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Aborígenes: ¿PANCHES Y PIJAOS, SIERVOS DE LA CORONA?

Las tribus pijaos y panches se empeñan en la resistencia; no aceptan la intrusión de los españoles en sus propiedades, los vecinos se quejan ante la Real Audiencia.

 

 

Gerney Ríos González 

Los indígenas siempre fueron catalogados raza inferior, esclavos al servicio de la Corona, y la situación comenzó a variar. Los usurpadores fueron en muchos casos convertidos en «encomenderos» por sus servicios al rey de España. Se les entregaba una parcialidad autóctona con el encargo de enseñar a los milenarios la doctrina y la fe católica traídas desde la Península. Los nativos pagaban tributos por esta nueva gracia.

Esa servidumbre fue la nueva forma esclavizadora, «sirvientes personales» levantaron la protesta de muchos clérigos, entre los cuales Fray Bartolomé de las Casas, a la sazón obispo de la Provincia de Chiapas, México, quien exigió al Rey la protección de las tribus esquilmadas, humilladas y explotadas.

Entonces para aliviar la pesada carga, se dio la importación de negros de África con el fin de surtir las plantaciones agrícolas. Así comenzó el período colonial con alguna tranquilidad para los pobladores; la vida se desarrolló pausada durante este periplo «progresista», extinguida la feroz arremetida conquistadora de la mitad del siglo XVI.

Fue en esta era colonial cuando los invasores o se asesinaban entre ellos por codicia de riquezas, o envejecen acaudalados por el trabajo de los indígenas y negros esclavos. La «vida ciudadana» se vio colmada de golillas tramitadores de papeles oficiales, funcionarios reales, beatas tejedoras, chismes parroquiales, mujeres que traicionaban a sus maridos con encopetados señores del «establecimiento”, despojo de tierras, procesiones religiosas, rezos en la tarde, copias exactas de la España invasora de esos años.

Las tribus pijaos y panches se empeñan en la resistencia; no aceptan la intrusión de los españoles en sus propiedades, los vecinos se quejan ante la Real Audiencia. En 1591 Pijaos y encomenderos pactan una precaria paz, pero los indígenas al sentirse engañados, atacan Ibagué, Coello, Timaná, Roldanillo, Cartago. Frente a los sangrientos sucesos los miembros de la Real Audiencia tomaron fuertes medidas represivas. Aparece el conflicto social y militar que se extiende por todo el siglo XVII en esta parte de la América.

La Corona española avisada de estos sucesos, pone mano dura a la situación. El 2 de octubre de 1605 don Juan de Borja se posesiona como presidente del Nuevo Reino de Granada quien, de vasta preparación militar y cultural, dominó atrás a los indígenas araucanos en la región de Chile. En tantos la población Pijao con sus escasos recursos militares es dirigida por el Cacique Calarcá. Es el propio Juan de Borja quien se pone al frente de sus soldados desde el fuerte de San Lorenzo, con escuadrones de caballería y capitanes otrora en la Conquista. Dominan Chaparral y luego incursionan en el río Ambeima y Cañón de Las Hermosas circundado por el río Amoyá.

 Las acciones punitivas de los españoles contra las tribus originarias fueron copias de las operaciones bélicas de estos: Los aborígenes destruyen las parcelas para privar a sus enemigos de comida; los invasores copiaron al dedillo estas acciones estratégicas, haciendo inhabitables los predios. Las comisiones españolas llegadas al Fuerte de San Lorenzo de Chaparral ofrecieron este triste balance al gobierno de Borja: destruidas 970 labranzas de maíz; 184 bohíos indígenas incendiados; 50 capturados en el Valle de Ambeima; la tala del bosque es total, informan. Así, Juan de Borja decreta el hambre a los Pijaos con estos métodos guerreros; ordena derribar el fuerte de San Lorenzo y construir otro más consistente bautizado Juan de Guandia, en homenaje suyo y duques hispanos. Fauna y flora en tierras tolimenses son arrasadas por los soldados de Borja haciendo imposible por meses la subsistencia aborigen.

Es sistemática la destrucción de las cosechas para dominar de una vez por todas a la raza vencida. Caen cercenados los productos de la tierra por la guadaña asesina y mueren los originarios por hambre y enfermedades en los niños, mujeres y ancianos, en tanto que los guerreros huyen por la sierra de Calarma, entierran sus tesoros en oro, abandonan sus pocos bohíos y animales, perseguidos como fieras. Las mujeres se esterilizan con hierbas para no parir hijos esclavos del invasor español. La fiereza del cacique Calarcá en la contienda le merece el título de general que le dan sus enemigos, que más adelante, años después lo asesinaron en uno de sus combates, no sin antes, él solo poner en fuga a batallones enteros.

Los Pijaos desaparecieron combatiendo contra los peninsulares; se extinguieron como nación antes que caer de rodillas ante el enemigo usurpador. Fue don Juan de Borja quien con sus tropas cumplido el exterminio, abandonó la meseta de Chaparral de Los Reyes y se dirigió a San Bonifacio de Ibagué «para dar gracias a Dios» por el éxito de la masacre.

Finiquitada la rebelde posición indígena, la Colonia tomó cierta forma organizada con el reacomodo de poblaciones y tribus, comenzando entonces la mezcla de las razas. En 1778 se levantó un censo de habitantes ordenado por la Real Audiencia; Mariquita aparecía con una sensible merma de pobladores. Según datos, habitaban el territorio colonial 47.505 incluidos menores; 77 eclesiásticos; 12.777 blancos; 4.636 indios; 26.215 «libres», o mestizos y mulatos y 4.103 esclavos, la mayoría negros traídos en galeras desde Senegal y Gambia, occidente de África.

Los Pijaos desaparecieron combatiendo contra los peninsulares; se extinguieron como nación antes que caer de rodillas ante el enemigo usurpador.