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Desde Cúcuta: TODAS LAS PANDEMIAS

La llegada de ciudadanos venezolanos a Cúcuta ha agravado la situación social de la capital de Norte de Santander. 

 

 

 

Claudio Ochoa

Los cucuteños y nortesantandereanos en general parece que han agotado la paciencia, están saliendo de la apatía, ya se acaba la fiesta y toman forma el desconsuelo y la rabia. Población históricamente dependiente de los venezolanos, ahora sí que ha quedado secuestrada por la dictadura vecina, sus protectores castristas, Putin y Xi Jinping, la coca, el virus  y cuantos destructores de nuestras naciones están imponiéndose sobre los sufridos venezolanos y colombianos. Con el agravante de los daños causados por el desgobierno, en lo local, regional y nacional.

Un nortesantandereano que clama por nuestra tierra, el abogado Jairo Ibero, acaba de expresar sus ironías ante el escenario propiciado por la reciente visita del presidente Iván Duque a Cúcuta, con el propósito de anunciar que el año entrante estará listo el acueducto regional. Y muy poco más. Eso sí, dice Ibero, los caciques locales se esmeraron en atender al mandatario con los deliciosos pasteles de garbanzo, comportándose con él como verdaderos indígenas, y este sentirse como todo un conquistador español. Tales personajes se mostraron en todo su egoísmo personalista y con caritas de corderos en vía de sacrificio le pusieron la manito a Duque, a ver si les regalaba algo, para ellos, no para sus sometidos. Pero nada que le reclamaron –dice Ibero—por el gravísimo problema que padece el Hospital Erasmo Meoz (agonía que siguen empujando miles de pacientes venidos del otro lado), las pandillas colombo-venezolanas y sus atracos y asesinatos, los costosos e injustos servicios públicos, etc.… además de los estragos por la pandemia.

En Cúcuta y el Departamento no pasa nada, todo el mundo contento y colaborador, como que fue la imagen que se llevó Duque, intuye Ibero. Sus gobernantes están en lo suyo, y de fiesta.

Otra cucuteña de alma, la psicóloga, escritora y pintora Eleonora Martin, tan adolorida como Ibero, dice que en esta oportunidad los paisanos se mostraron como cualquier Tatú, emocionados con «el avión, el avión» presidencial, y recibieron a los más cercanos de la comitiva con el «coñoesumadre», en lugar del «hola toche», pues la ciudad y el departamento se venezolanizaron, tanto en las expresiones típicas, como también –digo yo– en la inseguridad, el desempleo, la pobreza y la alergia por el trabajo… Eleonora prosigue su memorial señalando que «no hablemos de los señores gobernantes, que se les olvidó de dónde salieron, y hoy las camas, todo lo que se necesita de dotación para tener buenos hospitales, se convirtieron en hermosas mansiones en Chinácota (el veraneadero de los cucuteños). Debía darles vergüenza, pero esta la perdieron hace tiempo, cuando cambiaron su «status».

Como ya no aguantan más, antes han soportado tanta indignidad, médicos y personal de la salud en general escribieron la semana pasada al gobernador y al alcalde, pidiendo establecer una cuarentena en toda la ciudad para disminuir los contagios por el virus, hasta un nivel «de capacidad hospitalaria de menor riesgo». Describen «saturación en la capacidad instalada” en las UCI del Hospital Erasmo Meoz y clínicas de la ciudad y «carencia de insumos médicos imprescindibles». El médico intensivista, Arturo Arias, ha aprovechado para invitar a tales personajes a sentarse con los galenos en busca de soluciones, pues además de ignorar el infierno en que se encuentra la ciudad por las pandemias, directas e indirectas (la dictadura vecina, sus protectores castristas, Putin y  Xi Jinping,  la coca, el virus chino y cuantos destructores de nuestras naciones están imponiéndose, más el desgobierno) estos burócratas no tienen ni idea de lo que siente una persona al estar entubada, y si se salva, el martirio que le espera.

Las autoridades han sido permisivas y los ciudadanos irresponsables, ha recriminado el médico Ramiro Luna Conde. Ya han fallecido cinco médicos de reconocida trayectoria y varios de sus colegas están en UCI. Ha dicho que en la ciudad el promedio de víctimas a causa del virus está por encima del promedio nacional de muertes día por millón de habitantes (4.7 frente a 4.2). Pregunta qué va a pasar, ahora que crecerán las reuniones y los corrillos, con la novena navideña y las fiestas de fines e inicio de año, en una ciudad cuya ocupación de camas UCI está en 97 %. Otra cosa sería si el fenómeno se presentara en Bogotá, Cali, Barranquilla o Medellín. Que ya habría movilización nacional y decretos gubernamentales de emergencia y de excepción… pero como ocurre en Cúcuta…

Mientras tanto, desde Bogotá la estrategia es de sumisión frente a los organismos internacionales y algunas naciones europeas que hacen humanitarismo con víctimas ajenas. A cambio de unos cuantos dólares nos siguen obligando a recibir y recibir oleadas de venezolanos, sin el cumplimiento de mínimas condiciones de seguridad, acatamiento a la ley, y creando fuentes de trabajo. Bienvenidos los que quieran aportar al país, los otros no. Cada vez es mayor el rechazo (hasta de los propios venezolanos de bien) a quienes vienen a delinquir o a vivir de la caridad. Creo que son contadas con los dedos de la mano las personas que empobrecidas y enfermas (tal es Colombia) den albergue a un tercero, y este destruya su casa, lo asalte y agreda… y todos tan contentos. Cúcuta es la puerta de entrada este para caos, el mal avanza por el país y la situación es irreversible.

En medio de estas pandemias que soporta Norte de Santander, directa e indirectamente, que poco a poco van fluyendo por toda Colombia, acá el Gobierno sigue de aliado (increíble pero cierto) con la dictadura venezolana y sus aliados, librándola de tener que alimentar, dar vivienda, educación, cuidados de salud y otros beneficios a tres, cuatro, cinco millones de venezolanos (quién sabe cuántos son…). Dictadura que no para de librar de la cárcel a criminales, con tal que se vengan para Colombia. Gobierno el nuestro tan ingenuo que cree trancar tal alud cerrando las fronteras. Mentiras. Peor, por las trochas sigue la romería, tomando calles y viviendas del Norte de Santander, y de ahí hacia todo el país, sin controles y sin plan alguno, tanto para dar empleo y modos de subsistencia a los buenos inmigrantes, y evitar a los delincuentes.

«Que se pulsee las guevas y haga arreglar esta ciudad», dijo la semana pasada en la televisión local una vendedora informal, en referencia al alcalde cucuteño. Consejo que también deben tomar a pecho las autoridades nacionales. Porque una bomba social sigue alimentándose, una especie de conflicto civil, de todos contra todos, está asomándose, ante tanta permisividad e inacción frente a estas pandemias y desgobiernos, cuyos actores y sus aliados en Colombia se preparan para ganarse todos los premios de las elecciones presidencial y legislativa del 2022, que ya llega. A la vez, enfrentar a los humanitaristas que desde el exterior nos siguen «dando coba», como se estila decir en Cúcuta para quien entretiene halagando, mientras engaña. Reglas claras e inviolables frente a los «inmigrantes», es lo que debe imponerse.

El gobierno Duque más atención le presta al Juan Guaidó para derrocar el gobierno elegido popularmente de Nicolás Maduro que a las gentes de Cúcuta que viven su peor crisis social de la historia.