La influencia cubana en Colombia ha sido nefasta. Nos trajeron su música comunista y pusieron a bailar salsa a todo el país convirtiendo a Cali como capital mundial del género.

Nos inundaron con sus venenosos tabacos llenos de rebelión y entonces, en Piedecuesta, Santander, se volvieron replicadores de tal tóxico que sacó a los campesinos del empobrecimiento y olvido estatal.

Exportaron a sus castristas entrenadores embriagados de socialismo y lograron que Yuberjen ganara medalla en los olímpicos y que Catherine Ibargüen se convirtiese en referente del deporte mundial: esas medallas deben ser devueltas por la dignidad de Colombia.

Nos lavaron el cerebro con el béisbol guerrillero llevándonos a coronar como campeones mundiales y eso no tiene presentación en una democracia como la nuestra.

Posteriormente nos emborracharon con ideas satánicas camufladas en su ron del demonio dejándonos con resaca de libertad.

De La Habana llegaron barcos con técnicos subversivos que montaron la televisión nacional, por eso es que ahora vemos tan solo Netflix para no seguirles su juego manipulador.

Y ni qué decir de sus malditos escritores, como Martí, Carpentier y Padura que envenenaron el ingenio de los nacionales inspirando, a muchos de ellos, en sus producciones literarias, incluyendo a Gabo y es por eso que «arde en el infierno» Por eso me opongo a la presencia de médicos cubanos en Colombia, no sea que influencien a los criollos y comiencen a propugnar por la medicina preventiva antes que curativa, lo que implicará que colapse el destacadísimo sistema de salud soportada en la maravillosa y salvadora Ley 100 de seguridad social, promulgada por el Gran colombiano, que nos tiene a todos felices, sanos, fuertes,   y longevos