedora de aguas aromáticas de la iglesia de Santa Teresita en Teusaquillo, murió repentinamente de un infarto fulminante. Nos cuenta que los primeros meses fueron `berracos de sostener` y trató de mantener su vida pero al poco tiempo la falta de empleo lo llevó a entregar la pieza donde vivía. Paso seguido ese desértico, temible y desolado pavimento capitalino le dieron la bienvenida hasta el día de hoy.

Se les llama peyorativamente `desechable` o `gamín` por su aspecto descuidado y maloliente, aquello que ya no es aprovechable y puede arrojarse. ¿Por qué? Por la sencilla razón de los diferentes panoramas socioeconómicos del país, la falta de compromiso y poca efectividad de las políticas públicas del Estado para garantizar la rehabilitación y reincorporación a la vida digna de estas personas.

Es justo proporcionarles al menos un trabajo estable, que les permita salir del status ’hombres ratas’ como se autodenominan, pues al amanecer salen de sus rincones buscando entre la basura algún alimento que los pueda ayudar a saciar el hambre, como lobos despavoridos pelean por ser respetados entre ellos mismos cuidando las pocas cosas que consiguen desde cartones, medias, zapatos y hasta cobijas para que el asfalto sea más suave y así poder abrigarse de la lluvia o el frío en medio de la ciudad cárcel en busca de una oportunidad para rehabilitarse o ser notados por alguien.

Al llegar la tarde, las peores emociones se apoderan de ellos: la rabia, el desespero, el cansancio y aquel profundo sentimiento de no pertenecer, de no ser. Llega la noche y emprenden una larga caminata hasta el centro de la ciudad, ese espacio al que llaman `el club de la noche`, donde se reúnen grandes cantidades de indigentes con un mismo propósito, sobrevivir. Es fácil encontrar grupos de hombres desesperados luchando y peleando incluso por una bolsa llena de desechos, que para ellos es un banquete. Rodeados de pegamento estos hombres se pierden entre la miseria y el descontento, `uno vive del rebusque para no dejarse morir, no importa lo que uno tenga que hacer`, son algunas de las tantas palabras utilizadas por Wilmer para describir su situación infernal.

La inseguridad es uno de los mayores problemas de la ciudad, cosa de la que ni siquiera los indigentes se salvan. Peleas, agresiones, insultos y gritos, adornan las oscuras calles que presencian estos actos día tras día, los minutos parecen horas y las horas parecen días que pasan sin ningún objetivo ni deseo. Al llegar la mañana vuelven a su rutina, se sientan en alguna esquina a recolectar lo del día, por lo general bajan la vista y estiran la mano, evitando así tener alguna clase de contacto visual con aquellas personas que pasan sin notar su presencia.

Hablar no es de ellos, pero hay un tema que los alerta y es la política pues no la dejan pasar por alto, como se refiere Wilmer cuando respondió a la pregunta de qué opinaba sobre la posición del gobierno frente a su precaria y mísera condición a lo que dijo: `Esos hijos de puta solo piensan en robar para hacerse más ricos, y ni les importa que nosotros nos estemos muriendo de hambre, llenos de enfermedades y nuestras vidas consumiéndose en las calles cuando podríamos ser de mayor utilidad si tuviéramos una rehabilitación o un espacio decente donde dormir y trabajar`.

A pesar de esta difícil situación, hay algunos aspectos positivos que hacen de estos largos días espacios de reflexión, como por ejemplo las entrañables e incondicionales amistades que entablan con otros `compañeros de la calle` y sus mascotas adoptivas. De igual manera, cada cierto tiempo un camión recorre la ciudad y en vez de aterrorizar a estos hombres con ser transportados a un CAI, los alegra, pues les espera un anhelado plato de comida brindado por algunos sujetos anónimos que se dedican a mejorar vidas sin esperar nada a cambio. Es así como Wilmer termina diciendo `No todos son malos, hay personas buenas que ayudan a aquellos que lo necesitan. Son como ángeles que se acuerdan de nosotros los desterrados`, dejando clara su postura y sentimiento hacia una sociedad indiferente cargada de prejuicios y desencantos, que solo sabe olvidar y cada vez se pierde más en su propios intereses.