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Jorge Barón: EL VARÓN DE LA TELEVISIÓN

Jorge Barón es Jorge Eliécer Varón. Si, con v, la pequeña, pero por sus constantes peleas con su progenitor, determinó cambiar las letras y demostrarle que podría salir adelante y ser famoso como un Barón con b.

 

 

 

Guillermo Romero Salamanca

En 1981, cuando empezó Colprensa a enviar noticias –gracias a la maestría de Orlando Cadavid Correa— nació una sección en la agencia que cubría espectáculos, televisión, cine, cultura, música y todo lo referente al arte y me encomendaron esa noble tarea.

Colprensa estaba ubicada en el barrio La Merced, repleto de casas inglesas con sedes de entidades financieras y de agencias de publicidad.

Un día me encomendaron entrevistar a Jorge Barón, el presentador de «La nueva estrella de las canciones” y «Embajadores de la música colombiana».

Detrás de la sede de Promec Televisión, en la carrera 5 con 35, quedaban los primeros estudios de Jorge Barón, a un lado de la sede de la Casa de Antioquia en Bogotá y a una calle del Parque Nacional.

Con su vestido azul impecable, sus zapatos brillantemente lustrados, una camisa nívea, afeitado perfecto y una oficina que aunque pequeña, contenía de todo. Allí administraba sus primeros espacios y pronto se lanzaría como programadora de televisión.

Habló de sus sueños: tener un musical que reuniera las figuras del momento, grabar novelas, pero sobre todo, deseaba ser presentador de un noticiero de televisión.

Estricto con sus empleados, pero alegre para las entrevistas, siempre dibujaba una sonrisa y nos trataba familiarmente con el adjetivo de «flaco».

Unos años después inauguró una sede de más de cinco pisos en la carrera séptima con calle 51, en Chapinero, que contenía sus propios estudios, oficinas administrativas, parqueadero para su gigante Mercedes Benz y gradas para que el público viera a sus artistas.

Allí estuvimos con Mirla Castellanos, Raphael, El Binomio de Oro, Alfredo Gutiérrez, Diomedes Díaz, Paloma San Basilio, Julio Iglesias,  José Luis Rodríguez «El Puma», José José, Camilo Sesto, Rocío Jurado, Emmanuel, Rocío Durcal, Juan Gabriel, Leonor González Mina, Menudo, Claudia de Colombia, Manuel Fernando, Isadora, Óscar Golden y decenas de figuras más.

Lo llamaban las disqueras de España, Estados Unidos, México, Venezuela y Argentina porque buscaban un espacio en su programa para lanzar a sus artistas.

Además de su programadora, Jorge Barón montó su emisora Punto 5, tenía un periódico y presentaba «El noticiero del espectáculo», donde Rodrigo Beltrán hacía bromas a las personas con una cámara escondida, tenía la renombrada sección «El hueco más grande» en el cual unos payasos se burlaban de las obras de las alcaldías  y «El sin tocayo», donde entrevistaron a personas con nombres extraños como Sinforoso, Palestino, Acróstico o Édgard Eutimio.

Él seguía soñando y contaba que pronto tendría una sede más moderna y más al norte de Bogotá y que «El show de las estrellas» estaría en las distintas ciudades del país. Parecía una proeza. Muchas veces, no se podía siquiera transmitir desde El Campín un partido entre Millonarios y Santa Fe y ahora el presentador serio quería mostrar su espectáculo en Cartagena o en Tuluá. Y lo hizo. Fueron más de 500 municipios con «El Show de las Estrellas».

Un día de noviembre nos invitó a su nueva sede. Estaba al frente de Unicentro y comentó que alrededor pondría unas placas al estilo Hollywood con estrellas y las huellas de los más connotados artistas. Y comenzaron a desfilar personajes como Pacheco, Gloria Valencia de Castaño, Claudia de Colombia, Los Tolimenses, Guillermo Zuluaga Montecristo y una decena de figuras más.

La obra no se pudo continuar. Ese sueño se frustró porque un día los del acueducto rompían al andén para una nueva red o cambios de tubos, unas semanas después hacía los mismo la telefónica y unos más, la empresa de energía. Además, cada alcalde montaba un nuevo andén y entonces las placas fueron desapareciendo ante la intransigencia de las administraciones y los habitantes de la calle se llevaron las figuras y las letras de los nombre por su bronce.

–Flaco. Así no se pueden hacer más homenajes, nos dijo aquella mañana.

Miró una vez más el piso y me comentó: «Te propongo que me acompañes a Riohacha donde haremos un Show de las Estrellas». Allá estuvimos y la crónica sobre ese certamen se publicó en «Viernes Cultural», revista de Periódicos Asociados. Fue un programa con El Binomio de Oro, Joe Arroyo y Alfredo Gutiérrez.

En Barrancabermeja estaba un día presentando su programa cuando el calor era agotador y alguien le dijo que les pidiera a los bomberos que con unas mangueras aliviarán a los asistentes. Cuando se procedió a este ejercicio, comenzó a gritar: «Agüita para mi geeeeente».

Esa frase se volvió su grito de campaña al igual que «Entusiasmo».

Allá nos encontramos con este hombre, nacido en Ibagué e impecablemente acicalado. Descansaba bajo una carpa que hacía de camerino, vestido totalmente de blanco –hasta los zapatos–, de riguroso smoking blanco y los 32 grados centígrados que mitigaba con dos ventiladores. Ya había comenzado con el cuento de «La patadita de la buena suerte» que había copiado del presentador mexicano de Siempre en Domingo, don Raúl Velasco.

Cuando cumplió 4 décadas de vida, publicó el libro de su vida titulado:«Mis primeros cuarenta años».

Muchos de sus sueños se habían cumplido. Le tenía a su mamá, doña Bertha Barón, un supermercado para que se distrajera. Se llamaba «San Jorge». A sus hermanos –Eduardo y Amparo—eran sus apoyos administrativos y televisivos en la programadora y a sus tres primeros hijos los había bautizado como Jorge Barón I, Jorge Barón II y Jorge Barón III.

En realidad, el nombre de Jorge Barón es Jorge Eliécer Varón. Si, con v, la pequeña, pero por sus constantes peleas con su progenitor, determinó cambiar las letras y demostrarle que podría salir adelante y ser famoso como un Barón con b. Y a pulso lo logró. Comenzó como conductor de bus, luego mensajero de emisoras y después auxiliar de radio. Tuvo sus programas en La Voz del Nevado y en Ondas de Ibagué, en las cuales anunciaba canciones, grababa comerciales y transmitía los partidos de su Tolima del alma.

Cada paso que daba se lo hacía saber a su padre. Lo mismo cuando llegó a Bogotá a estudiar Economía y cuando ingresó a la programadora de Julio Sánchez Vanegas, quien le explicó cómo era el asunto de la televisión. Siempre ha guardado especial cariño por don Julio y por las personas que le tendieron la mano cuando empezó. Así lo demostró en la Asociación Colombiana de Locutores y los múltiples reconocimientos.

En 1985, cuando organizamos el I Encuentro Nacional de Periodistas del Espectáculo fui a su oficina en búsqueda de patrocinio. «Yo traigo a Fernando Torres Trujillo de La Patria de Manizales. Yo lo invito». Y así fue, le pagó el pasaje, el hotel y hasta le dio viáticos para que se movilizará en la capital. «Fernando es un gran amigo», comentaba.

Hace unos años se le cumplió otro de sus sueños: presentar noticias. Jairo Alonso Vargas era el titular en ese momento y un día no pudo asistir y entonces, el mismísimo Jorge Barón se sentó frente a las cámaras y dijo: “buenas noches. Estos son los titulares para el día de hoy”.

Llevó el «Show de las estrellas” a Nueva York y a Madrid. Le dieron la Cruz de Boyacá por sus programas en los municipios alejados de Colombia y el reconocimiento de todos los premios del Espectáculo.

Ese día se gozó la vida. Había cumplido otro sueño más.

Tiene el honor de haberle dado trabajo a miles, sí, miles de personas en su programadora. Camarógrafos, periodistas, actores, actrices, libretistas, cantantes, representantes…

Ahora, repleto de ilusiones y con otra cartera de ilusiones, completa sus primeros 72 años.

Llevó el «Show de las estrellas” a Nueva York y a Madrid. Le dieron la Cruz de Boyacá por sus programas en los municipios alejados de Colombia y el reconocimiento de todos los premios del Espectáculo.