Pobre Colombia la del pueblo pobre y de civil, víctima de los guerreros del fusil y de los teclados con rotulado de «periodistas» o “académicos”, pobres los hermanos afrocolombianos de Bojayá y de las decenas de masacres cometidas con el apoyo de las guarniciones militares,.
Nicolás Ramón Contreras Hernández
Ciudadano afroabyayalense de la Región Caribe en la República de Colombia Red Independentista del Caribe. Observatorio independiente de Medios y estudios académicos desde perspectiva de género y etnia.
Culminó una parte de la tragicomedia de la guerra interna en Colombia, con la liberación del general Rubén Darío Alzate y una demostración de capacidad de la fuerza insurgente, que anduvo con los prisioneros de guerra en las goteras de Quibdó exhibiendo su escolta armada, allí en la capital departamental del riquísimo en recursos, pero racializado y empobrecido Chocó, donde algunos de sus grandes saqueadores exógenos en la vecina Antioquia llaman a sus habitantes bollos – pero de mierda- rehuyendo las consecuencias de ese despojo, en un escenario intoxicado del humo mediático que sirve al teatro de la guerra virtual, donde la verdad es convertida en otro falso positivo de la clase dirigente, que trata de mostrar bajo la fementida estrategia del policía bueno y el policía malo, una supuesta «guerra a muerte» en las redes sociales, entre Santos y Uribe.
Pero la gran tragicomedia de una verdad asesinada y desaparecida hasta de la academia, se siente en la propaganda de guerra contra una de las partes en conflicto – las FARC en este caso- convertidas en el derrotado y acabado chivo expiatorio, de cuanta serie de televisión con pretensiones históricas, se inventen los verdaderos señores de la guerra y sus socios internacionales de la «competitividad» excluyente, en donde el abra cadabra del libretista y la puesta en escena, muestran como la guerra no fue el producto del despojo que continúa campante detrás de la mascarada de nombres históricos: Chulavitas, pájaros, AUC y ahora Bacrim; muchos nombres pero en esencia, paramilitares y estado paramilitar atravesados desde los años 70, por un narcotráfico que reparte montañas de plata a derecha e izquierda del espectro político, destruyendo cualquier espacio de santidad al estilo de los cuentos racistas y monárquicos de los hermanos Grim, entre los bandos que se dan plomo corrido a lo largo y ancho del territorio nacional, afectando a los civiles de todas las ideologías.
Atribuirle la culpabilidad a ultranza a las FARC , hasta de la muerte de la perrita favorita del niño o la niña de la casa, se ha convertido en el nuevo deporte nacional, de quienes quieren lucir correctos en cualquier reunión familiar, académica y hasta corrillos de trago, en todo el territorio colombiano. Destacan en esta movida, políticos que están hoy en decadencia mediática como el ahora eclipsado gobernador de Antioquia Sergio Fajardo, hambriento de las mieles del periodismo que ayer lanzaba ditirambos en su honor, cuando era el «exitoso» alcalde de Medellín y era señalado como parte de los tres tenores de un Partido Verde – de bocas para afuera – pero neoliberal y enemigo del medio ambiente hasta la médula, como lo podrían ser Uribe y sus secuaces. Pues bien, este Fajardo en el ocaso temprano de su carrera política que ya no alcanza para presidenciable, acaba de decir en el más reciente foro de acciones comunales en Medellín, que aspira a convertir estas estructuras organizativas populares, en la punta de lanza de una política destinada a reparar el daño hecho por las FARC a los campesinos de Colombia.
Parece que Fajardo, un hombre desesperado por sonar como precandidato fuerte al Palacio de Nariño y como deseable mayordomo para los dueños de hecho del estado finca de Colombia, es decir, los carteles oligopólicos privatizadores de la Salud, la banca, los proyectos extractivistas minero energéticos, los servicios públicos y las telecomunicaciones – traducidas en celulares y propaganda orgánica en pose de periodismo- anda muy desesperado por sonar en los medios y por eso se tira unas expresiones que bien podrían caber, en el mundo de las telebobelas y narcoseries, como Los Tres Caínes o Pablo Escobar el Patrón del mal, donde los «héroes de la patria» – según el coro de Uribe- esto es, los paramilitares y los soldados “de la patria”, matan a los «malos» – es decir- a sus mismos pares de la miseria extrema o a los miles de familias disfrazadas dizque de clase media, en nombre de una guerra anticomunista contra los «perversos» enemigos de la propiedad privada.
Cómo sí acaso el ejército anti restitución que asesinó a representantes de los campesinos, desplazados y atracados de sus propiedades por los testaferros armados de los terrófagos, con el apoyo de hombres con prendas privativas de las fuerzas militares, como Ana Fabricia Córdoba o Yolanda Izquierdo, no estuviera conformado precisamente, por esos buenos y santificados malhechores de Mi confesión, esas pobres viejecitas “patrióticas” que jamás han sido narcotraficantes, sino matones y dueños de rutas y cultivos de hoja de coca procesada, que ahora se vende también a un público interior. Pero estos casos esperados en el oportunismo político, también se han visto reflejados en la academia colombiana y un periodismo que no lo es, sino un orgánico parlante en otra pose y con uniforme de civil, de las posiciones de las fuerzas armadas privatizadas de mi país Colombia, eficientes para defender los intereses de los multimillonarios, y envueltas en cuanta violación de derechos humanos y narcotráfico, como los jefes de seguridad de Uribe, el cruzado de un centro que no es democrático, sino fascismo chulavita criollo puro.
Que los supuestos periodistas de Caracol, RCN, NTN 24 horas, más medios impresos y emisoras y redes sociales, metan en el mismo saco de la población civil a los “hombres de acero” o a los “héroes de la patria”, vaya y venga. Pero que un académico de trayectoria como Hernando Gómez Buendía, lo haga y asuma las tesis del ejército y del uribismo santismo más radical, según la cual el cese al fuego lo debe hacer una de las partes en conflicto, que por extensión sólo tiene derecho a rendirse o dejarse matar, es pasable en boca de Juan Carlos Vélez, el egresado más abyecto con micrófono y cámara de la cloaca de CNN, pero que el medio escogido para hacer una columna que hubiera envidiado el ex ministro de (IN) Justicia Fernando “Invercolsa” Londoño, sea Razón Pública, un portal con pretensiones académicas, creado para llenar el vacío dejado por una prensa que compite en su fascismo desde las páginas y ondas hertzianas de medios como El Colombiano de Medellín o RCN: eso es muy grave.
Y es grave porque significa ni más ni menos, que además de los asesinos morales profesionales adscritos a la SIP, los campesinos y organizaciones afrocolombianos o indígenas, que hoy sufren los embates del desplazamiento forzado, mientras se dialoga en medio de la plomera y los bombardeos, deberán prepararse para la reconstrucción de una historia amañada, que va a terminar de culparlos por ser un obstáculo para el desarrollo de Colombia, como insinúan algunos académicos del establecimiento. Grave que un académico reputado como violentólogo como Ariel Ávila, sin ningún rubor profesional, se atreva a referirse a las retenciones de militares en combate y en zonas de guerra de Arauca y Chocó, con el mismo tono de los comunicados de las fuerzas militares y llame al asunto “secuestro”, como sí no existiera un estatuto internacional para población combatiente y no combatiente, que permite a las Fuerzas Militares justificar la prisión a los guerrilleros combatientes y de apoyo logístico en las ciudades, que entonces deberían llamarse “presos políticos”.
Pobre Colombia la del pueblo pobre y de civil, víctima de los guerreros del fusil y de los teclados con rotulado de «periodistas» o “académicos”, pobres los hermanos afrocolombianos de Bojayá y de las decenas de masacres cometidas con el apoyo de las guarniciones militares, ´porque ahora no sólo deberán combatir contra el dolor del muerto familiar, sino que también les tocará vérselas contra las cortinas de humo de unos historiadores prostituidos por el dinero y la canonjía de una beca en USA, que tratarán de santificar a los verdaderos señores de la guerra y a los autores materiales de sus fechorías, que así como van las cosas jamás serán sentados al banquillo, y sí canonizados con el silencio y la confusión de rótulos falseados, con un relato pacato y maniqueo al mejor estilo de los cuentos de los Hermanos Grimm y su versión mediocre de las películas gringas, producidas por los cómplices de las matanzas sionistas de palestinos en Gaza, como Sylvester Stallone y Arnold Schawartznegger.
Pobres los colombianos, con unos análisis tan pobres sobre la supuesta acción a título personal de un general de civil, que deambula dando papaya por un teatro de operaciones donde comanda unas fuerzas especiales contra guerrilleras. Pobrecitos quienes olviden que el gobierno tiene de asesores a las serpientes disfrazadas de cinta métrica del Mossad, los terroristas y matones del estado sionista que gobierna a USA, que aparece en la mascarada global como el verdadero jefe del sionismo, haciéndose la vista gorda del dinero que compra senadores a través del cabildeo que llaman con petulancia lobbies. Pobrecito pueblo colombiano del que hago parte, con unos analistas con escritos bastante anales, que olvidan que la estrategia del caballo de Troya se puede repetir de mil maneras con la siembra de buscadores satelitales.
Pobrecitos los que sueñan con que los multimillonarios de Colombia se dividen realmente, cuando lo que hacen es usurpar el lugar de la oposición de verdad, como usurparon el lugar de víctimas con el general sinvergüenza, un verdadero cara de tabla que no siente el mínimo reato moral y de masculinidad, para disfrazarse de la pobre viejecita desvalida. Pobrecito el país que no despierta y no se rebela contra el falso periodismo y lo boicotea allí en el rating o audiencias de consumo, como ya lo viene haciendo el Méjico sufrido por el narco estado al servicio del Plan Mérida= Plan Colombia= Plan Patriota, que señala sin miedo a los mal hechores y cómplices de TV Azteca y Televisa, que criminalizan a las víctimas y sobre todo, sin descaro convierte las leyes que favorecen al pueblo como las zonas de Reserva Campesina, en un delito. Pobrecito el estúpido que mata a su vecino por la intoxicación masiva de ideologías que lo hacen odiar a la víctima y aplaudir al malhechor, sólo porque tiene mucha plata y medios de propaganda que los canonizan (parafraseando a Malcom X).
Que los supuestos periodistas de Caracol, RCN, NTN 24 horas, más medios impresos y emisoras y redes sociales, metan en el mismo saco de la población civil a los “hombres de acero” o a los “héroes de la patria”, vaya y venga. Pero que un académico de trayectoria como Hernando Gómez Buendía, lo haga y asuma las tesis del ejército y del uribismo santismo más radical, según la cual el cese al fuego lo debe hacer una de las partes en conflicto, que por extensión sólo tiene derecho a rendirse o dejarse matar, es pasable en boca de Juan Carlos Vélez, el egresado más abyecto con micrófono y cámara de la cloaca de CNN, pero que el medio escogido para hacer una columna que hubiera envidiado el ex ministro de (IN) Justicia Fernando “Invercolsa” Londoño, sea Razón Pública, un portal con pretensiones académicas, creado para llenar el vacío dejado por una prensa que compite en su fascismo desde las páginas y ondas hertzianas de medios como El Colombiano de Medellín o RCN: eso es muy grave.