Colombia no fue ajena a esos contagios y fallecimientos, que según reseñaron años después cifraron los últimos en 50 millones de personas en el mundo.
El 24 de octubre de 1918 el líder conservador y luego presidente de Colombia le narró a su amigo José Arturo Andrade, que vivía en San Andrés, cómo se vivía la pandemia la gripa española en Bogotá.
Los sucesos que vivían los bogotanos estaban enmarcados en la Primera Guerra Mundial.
«Al principio fue una cosa de risa. Todo el mundo estornudando. Pero luego empezó una forma que llaman cerebral y empezó a morir gente de repente en la calle, especialmente entre los obreros. El pánico ha ido creciendo. Los entierros pasan continuamente», narra el padre del inmolado Álvaro Gómez Hurtado.
Colombia no fue ajena a esos contagios y fallecimientos, que según reseñaron años después cifraron los últimos en 50 millones de personas en el mundo.
El texto de la carta del Dr. Laureano Gómez es el siguiente:
«Bogotá, octubre 24 de 1918
Muy querido Arturo:
Mis dos últimas cartas las he dirigido directamente al Archipiélago, directamente, porque Miguel Aguilera me aseguró que así iban también directamente, y también más seguras. Que con el intermedio del Suró corrían riesgo de que a él se le olvidaran y, pero como no he vuelto a tener noticias tuyas, temo que el camino no haya resultado muy seguro y que ya estás inculpándome incumplimiento. Hoy vuelvo a usar el antiguo camino.
Aquí hay de nuevo una epidemia de gripa que tiene alarmada a la ciudad. Por lo pronto tiene paralizada la vida; las oficinas están todas cerradas, los colegios lo mismo, se han suspendido los exámenes hasta en las facultades; se han ordenado cerrar teatros y cines y por las calles no se encuentra un alma de noche. Al principio fue una cosa de risa. Todo el mundo estornudando. Pero luego empezó una forma que llaman cerebral y empezó a morir gente de repente en la calle, especialmente entre los obreros. El pánico ha ido creciendo. Los entierros pasan continuamente. El problema se ha agravado porque los sepultureros unos están enfermos, otros se han muerto en el oficio, no se consigue quien quiera hacerse cargo de él y según dicen, hay momentos en que más de cien cadáveres esperan, regados en los corredores de las bóvedas que los pongan bajo tierra. Por de contado nadie quiere ir al Cementerio y los entierros, aun de las personas notables, van sin acompañantes.
Entre las personas conocidas han muerto, el senador Antonio Regino Blanco y su esposa, con unas pocas horas de intervalo, el senador Manuel José Soro, antioqueño, el Dr. Fernando Cortés Monroy, Gonzalo Santamaría, Ricardo Vinagre Acevedo, la señora de D. Modesto Cabal, una muchacha Pradilla, muy bonita, que estaba dando golpe y se iba a casar con un sobrino de Chepe Guzmán, hijo de Ezequiel y el pote Camacho, el hijo de Nemesio, que era muy bien estudiante de medicina; y mucha gente ´pobre que cae fulminada en las calles.
Por lo que dicen los periódicos, la epidemia es universal, aunque en esto el país no se conoce. Pero en los EE.UU. ha muerto de ella Gabriel Suárez O, el hijo del D. Marco, Luis Alejandro Caro y un hijo de Manuel E. Puyana.
Ya ves que cada año tenemos la visita de alguna calamidad pública. La de este año ha causado ya más víctimas que los temblores.
Las autoridades han dejado mucho que desear. Bien es verdad que con la mula de Santiago Castro de alcalde poco hay que esperar.
Se ha formado un comité de socorro que preside el Dr. Dávila F, formado por Julio Portocarrero, y gente por el estilo; por eso podrás calcular la estupidez del alcalde. Julio Portocarrero se dedicará a socorrer a los horizontales, ya que como duermen siempre bien abrigados, son los que menos necesitan auxilio.
Por supuesto que hay escenas curiosas. Las peluqueras hace quince días están en la lata, porque nadie se manda afeitar ni recortar el pelo por miedo a la bronconeumonía.
Afortunadamente en las proximidades del grupo no ha habido hasta ahora ninguna desgracia. Al decir esto, mejor al escribirlo, toco madera para alejar el presagio.
Cómo comprendes lo que ocurre trae un apagamiento en las demás cosas, política inclusive. En materia de negocios la situación empeora. La prohibición de exportar café que acaban de hacerlos EE.UU. ha traído la alarma más inconcebible. Hay hacendados que salen por las calles hechos unas furias, pidiendo que entremos en la guerra, que nos anexionemos a los yanquis, cualquier cosa, pero que les compren su café. Por su parte, el larguísimo verano arruinó las cementeras, atrasó los ganados y los orejones de la Sabana están también inconsolables. La gripa vino a determinar la carestía del mercado, lo que ha motivado conatos de bochinche. Un limón vale diez pesos. Una naranja cinco. Una botella de leche, doce. Una libra de carne veinticinco. Una pastilla de cucaliptol, tres pesos. Et sic de coetero.
¿Y qué opinas de la guerra? Sin duda contagiamos de nuestra jeltal tura a los alemanes. Ya ni los más optimistas ponen en duda que la guerra está perdida y en las peores condiciones; el aceptar en principio la devolución de Alsacia – Lorena indica cuando ha tenido que doblegarse el orgullo alemán. Pero aun eso dudo. Como la guerra no nos perjudicó en exceso, tampoco la paz se preocupará de beneficiarnos.
De ayer a hoy han muerto de la peste Santiago Pombo Arboleda y Dña, María Brigard de Putnam. Hace tres días había muerto Ana Brigard de Uribe, esposa de D. Carlos Uribe.
Ya vez que la crónica es nutrida, aunque nada alegre. La novedad más cercana al grupo le ocurrió al viejo Zeón que le murió una sirvienta en la casa. Amaneció rígida en el comedor con una panela en la mano.
Cuéntame detalles de tu vida insular. Y dime si ya te vas acostumbrando al trato de los adventistas. Aquí han aparecido varios artículos, entre otros uno de Salvador Iglesias, en los que propugna por la conveniencia de vender el Archipiélago a los americanos antes de que no lo quiten. Yo creo que en cuanto lo necesiten no se ponen en el trabajo de comprarlo, sino que lo tomaran.
Escríbeme y recibe el abrazo estrecho de tu fiel amigo
Laureano».