Bogotá D.C., TOP

La Tertulia: RESISTE A LA CIVILIZACIÓN DEL CEMENTO

Tertulia-La-Rotonde-ParisViejos amigos, pan de Viena y tertulias de café

 

 

 

Antonio Valencia Salazar

Columnista

Primicia Diario

Pierre Larousse describe en su monumental diccionario universal, simplemente lo que significa tertulia: “Reunión de personas que se juntan para distraerse y conversar”.

Esta congregación ha existido siempre. Ignoramos si los primeros homínidos, precursores del hombre la realizaban para “comentar” su asombro ante lo espectacular y misterioso del mundo que se ofrecía a sus elementales cerebros y ojos. Grecia inauguró la tertulia tres mil años antes de la existencia de Jesús, El Cristo. Célebres son en el ágora ateniense, las reuniones de Sócrates y sus discípulos. Las enseñanzas de Platón, Aristóteles y tantos filósofos que florecieron en tierras helénicas para bien de la cultura occidental, se consultan en nuestro tiempo.

Tertulia se celebra a diario; en cualquier lugar, en las cafeterías, fuentes de soda, cigarrerías, restaurantes. Lo tradicional ha sido en los “bebederos” de tinto, el caliente pocillo del estimulante café colombiano que muchos consumidores exigen con cierto apetito libidinoso. Los cafés pueblerinos son escenarios propicios los domingos y festivos a la conversación parroquial.

HABLAR Y HABLAR

Bogotá ha sido ciudad refinada y especial de la tertulia culta. La memoria histórica de la urbe registra entre seis y siete lugares predilectos, clásicos para la reunión de amigos y conocidos. Célebre es El Automático, fundado por Fernando Jaramillo y otros aficionados al licor y la buena charla. Funcionó en la Avenida Jiménez y fue adquirido por insinuación del poeta León de Greiff, cuyas malas pulgas eran bien conocidas. Ocurrió así; los dueños del cuchitril precursor del autoservicio al cliente, marido y mujer de procedencia belga, le exigieron al vate quitarse la boina vasca que usaba, cada que llegara allí; el León se ofendió y le propuso a Jaramillo, su paisano antioqueño, bohemio, toma trago, negociante, y soñador con plata, que comprara el negocio a los irrespetuosos. El paisa extendió un cheque por valor de  cinco mil pesos que eso valió el negocio y sacó a los extranjeros de allí. Nació así El Automático en 1949; doce meses antes, en abril, había sido asesinado el líder liberal Jorge Eliécer Gaitán.

Todo fue apersonarse Jaramillo del lugar, para que aparecieran en esa tertulia inicial los “intelectuales puros”; Fernando, de eterno cigarrillo en la comisura de los labios y sus curtidos dedos, oficiaba de director de orquesta.

La nube de poetas, escritores, políticos, abogados, tinterillos, pintores, periodistas, caricaturistas, retratistas, funcionarios, oradores, congresistas, soñadores, bohemios y trasnochadores se hizo realidad día y noche. De esas generaciones brillantes recordamos a León de Greiff, Jorge y Eduardo Zalamea, Juan Lozano Y Lozano, Luis Vidales, Jorge Gaitán Durán, Guillermo Payán Archer, Ignacio Gómez Jaramillo, Marco Ospina, José Mar, Jorge Elias Triana, Omar Rayo, Mardoqueo Montaña, Ernesto Franco, Hernán Merino, Mario Rivero, Luis Felipe Robles, Marco Montaña, Otto Sabogal, Héctor Rojas Erazo, Alberto Soto, Pedro Hané Gallo, Leo Matiz, Fernando Charry Lara, Álvaro Mutis, Lucy Tejada, Emilia Pardo Umaña, Alberto Galindo, Luis Carrera Andrade, Darío Bautista, Jaime Quijano Caballero, Jorge Child, Ciro Mendía, Jorge Ferro, Carlos Canal, Jaime Ibáñez, Guillermo Sendoya, Álvaro Borda, Diego Tovar Concha, Paulo Forero, Rogelio Echavarría, Gabriel García Márquez, Carlos Villar Borda, Juan Manuel Roca, Chapete, Jorge Rojas, Arturo Camacho Ramírez, Gonzalo Arango, Elmo Valencia, Jotamario Arbeláez, Luis Eduardo Ortiz Arciniegas “carepuño”… La lista de tertulianos entonces fue interminable.

El Automático cambió de lugar en cuatro etapas: Avenida Jiménez, interior del edificio a espaldas del Banco Emisor y calle 18 arriba de la carrera séptima; Con los años, Enrique Sánchez, fue su dueño y cajeros “el cojo Henao” y Alberto Rojas. Le llegó la huesuda en un local de la misma calle 18, treinta pasos al occidente. Entre los ilustres universales que lo visitaron para la charla edificante y unos buenos whiskys, figuran Pablo Neruda, Jorge Luis Borges, Ernesto Sábato, Carlos Andrés Pérez, ex presidente de Venezuela y  muchos otros célebres intelectuales.

TERTULIA DE HOY

Las reuniones de los “puros” tocó a su fin al irrumpir en las buenas costumbres bogotanas el consumismo desbordante de licores, alentado por el capitalismo salvaje. Puede decirse que la charla fina, decente, aleccionadora, ilustrativa, claudicó.

Le ha tocado a la tertulia culta, un tanto maltrecha, refugiarse en dos lugares del corazón de Bogotá así: san Café, calle 18 con carrera séptima, donde funcionó El Automático, y se oficia el sagrado encuentro de escritores, poetas, y una cohorte de pensadores criollos; y Pasaje Santander carrera séptima calles 17 y 18, un lugar huérfano de adornos, cuadros, pinturas al óleo, remembranzas coloridas que de pronto le den aspecto cultural. En ambos lugares se dan cita en una especie de ritual doloroso entre colonial y modernista, las mejores lenguas viperinas, otras eruditas, culturales, las más, comentaristas de los aconteceres cotidianos del mundo, Colombia y sus eternos problemas sociales y de violencia, charlas sobre familias, apellidos, presidentes, funcionarios; se habla de todo el mundo, se entra a saco roto en no pocas honras ajenas; lenguas en fin, que rescatan la tertulia capitalina, secundada también en parte por sitios de reunión ciudadana como el Oma, “Chantoner”, Casa Liz, Mercantil, El Pasaje, Saint Moritz, que son otros cuentos del ayer.

Pasaje Santander, comercial y todo, reunió y reúne hoy, casi con sacerdotal cumplimiento horario,  lenguas de tertuliadero entre las cuales y muchas otras que se quedan entre el tintero, las siguientes: Víctor Adolfo León Zúñiga, Ricardo Rojas, José Ignacio Rozo Niño, Oscar Mejía, Guillermo Aldana, Fabio Martínez Celi, Guillermo Cabrera, Germán Esteban Becerra, Ricardo Mora, Laurentino Mancipe, Eduardo Moreno, Rafael Duque, Gustavo Adolfo Casadiego Cabrales, Pedro García, Rito Alejo Galvis, José Vicente Figueroa Bastidas, Luis Avendaño, Gilberto Villamizar, Guillermo Villamil, Humberto Bautista, José Luján Zapata, Clímaco Giraldo, Rodrigo Escobar Rivera, José Agustín Otero, Antonio Encinales, Fabio Ramón Gómez, Víctor Romero, en fin, profesionales de la conversación. Tal la nómina de tertuliantes de este no tan clásico sitio, pero si refugio amistoso, diferente por el diálogo en las tardes capitalinas; en suma, ciudadanos vencedores del tedio existencial.

Más ambiente colonial tiene san Café, en la calle 18, que atienden Manuel Alfredo Rubiano nacido en Pacho Cundinamarca y “Leo” Picón Manosalva, de Río de Oro, Cesar. Su interior está bien decorado. Los cuadros y viñetas recuerdan el esplendor renacentista, colonial, clásico; son reproducciones pictóricas, dibujos, carteles franceses bien coloridos, retratos al óleo, copias de obras de artistas universales y colombianos, caricaturas, entre multitud de alegorías que evocan y hacen memoria de los intelectuales de ayer y otros mejores años, ya lejanos en el tiempo. Se siente calor humano y se respira el aire de la amistad y la cultura.

A san Café concurren religiosamente a diario muchos tertuliantes; otros espacian su presencia para animar el espíritu con anisados tropicales, cervezas colombianas, o un buen whisky de Escocia. Entre otros, si la memoria no nos juega su traición antirecordatoria, asistieron y asisten al rescate del buen diálogo, Lázaro Aramburo, Mario Sirony, Álvaro Montoya Gómez, Guillermo García Blanco, Roberto Lobelo, Eduardo Díaz, Felipe Rincón, Rodrigo Escobar Rivera, Mario Zapata, Alberto Galindo, Jairo Maya Betancourt, Leonardo González, Mauricio Sanabria, Ituriel R., Guillermo I, Felipe y Guillermo Maldonado, Guillermo Aldana, José Martínez Sánchez, Jairo Slebi y cía., Roberto Rodríguez, doña Grace, Roberto Espinosa, Víctor Pérez, Dimas Galeano, Jaime Echeverry, Carlos Alberto Moreno, el juez Camargo, Hugo Correa, Juan Manuel Roca, Jotamario Arbeláez, José Luis Díazgranados, Ozziel y Mario Baena Mejía, Ernesto Franco “Copetín”, Víctor Romero, Omar Benítez, Claudia Rey, Alberto Tejada, Sonia Truque. Y tantos más que con distintos temas, aportan al bullicio de colmena y a la religiosa producción verbal que allí se origina con la mezcla de musicales melodías, boleros, tangos, son cubano, de otras épocas memorables. Todos son “lenguas tertulianas”, integrantes de una nómina de lujo, profesionales, artistas en una sola palabra y eruditos en la ciencia del humano trato.

RECORDERIS

No es menos abundosa la lista de quienes fueron contertulios amenos y generosos, y es pródigo el recuerdo  con los amigos que se incorporaron al escenario misterioso de la eternidad; unos lejanos en el tiempo, otros más recientes en el viaje sin retorno. Intentamos el recorderis, pecando acaso de olvidadizos pero ajenos al pecado capital de la ingratitud: Jaime Gaitán Rivas, Avelino Calle, Armando Valenzuela Ruíz, Jesús Guerrero, Jaime Mejía Valencia, Hipólito Hincapié, Jorge Roa, Orlando Pyon Noya, Luis Santibáñez, Efraín Llano Arango, Hernando “Garabato” Rodríguez, Reinaldo Cetina, Gabriel Gutiérrez Macías, Pedro Medina Avendaño, Alejandro Aguilar Orejuela, Chucho Vásquez, Luis Eduardo Ortiz “carepuño”,  Evelio García Marín, Ituriel R.,…

La tertulia bohemia y romántica que caracterizó el ambiente caluroso y humano de los cafés bogotanos, no se resigna a desaparecer. Sangre nueva espiritual va apareciendo de tarde en tarde. Queden estas líneas testimoniales como presente y recordatorio. Aún tenemos ánimos para el encuentro de la palabra, las ideas, los proyectos de alma, los planes de vida. La corriente de la existencia nos alienta para construir el diálogo y la paz no sólo espiritual, sino social y económica para todos. “l´union fait le force” para derrotar el pesimismo.

En concreto, la reunión de café o tertulia culta en Bogotá resiste tercamente a la inhumana irrupción del cemento civilizador y modernista, gracias al empeño de un puñado de soñadores y excelentes conversadores, generadores de ideas que aspiran convertir en realidad. El espíritu de la palabra está vivo; se estremece en el armazón de la urbe, tan invisible y esquiva a las manifestaciones humanas de valor.

cafe1En concreto, la reunión de café o tertulia culta en Bogotá resiste tercamente a la inhumana irrupción del cemento civilizador y modernista, gracias al empeño de un puñado de soñadores y excelentes conversadores, generadores de ideas que aspiran convertir en realidad.