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Museo Nacional: DE PRISIÓN INDIGNANTE A LA MECA DE LA CULTURA

La edificación declarada monumento del país, donde orgullosamente se levanta el Museo Nacional, es la meca de la cultura. Fue   durante 72 años la Penitenciaría Central de Cundinamarca, que no por nada era símbolo de terror y arbitrariedad.

 

 

 

Adjetivos como emblemáticos, crueles y llamativos son los que han definido los muros que hoy componen al Museo Nacional.

Este espacio que se viste de arte y cultura, como actualmente se refleja, antes era la fachada de la Penitenciaría de Cundinamarca.

El lugar que, según su insignia, tiene 192 años de historia, ha sido testigo de anécdotas oscuras y dolorosas de cientos de presos que cumplían su condena dentro de la cárcel. Así fue como el panóptico de Bogotá no tardó en convertirse en un edificio reconocido y emblemático.

Esta cárcel fue un proyecto de construcción de Tomás Cipriano de Mosquera, militar y expresidente colombiano, en 1847.

En principio, la idea era crear un centro penitenciario que permitiera resocializar a los presos de una forma diferente y poco vengativa a través de la reflexión. Por eso, se dispuso de una serie de capillas dentro de la prisión para que los condenados pudieran acercarse a Dios y sanar sus errores. Sin embargo, no tardó en convertirse en la insignia del horror.

Una cárcel que, en ese entonces, solo tenía la capacidad de 207 celdas llegó a tener más de 5.000 presos que pagan su condena. El hacinamiento fue tan cruel y despiadado que recibió el nombre de «La gusanera».

Estos muros, a su vez, fueron testigos de la detención de Adolfo León Gómez, poeta liberal colombiano. La condena que se dio en el contexto de la Guerra de los Mil Días tuvo como resultado una serie de vejámenes que posteriormente el poeta relata en su libro: «Secretos del panóptico».

Miles de historias que se mezclan entre el terror y adrenalina se quedaron dentro de la Penitenciaría de Cundinamarca. Entre las anécdotas más recordadas está la fuga de 40 hombres que, al mejor estilo de una película americana o como si se tratase de la cárcel Alcatraz, escaparon por el techo ya que no soportaban la vida indigna que ofrecía este centro de reclusión.

La Penitenciaría de Cundinamarca funcionó hasta el año 1930, fecha en que trasladaron a los presos a la cárcel La Picota.

«La multitud de gente, la estrechez del local, la falta de aire y de agua, el desaseo de muchos, la absoluta carencia de sol y de ejercicio, tenían que desarrollar enfermedades. La disentería, la viruela y el tifo tenían allí su asiento. Pero el Gobierno no se preocupaba por tan poca cosa».

Cuesta creer que esta descripción, que hizo el escritor y político liberal Adolfo León Gómez, en su libro ‘Secretos del Panóptico’, haga referencia al predio en el que hoy funciona el Museo Nacional de Colombia.

Esta hermosa edificación, declarada monumento nacional en 1975, se levanta solemne en medio de la concurrida carrera Séptima con calle 28, en el Centro Internacional de Bogotá. En su interior guarda siglos de historia y cada día recibe a cientos de ciudadanos y turistas que quieren apreciar un poco más las raíces y la cultura colombianas.

Pero no siempre fue así. Durante 72 años funcionó en este lugar la Penitenciaría Central de Cundinamarca, que no por nada era símbolo de terror y arbitrariedad. Precisamente, de aquella época proviene el testimonio de Adolfo León, quien estuvo recluido en tres oportunidades en esta cárcel de alta seguridad.

Así, pues, las paredes que hoy sostienen pinturas, esculturas, fotografías y elementos valiosos del pasado de la Nación, fueron testigos de las atroces injusticias y torturas que vivieron miles de presos a finales del siglo XIX e inicios del XX.

La idea de abrir el panóptico apuntaba a cambiar las conductas criminales y a rehabilitar a los reclusos a través del trabajo e, incluso, de la reflexión y el acercamiento a Dios. Sin embargo, poco a poco, el hacinamiento al interior de la penitenciaría, los crueles castigos y la falta de una atención médica para los presos, acabó por completo con dicho cometido.

Los castigos

Muchos fueron los instrumentos de castigo que se usaron en la Penitenciaría de Cundinamarca: cadenas, esposas, chapas y grilletes, entre otros. Además, había varias formas de hacerle pagar a los presos sus faltas: la picota, el mico, la guillotina, el cepo y la muñequera eran solo algunas de las torturas que los carcelarios utilizaban.

«Casi no había noche que unos gritos espantosos, mezclados con maldiciones y alaridos de dolor, no viniesen a aumentar el malestar general y a acabarnos  de quitar el sueño. Esos gemidos los daban los pobres presos a quienes, por insignificante falta suya o por cualquier abuso de los capataces, ponían en el cepo. Era éste un suplicio tan bárbaro, que aun a los hombres más esforzados y valientes hacía gritar y llorar, como lo presenciamos muchas veces. Y no era para menos, porque consistía en dos maderos paralelos colocados horizontalmente sobre dos postes verticales, a cierta altura del suelo. En esos maderos había agujeros para meter los pies del preso, que quedaba colgando con la cabeza contra los ladrillos (…)”, relata un historiador.

Hoy en  esa macabra edificación del pasado se levanta el Museo Nacional de Colombia  creado en 1823, y es uno de los más antiguos de América. Ofrece a sus visitantes diecisiete salas de exposición permanente, en las cuales se exhiben alrededor de 2.500 obras y objetos, símbolos de la historia y el patrimonio nacional. En su calendario de exposiciones temporales, el Museo presenta muestras de historia, arte y arqueología nacionales e internacionales. Adicionalmente, brinda una variada programación académica y cultural que incluye conferencias, conciertos, presentaciones de teatro y danza y proyecciones audiovisuales, entre otros.

 

Entre las anécdotas más recordadas está la fuga de 40 hombres que, al mejor estilo de una película americana o como si se tratase de la cárcel Alcatraz, escaparon por el techo ya que no soportaban la vida indigna que ofrecía este centro de reclusión.

Instrumentos de castigo.