Esteban Jaramillo Osorio.
Aturdidos los hinchas de Millonarios, por la campaña del equipo. Este, bajo extrema presión, llega a sus puntos de quiebre sin atinar en las soluciones. Ambiente que arde como consecuencia de los resultados y el rendimiento, poco acordes con los deseos de los aficionados. Por eso en la cancha se ve ansioso, impaciente, inexpresivo, sin gol.
Hoy no están la jerarquía de Román Torres, la dinámica de Robayo, ni los pases de Mayer, que valían por tres. El instinto goleador de Dayro o de Uribe.
Están los recuerdos de cuando se jugaba para la gente, y por la gente. No solo por el dinero.
Cuando las debilidades se maquillaban con entereza, sin flaquezas de carácter. Cuando no eran comunes, como hoy, la desolación y el desencanto.
Hace rato en Millonarios no fluye una idea clara de juego y menos la posibilidad de reducir los riesgos defensivos.
En duda siempre las condiciones exigidas para vincular un futbolista al club. Llegan todos con ruido promocional, pero muy rápido matan el optimismo de sus hinchas, por su inestabilidad de rendimiento, o la incapacidad para marcar diferencias. Ninguno asume el riesgo de tener el balón y establecer condiciones con él.
En la cúpula no hay convicciones claras con respecto a inversión, riesgo y utilidad, ante la pasividad de los lejanos propietarios, quienes, sin sentimientos, solo piensan en las rentas. Demasiadas imposturas en sus representantes.
El hincha está en su derecho de alzar la voz. De dramatizar o no, porque los saldos futboleros son decadentes.
Millonarios juega mal, no hace goles, tiene fallas tácticas por desatención, por carencias técnicas, actúa sin ideas en la cancha y sin fiereza competitiva. Al punto de que no sabe si las soluciones esperadas deben ser futboleras o mentales.