Galileo Galilei, un científico italiano. Se la pasaba todo el día preguntándose ¿Cómo hacía la tierra para moverse?.
Después de varios años de investigaciones, Galileo Galilei, un científico italiano le dijo a la humanidad el 22 de febrero de 1632 que la tierra no era el centro del universo.
En su Diálogo sobre los principales sistemas del mundo, planteó un debate sobre el movimiento del universo en torno al sol. Eso era impensable en esos años. Hasta ese momento todos creían que la tierra era el centro del universo y que los demás planetas estaban alrededor del astro rey.
En esos años, la Santa Inquisición era la encargada de examinar y aprobar todos los escritos y quien no se ciñera a sus reglas, bien podría ser ahorcado o simplemente encarcelado.
Desde muy pequeño Galileo era muy inquieto sobre el universo. Se la pasaba todo el día preguntándose ¿cómo hacía la tierra para moverse? ¿Dónde tendría el motor? ¿Cómo se movía el agua en los mares? ¿Por qué no se regaría esa agua en el universo? Mientras pensaba, tocaba el laúd, era un diestro en cuestiones musicales.
Había nacido en Pisa el 15 de febrero de 1564 y en 1581 ingresó a la universidad a estudiar Medicina. Fueron 4 años en los cuales se metió de lleno a estudiar a Aristóteles y las enseñanzas sobre el cuerpo humano quedaron atrás. Pero lo que sí le gustaban eran las Matemáticas y con los números ganaba algunos pesos –porque en esa época también los profesores universitarios eran mal pagos—y con eso lograba sobrevivir.
Pero seguía pensando y analizando. Un día, desde el tercer piso de su casa se dedicó a arrojar platos, ollas, cucharas, hojas de papel, trozos de madera y lo que encontrara. No entendía por qué los objetos se iban al suelo y por qué tanto sartenes como cuchillos se demoran lo mismo en llegar al piso. Los vecinos no lo comprenden. Tiempo después Newton descubriría la Ley de la Gravedad.
Se creía en ese momento lo que había dicho Aristóteles, un filósofo, lógico y científico de Estagira, en Grecia y que había nacido 384 antes de Cristo y quien sencillamente decía que las piedras caen al suelo porque es su lugar natural y que el humo subía, porque era caliente y buscaba el sol.
Un reguetonero no lo hubiera comprendido. Seguro.
A Galileo se le deben inventos como el péndulo, el termómetro de agua y el microscopio, entre otros.
Galileo era muy pobre y fuera de eso, no le pegaban bien por sus clases y una vez fue a protestar a Venecia para que le aumentaran la mesada, encontró un nuevo invento: el anteojo, creado por un holandés. A partir de allí, comenzó a mejorar la forma de mirar al exterior hasta cuando dio con el telescopio.
Dejó de tener hijos –ya tenía tres—y se dedicó a mirar las estrellas todas las noches y a tomar apuntes. Encontraba más divertida la acción. Y cada vez que encontraba algo nuevo, levantaba una ola de comentarios en las universidades y sus críticos no le daban la razón. Una noche descubrió cuatro satélites de Júpiter, después observó que Venus tenía fases semejantes a las de la luna.
La Inquisición le hizo varios juicios, el genio se defendía con razones, pero los jueces nunca le aprobaron lo que decía y lo condenaron y se escandalizaron aún más, cuando sacó su Diálogo sobre los principales sistemas del mundo. No podía creer lo que decía de la tierra y él, condenado, decía: “¡Y sin embargo se mueve!”.
En 1992, tres siglos y medio después del fallecimiento de Galileo, la comisión papal a la que Juan Pablo II había comisionado la investigación del proceso inquisitorial reconoció el error cometido por la Iglesia católica.