Portada del libro que próximamente será lanzado de manera oficial
Primicia Diario
Exclusiva
El escritor y periodista Gustavo Castro Caycedo, Premio CPB Guillermo Cano al Mérito Periodístico CPB, y autor de, «Gabo: cuatro años de soledad. Su vida en Zipaquirá», cedió para la edición 1.000 de Primicia Diario, el prólogo de la versión cubana de este libro, Ediciones Loynaz Maceo, en Pinar del Río.
El siguiente es el texto correspondiente:
Luego de haber partido de este mundo el 17 de abril de 2014, Gabriel García Márquez es una leyenda viva, un inmortal de la literatura. Su fama sigue en aumento, y sus libros se venden por millones…, hasta en la China. La Universidad de Texas pagó dos millones de dólares por el archivo más completo sobre Gabriel García Márquez; y su Centro Harry Ransom (reconocido como la gran biblioteca de investigación y museo de humanidades), y Lilas Benson Colecciones, propiciaron el estudio de expertos internacionales, Global Gabo’s, sobre la influencia de García Márquez en el mundo.
Aracataca, donde nació Gabriel, está inscrita con letras doradas en la historia de la Literatura Universal, insólitamente desinformada durante más de setenta años, porque ninguno de los biógrafos del Nobel intentó siquiera investigar y descubrir por qué y cómo García Márquez llegó y entró a la Literatura. Su interés en las raíces intelectuales del Nobel giró alrededor de Aracataca, Barranquilla, Cartagena, Bogotá, Barcelona y Ciudad de México.
Podría asumirse que, en alguna de esas ciudades, el Señor de Aracataca se volvió escritor. Varias razones motivaron este libro; entre ellas, que Gabo y quien lo escribe llegamos a Zipaquirá en 1943, casi al mismo tiempo. Yo, porque nací allí el 17 de enero de ese año, y Gabriel, porque arribó cincuenta días después (el 8 de marzo), a sus dieciséis años, a vivir en el Liceo Nacional de Varones, situado a ciento cincuenta metros de mi casa. Durante catorce años indagué en edificaciones, rincones, espacios, calles, y sitios en los que Gabo se movió hasta febrero de 1947, cuando entró a estudiar Derecho en la Universidad Nacional. Busqué. Logré entrevistar a ochenta y tres testigos, de los cuales ya murieron casi 70. Todos ellos me ayudaron a revivir la vida de Gabo en Zipaquirá, tras su huida voluntaria de la costa Caribe, y a donde llegó por cosas del destino, al Liceo Nacional de Varones, que era una especie de universidad literaria.
Logré rescatar y desempolvar información privilegiada detenida en el tiempo por más de sesenta años en la memoria de quienes convivieron con él durante mil cuatrocientos días, y en la de familiares de personas que vivieron parte de esta historia. Gabo, sin planearlo, llegó allí a hacer «un curso intensivo» de escritor; sin familia cercana, con sentimientos de nostalgia iniciados a raíz de la muerte de su abuelo, el coronel Nicolás Ricardo Márquez, y que se volvieron soledad en Zipaquirá.
Nació biológicamente en Aracataca pero literariamente en Zipa
Gabo nació biológicamente en Aracataca, pero intelectual y literariamente en Zipa, donde uno de sus maestros lo convirtió en escritor, lo cual reconoce el Nobel en su autobiografía Vivir para contarla: «A mi profesor Carlos Julio Calderón Hermida, fue a quien se le metió en la cabeza esa vaina de que yo fuera escritor. […] Todo lo que aprendí se lo debo al bachillerato». Y en una columna publicada por varios diarios del mundo, cincuenta días antes de que recibiera el Nobel, calificó a Calderón, como «el profesor ideal de literatura».
Estas y otras razones permiten pensar que, de haber estudiado en otro sitio, no habría sido Nobel. Aparte de estas y otras pocas frases de Gabo sobre su vida en Zipaquirá, no se sabía cómo fue que él nació literariamente en este municipio — que ocupa el último lugar en orden alfabético entre los 1.122 que tiene Colombia—, situado a cuarenta y cuatro kilómetros al norte de Bogotá, y famoso por poseer la mayor reserva de sal de roca en el mundo, y por su fabulosa catedral subterránea de sal.
En su travesía de Bogotá a Zipaquirá, el 8 de marzo de 1943, García Márquez le gustó el paisaje cuyo fondo son los cerros del occidente. La visión del espectáculo cordillerano, ciertamente bello, con imágenes muy distintas a las que él solía ver en su costa Caribe, le resultó novedosa. Eran las ocho y veinticinco de la mañana cuando el tren, con su pito estimulado a vapor, avisó que arribaba a Zipaquirá. Quince minutos después, Gabo llegó al Liceo, y vio por primera vez los balcones de color verde esmeralda, en los que colgaban macetas con geranios, margaritas y pensamientos.
En esa casona construida en 1782, (que tenía «fantasma propio»), luego de que los internos le hablaron de sustos y espantos, pasó su primera noche en vela. Al poco tiempo de que lograra vencer el sueño, se iniciaron las pesadillas de Gabo. Y antes de las seis de la mañana sintió el torturador toque de campana que lo despertó, volviendo más implacable el frío de sus gruesas, pero heladas cobijas. El cura lo bautizó Gabriel José de La Concordia García Márquez; sus abuelos y sus tías le decían Gabito y Gabo. Figuraba como Gabriel García Márquez. Y en Zipaquirá firmaba con el seudónimo de Javier Garcés; sus compañeros lo llamaron Peluca; y su rector, Alejandro Ramos, lo apodó Mico Rumbero.
La mejor amiga de Gabriel en Zipaquirá lo era también de mi madre, que lo conoció bien y nos contó la historia de Gabo a mis hermanos y a mí. Yo estudié en ese Liceo, dieciséis años después, y cuatro, o cinco, de sus profesores me educaron allí, donde familiares y amigos nuestros convivieron con él. Por eso sabía de su vida en Zipa, donde lo quisieron por lo que era y no por su fama, porque no la tenía.
El «realismo mágico», se nutrió en Zipaquirá
Era determinante pensar que, si poseía esa información, tenía una especie de obligación moral de investigar a fondo para contar la vida del García Márquez elemental que se «graduó de marxista-leninista», poeta, cantante de zarzuela, orador, declamador, actor de teatro, y escritor, luego de que en Zipaquirá impulsaron su pasión por la lectura, y canalizaron su talento hacia la prosa, que lo condujo a ser Premio Nobel de Literatura, en 1982. Y descubrí sus cuatro grandes y tempranas tragedias vividas en Zipaquirá, que lo derrumbaron, le reforzaron un hondo sentimiento de soledad, le marcaron el alma, y fortalecieron su particular sentido de «realismo mágico». Entre ellas: la muerte prematura de su primera novia, Lolita Porras, en diciembre de 1943. Y el accidente que condujo luego a la muerte a su amigo y profesor de gimnasia, Jorge Perry Villate, el primer atleta colombiano que participó en unos Juegos Olímpicos, en Los Ángeles, 1932.
Estas y otras desdichas sacudieron al joven García Márquez. Resultaba obvio llevar a las páginas de Gabo: cuatro años de soledad, la dichosa historia de sus primeros amores; sus alegrías, y aventuras; su vida de joven «mamagallista» y fiestero, al son radial de porros, paseos, merengues, puyas, tamboras, paseítos; y, especialmente, de sones y guarachas importados de Cuba. Para él y para sus compañeros de internado —la mayoría costeños—, bailar era vital. La música era imprescindible: cantaba boleros y zarzuelas, y asistía a conciertos dominicales de música clásica. Descubrí sus líos y pilatunas, como cuando tuvo que formar en el patio a media noche, en calzoncillos, por indisciplinado; las dos veces que estuvo a punto de ser expulsado del Liceo: una por el insulto involuntario a un profesor que apodaban Tripas, y otra por llegar de madrugada ebrio al colegio, por la que casi no se puede graduar.
Supe sobre sus incursiones furtivas con otros compañeros al economato a robar pan, bocadillos, plátanos… o lo que fuera. Y de cuando en un paseo a Pacho, un vigilante lo encañonó con una escopeta por robar naranjas. A veces ellos se «volaban» de noche por una ventana, para ir a cine, a bailar, o a tomar tragos; y regresaban de madrugada. Entraban al Liceo con la complicidad del portero Riveritos, un alcahuete que les abría el portón. Y supe sobre los éxitos de los discursos de Gabo, el más famoso en la plaza mayor de Zipaquirá el 8 de mayo de 1945, Día de la Victoria, cuando terminó la Segunda Guerra Mundial. En resumen, en este libro está toda su propia novela en Zipaquirá, donde, aunque siempre tuvo compañía, el frío y la lejanía de la costa le causaban soledad. Desde antes de cumplir veinte años, García Márquez se identificaba con la tarjeta de identidad número 4917, que no fue expedida en Aracataca, Sincé, Magangué, Cartagena o Barranquilla, sino en Zipaquirá, donde lo adoptaron con calidez humana.
Esta ciudad lo acogió desde dos días después de cumplir dieciséis años hasta tres meses antes de que cumpliera los veinte, cuando, horas después de graduarse de bachiller, se fue de allí a vivir en Bogotá. En pos de la independencia y el estudio, Gabriel cambió su cálido Caribe de vegetación exótica a nivel del mar, por un municipio de muchas tardes grises y frías, con paisaje de montañas, a 2640 metros de altitud. Dejó su comunidad «descomplicada», y llegó a una de intelectuales y gente formal, donde le brindaron amistad verdadera. Gabo, sincero, le confesó a Germán Castro Caycedo: «Uno de los lugares donde no tuve la impresión de que sobraba, fue en Zipaquirá».
Ante su afortunada decisión de dejar a su familia para emprender una aventura a casi mil kilómetros de su tierra, su buena estrella obró el insólito encuentro de Gabriel con el Jefe de Becas del Ministerio de Educación, quien le propició la privilegiada oportunidad de educarse en Zipaquirá, en el mejor colegio nacional que había en Colombia. Entonces, Gabriel pensó: «Yo no me voy pallá ni puel carajo». Él lo que quería era estudiar en el colegio de San Bartolomé, de Bogotá. Pero fue en Zipaquirá donde algunos personajes lo impulsaron a la gloria, especialmente su profesor de Literatura, español y Gramática, Carlos Julio Calderón Hermida, quien descubrió y moldeó su talento, e intuyó el potencial literario que tenía. Por eso se dedicó a Gabo hasta convencerlo de que debía dejar su «fiebre» por el dibujo y las caricaturas, y dedicarse a escribir. También influyeron en García Márquez el famoso poeta piedracelista y rector suyo, Carlos Martín, Cecilia González Pizano, La Manca, una artista que bordaba, pintaba, y tocaba piano con una sola mano, quien fue protectora de Gabo y mecenas de una tertulia literaria sabatina en su casa, a la que iban los intelectuales más importantes de Bogotá.
Allí le marcaron la vida allí sus dos primeras novias: Lolita Porras, bella, culta y acaudalada niña pianista que vivía en una hacienda rodeada de flores y árboles frutales; y Berenice Martínez, Bereca, otra linda joven, (hija de un intelectual), a quien puse en contacto con García Márquez casi setenta años después. Manuel Cuello del Rio, su profesor comunista de Historia de América, influyó mucho en Gabo política y literariamente; todas las noches, cuando los internos estaban acostados, les leía capítulos de destacadas obras literarias. Tenía una imaginación extraordinaria, mágica; veía y describía cosas fantásticas nunca imaginadas, y todo tipo de ilusiones. Por sus peculiares historias, leyendas esotéricas y de misterio, lo llamaban Fantasmagoría, y murió sin saber cuánto estimuló la imaginación en él realismo mágico que el Nobel había estrenado escuchando a sus abuelos y a sus tías en Aracataca, y que, gracias a Cuello, enriqueció sin límites en Zipaquirá, donde brujas, espantos, duendes, fantasmas, y hasta un muerto sin cabeza, eran temas obligados en las noches de los internos cuando los perros de los solares vecinos ladraban «misteriosamente». Esas cuestiones acompañaron a García Márquez en Zipaquirá, desde su primera noche en el dormitorio del Liceo, cuando sus pícaros compañeros lo asustaron y contribuyeron a sus pesadillas nocturnas con gritos que, a veces, se convertían en dramáticos alaridos.
¿Álvaro, por qué no nos volvemos famosos como Cervantes?
También influyó en Gabo el médico Álvaro Gaitán Nieto, quien le dictaba clases de Biología y Anatomía, con un esqueleto que llamaban Doña Bertha; y en el anfiteatro del Hospital, con cadáveres que aportaron a su realismo mágico. Y, finalmente, Sara Lora, su acudiente (telegrafista como el padre de Gabo), con su hermana Minina, «la niña de los ojos azules». Sus profesores Joaquín Giraldo, Héctor Figueroa, y Guillermo Quevedo Zornoza. Y sus más cercanos compañeros Álvaro Ruiz Torres, a quien le dijo un día: «Álvaro, ¿por qué no nos volvemos famosos como Cervantes?». Asimismo, Ricardo González Ripoll, Hernando Forero Caballero, Humberto Guillén Lara, José Argemiro Torres, Alfredo García Romero, Eduardo Angulo Flórez, Jaime Bravo, Guillermo López Guerra, y Luis Garavito. García Márquez escribió «El instante de un río», su primer texto destacado, y su primer reportaje en la Gaceta Literaria del Grupo de los Trece, del Liceo. Entre el 8 de marzo de 1943 (cuando llegó a Zipaquirá) y el 10 de diciembre de 1982 (cuando recibió el Nobel en Estocolmo), transcurrieron treinta y seis años y nueve meses.
Gabo Comenzó a escribir, Cien años de soledad, en Zipaquirá
En esa ciudad colombiana está el origen de algunos personajes de Cien años de soledad. Plinio Apuleyo Mendoza en su libro, Gabo, cartas y recuerdos, transcribe una carta que este le envió en 1967, en la que le confiesa que ideó su libro más famoso en Zipaquirá, consecuente con vivencias que experimentó con personas que compartieron su vida allí. En esa misiva, Gabo le dice a Plinio: «En realidad, Cien años de soledad fue la primera novela que traté de escribir, a los diecisiete años, y que abandoné al poco tiempo porque me quedaba demasiado grande. Y puedo decirte que el primer párrafo no tiene una coma más ni una coma menos que el escrito inicial». A esa edad (en 1944), Gabriel cursaba su cuarto año de bachillerato en Zipaquirá, lo cual deja claro que algo de la inspiración de la obra magna del Nobel surgió allí.
El intelectual Juan Carlos Gaitán Villegas escribió en Lecturas Dominicales, de El Tiempo, el 16 de enero de 2015, el artículo «¿Quién fue Fernanda del Carpio?», y dijo: «Fernanda del Carpio, una de las figuras centrales de Cien Años de soledad, fue uno de los personajes más trascendentales y enigmáticos del universo macondiano; parece que una joven zipaquireña le sirvió de inspiración. Ella fue un producto de una circunstancia traumática de García Márquez. […] La única alternativa es que Fernanda fuera una jovencita zipaquireña. En el libro de Gustavo Castro Caycedo, Gabo: cuatro años de soledad, pareciera ser un hecho que Fernanda es nativa de dicha población cundinamarquesa. Castro dice: «Zipaquirá fue declarada ʻciudad de blancosʼ desde la Colonia, impidiéndose que allí vivieran indios, esclavos, zambos y mestizos, razón por la cual fue poblada por familias aristocráticas. Así que Fernanda del Carpio bien pudo ser calcada de alguna de estas muchachas de Zipaquirá, descrito como pueblo lúgubre, a mil kilómetros del mar, a donde Aureliano Segundo fue a buscar a Fernanda».
Luis Fernando Afanador, crítico literario conocido por serio y objetivo, escribió en junio de 2016, en la Revista de la Universidad de Antioquia, el texto «El joven García Márquez», en el cual dice: «El periodista zipaquireño Gustavo Castro Caycedo completó el eslabón perdido que faltaba en la biografía del Nobel colombiano. En su libro, Gabo: cuatro años de soledad, da cuenta en detalle del internado del joven García Márquez en Zipaquirá, y que, increíblemente, ha pasado desapercibido. Por fin algo nuevo y distinto que no sabíamos sobre nuestro máximo escritor; testimonio como el de este libro, insinúa a la persona verdadera, detrás del mito que García Márquez construyó de sí mismo». Creo oportuno resaltar la importancia cultural y política de Zipaquirá, iniciada en el siglo XVII. Gabo se formó allí, donde nacieron y se educaron el presidente Santiago Pérez, escritores, políticos, ingenieros y artistas de talla internacional.
Y no es extraño que se haya vuelto comunista allí, en su Liceo, donde descollaba la calidad y la preparación de los profesores (la mayoría con ideas de izquierda), quienes prestaban a los estudiantes libros que destacaron a Marx, a Lenin y al comunismo. Esa fue una ciudad rebelde, donde se alzaron contra la corona española indias e indios muiscas como Bernardina López, Griselda Sabino, María Ignacia Labrador, Isabel Tibará, Diego Paúnso, Pedro Sabino, Alonso de Tenemquirá, Ambrosio Pisco, Alonso de Supativa, Juan Nepomuceno Quiguarana, José Antonio Campos, y otros.
En Zipaquirá, tierra de rebeldes, se firmaron las Capitulaciones Comuneras, el 8 de junio de 1871; y también desde allá conspiraron contra el Virreinato los patriotas Antonio Nariño, Pedro Fermín de Vargas, Viviana Talero y Bárbara Forero; y la Guerrilla de los Almeyda. Y allí se planearon tres guerras civiles. En junio de 1899, Rafael Uribe Uribe, Foción Soto, el General Neira, Zenón Figueredo, Juan Mac Allister, Pablo E. Villar, y otros liberales, trazaron los planes conducentes a la declaratoria de la guerra de Los Mil Días. Y de 1970 a 1990 fue ciudad fortín del M-19.
Escrito lo anterior, someto este libro al juicio de los lectores.
Gabo bachillerBerenice MartínezLolita Porras se murió de tifo.