La bonhomía que irradiaba era contagiosa y yo como buen montañero, era permeable a sus salidas alegres.
Manuel T. Bermúdez
Especial para Primicia
A Nereo López, lo conocí en New York, en Umbrella House, la casa del poeta Ricardo León Peña Villa.
Estaba yo recién desempacado en la Gran Manzana, y desde el comienzo nos “caímos bien”, pues él desde su costeñidad todo lo volvía una fiesta. La bonhomía que irradiaba era contagiosa y yo como buen montañero, era permeable a sus salidas alegres.
Alguna vez me invito a caminar la New York que él quería, y nos llevamos cada uno nuestras cámaras. “Por lo que pueda pasar”, apuntó.
De repente me dijo: “Lo voy a llevar a un lugar en donde se dará cuenta de lo que es un orgasmo”.
“Pa´las que sea, Nereo le dije y salimos a caminar la ciudad. Tomamos los trenes, que él conocía a la perfección pues se movía por la ciudad con la solvencia de quién hace suyo un territorio. Su edad no era impedimento para “tirar calle” como decía.
Inicialmente me llevó a un sitio de comida Buffet. Era un lugar inmenso con góndolas de comida que de solo mirar uno empezaba a sentir llenura. Comimos y emprendimos el camino hacia el sitio prometido.
“Barriga llena; nueva york es mía” pensé desde el paisa que me habita. Y nos fuimos al 420 Ninth Ave, no sin antes hacernos una foto en la que el Empire State, nos servía de fondo para presumir a futuro, o al menos yo, que estaba de paseo.
En la dirección ya señalada, entramos a un enorme almacén, una de las tiendas más famosas y grandes de productos fotográficos que hay en New York, y la que según dicen, es visitada por más de 5 mil personas cada día. Quien guste de la fotografía, esté en New York y no visite este almacén no está en nada.
Eran tres pisos de sofisticados equipos, que a uno como fotógrafo, hacían que chorriara la baba: cámaras, camaritas, camarotas, lentes de todo tipo en fin, era un templo al mundo de la fotografía pero para que se hiciera el milagro completo nos hacía falta…ya lo adivinaron: los dolorosos o verdes que les llaman.
“Te lo dije, este lugar produce orgasmos”…me decía Nereo constantemente mientras sus ojos claros analizaban algún equipo de los que allí se exhibían.
Luego en otras ocasiones, Nereo iba a la casa del Poeta, ubicada en Manhattan y pasábamos tardes enteras tomando un poco de vino y escuchando sus historias que nunca se cansaba de contar, o gozando con su humor de nunca acabar porque siempre tenía un apunte para compartir y producir una sonrisa.
Hoy me enteré de la muerte de Nereo y me dolió ese lugar en el que dicen que queda el alma. Recordé su errabundaje por esa ciudad hermosamente despiadada con los sueños de tantos y a la que muchos han viajada porque creen que New York es el cielo.
En los ojos de Nereo, viajaba el mar dejado en lejanía y en su risa se percibía la costa tan amada. Como siempre, uno se lamenta de que la muerte se lleve hermosos seres humanos, porque ese era, Nereo López, un bello ser humano.
Una persona así descrita ha de generar en ese «espacio donde queda el alma»… Sí… Ese vacío de lo entrañable de los que nos han tocado gustos, sabores, risas, sabor caribe… allí donde, quienes han salido, dicen que se siente el sabor a tinto mañanero, a bambuco , a aire fresco en la mañana. Me hiciste extrañar a quien no conocí. Lindo escrito.
Eso es trascender, cuando se deja huella en el alma de los amigos.